Capítulo 49

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"Nos llevaremos el uno al otro hasta despedirnos en nuestro lecho de muerte

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"Nos llevaremos el uno al otro hasta despedirnos en nuestro lecho de muerte."

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Volker.

—¡Volker! —mis dedos dejan de tocar, la música del piano se detiene de un solo golpe cuando mi cuerpo entero se paraliza con la voz que resuena en toda la mansión.

No puede ser ella.

—¡Cariño! —habla de nuevo convenciéndome de que no estoy escuchando mal. Está aquí.

Levanto la cabeza, dejando de mirar las notas. Mis ojos van hasta la mujer que se adentra a la sala de música. Amaris se acerca, una sonrisa se pinta en sus labios cuando nuestras miradas coinciden, y a pesar de que parecía que venía alegre no puedo dejar de mirar como de un segundo a otro se ha colocado nerviosa.

Se acerca con cautela, con lentitud y con su mirada fija a la mía.

No puedo moverme de mi lugar, no puedo dejar de mirarla con el odio que comienza a despertarse en mi interior conforme se acerca a mí.

Trago saliva llevando el nudo en mi garganta que se ha creado en mi interior.

—¿Qué haces aquí? —pregunto de mala manera. No es ningún secreto lo mucho que la odio, lo mucho que la aborrezco y lo mucho que desearía que no existiera más.

—Escuché que habías venido de vacaciones a Miami —comienza—. Quise venir a verte antes de que regreses a Cambridge. ¿Qué tal te va en la universidad?

Se acerca tanto que lo único que nos separa es el piano de cola entre ambos.

No le alejo la mirada, no dejo de mirarla mientras ella hace lo mismo aunque, no puede sostenerme la mirada y en menos de nada termina mirando otro punto.

—Ya me viste, ya puedes largarte —suelto entre dientes. No entiende que su presencia me repudia.

Gira a mirarme con lentitud, con los ojos llenos de arrepentimiento. Mira el piano y después me mira de nuevo.

—¿Qué tal si tocas algo para mí? —pregunta—. Algo para mamá.

Una carcajada irónica sale de mi boca.

—No veo a Ada por aquí —respondo de mala gana. Sus ojos se llenan de lágrimas y tal como siempre, no logra removerme ni un poco.

—Volker... —comienza pero me pongo de pie.

—No eres bienvenida aquí, Amaris —suelto con dureza—. ¿No te cansas de arrastrarte y humillarte?

Su cuerpo se tensa, no puedo evitar bajar mi mirada y ver como juega nerviosa con su anillo de matrimonio. El anillo que la une con el bastardo que tiene como esposo.

PRÓFUGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora