Capítulo XXXV

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   Empujé el carrito por los pasillos del supermercado, mirando los estantes y escogiendo un tarro de mermelada de fresa.

   —Tenía tiempo que no hacía compras.

   John me miró.

   —Ya sabes, a veces de pequeño venía con papá a comprar algunas cosas para la comida. Cuando me casé con Stephen no volví a necesitar venir porque ya era otro quién se encargaba de las compras.

   —Pues cuando te cases conmigo tendremos que venir juntos. —Me dijo él, haciéndome sonreír—. Porque no creo tener suficiente dinero como para poder contratar a alguien para que haga las comida y las compras.

   —No me quejo. Amo hacerlo. Incluso le propuse a Stephen una vez que fuéramos al supermercado, pero no quiso...

   Sentí su mano en mi cintura y pronto sus labios en mi mejilla.

   —Cuando te divorcies de Stephen... y cuando te cases conmigo y cuando estemos juntos... ¿podrías prometerme una cosa?

   Lo miré. John se sonrió y me dio un beso rápido en los labios.

   —¿Qué cosa?

   —No hables más de Stephen. No lo menciones. A menos que necesites desahogarte conmigo de algo que hizo que aún te afecta.

   —¿Te molesta?

   —No, es que quisiera borrar ese recuerdo para siempre de tu mente. Porque sé que te hace daño y porque sé que te arrepientes de haber estado con él.

   Se apartó de mí cuando llegamos a la sección de cereales y tomó uno, que dejó en el carrito junto con un par de cosas más que habíamos tomado.

   A decir verdad no necesitábamos nada. Ni siquiera teníamos la necesidad de ir al super, sólo era una manera de salir y de hacer algo diferente. Entre los miembros del Servicio Secreto y Stephen, sentía que iba a volverme loco encerrado. Ni siquiera supe como había soportado aquello durante dos meses.

   —¿Helado después de aquí? —John preguntó en cuanto hicimos la fila para pagar—. ¿O qué prefieres?

   —Helado. Y quiero un pastel.

   Él se sonrió ampliamente, al tiempo que pasaba su mano por mi cabello para acariciarlo. Besó mi frente.

   —Me alegra tanto que hayas dejado atrás esa idea tonta de querer bajar de peso a como dé lugar.

   —Bueno... —me rasqué el cuello, soltando una carcajadita—. Me ayudaste. Es por ti que sigo aquí.

   —Es lindo lo que dices, pero recuerda que no puede ser así.

   —Lo sé, lo sé... —me apresuré a decir, con un tono de fastidio que lo hizo reír—. Pero te dije que iba a ir al psicólogo cuando todo esto acabe.

   —Está bien. ¿Pero te sientes bien con tu cuerpo?

   Asentí.

   —Si lo deseas tanto supongo que debe ser irresistible.

   Él carcajeó.

   —Pues estás en lo cierto.

   Cuando llegó nuestro turno de pagar, y una vez que el cajero hubiera facturado todos los productos, John pagó en efectivo mientras que yo metía todo en una bolsa plástica.

   Bajamos al estacionamiento del centro comercial para dejar aquello, y luego volvimos a la feria para buscar algún lugar donde tomar un helado.

   —¿Sabor de helado que más odias? —pregunté de pronto, en modo juguetón.

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora