Capítulo IV

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   Luego de aquella noche no había vuelto a ver a John. Había pasado dos días, y sin embargo ni un rastro suyo.

   No me atrevía a preguntarle a nadie para no levantar sospechas sobre mí interés hacia él, pero honestamente estaba comenzando a extrañarlo y a preocuparme por él.

   —¿Has despedido a alguien estos últimos días? —solté sin poder seguirme conteniendo. Estaba vistiéndome luego del primer baño de la mañana.

   Stephen, como de costumbre, estaba escogiendo qué corbata ponerse para irse a la oficina.

   —Sí. ¿Por qué la pregunta?

   Me encogí de hombros, asustado, pero tratando de demostrar indiferencia al respecto.

   —Curiosidad.

   —Hay personas muy abusadoras que creen que soy imbécil.

   El corazón se me aceleró. Me coloqué la camiseta y procedí a buscar un pantalón cómodo de algodón.

   —¿Lo crees?

   —¡Claro! —Stephen finalmente se puso una corbata—. Despedí a mi administrador porque tenía intenciones de robarme.

   —Qué horror. —Me alivié—. Puedo imaginar como te sientes.

   —No, no sabes. ¿Tienes conocimientos de empresas? ¿Sabes algo de contabilidad? No. Te apuesto a que ni siquiera sabes cuánto es dos por dos. Entonces no sabes como me siento ni qué fue lo que pasó exactamente. Agh, ni siquiera sé por qué preguntas.

   Me quedé en completo silencio y me dispuse a salir de guardarropa, sintiéndome humillado una vez más por sus comentarios.

   Intenté que no me afectara porque, en cierto modo, tenía razón. ¿Acaso sabía yo algo de sus empresas o cómo siquiera manejar las cuentas? No. No sabía nada en lo absoluto.

   Caminé por el corredor hasta ir hacia el balcón que daba vista al patio trasero. La mañana estaba fresca, la brisa agitaba mi cabello; el cielo estaba despejado y de un azul claro, y el sol brillaba con intensidad.

   Mis ojos recorrieron el jardín. Las plantas entretejidas y aferradas en las rejillas blancas, hacían una agradable sombra bajo el césped.

   Alguien estaba acomodándolas, y en cuanto pude ver de quién se trataba, una sonrisa apareció involuntariamente en mi rostro. Era John. Se había quitado la camiseta y mostraba su pectoral pálido y lampiño.

   Me di la vuelta antes de que girara su rostro para verme. Caminé por el pasillo y cuando iba a comenzar a bajar las escaleras, sentí la mano de Stephen en mi cintura.

   —¿A dónde vas tan rápido?

   —A la cocina —mentí—. Muero de hambre.

   —Ya sabes, ¿no? Nada dulce. Come poco.

   Asentí. Él se inclinó hacia mí y me besó los labios, mientras escabullía su mano hacia mi trasero para apretarlo. Solté un pequeño quejido en cuanto nuestras bocas se separaron.

   —¿Llegarás tarde hoy?

   —Sí. —Me contestó, disponiéndose a bajar las escaleras—. No me esperes despierto, ¿okey?

   —Mmh...

   Stephen salió de la casa y yo lo acompañé hasta la puerta. Se subió al auto, al igual que el chófer y ambos emprendieron el trayecto hasta la salida de la propiedad.

   En cuanto perdí el auto de vista, sentí una sensación de paz y alegría que me hizo correr hacia el patio trasero para buscar a John.

   Estaba en el mismo lugar. Con su pectoral desnudo, acomodando las flores y picando algunas matas que sobresalían.

Stolen Kisses ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora