CAPITULO 37

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JungKook

Destrocé el saco con una combinación de golpes, pero no me di por satisfecho, tenía energía para más. Hoy me sentía el cabrón más afortunado de toda Las Vegas y nada ni nadie iba a poder cambiar eso.

—Ey, tío. —Como dije antes, nadie.

—Hola, Fredo.

—Tengo lo que me pediste. —Agarré el saco y lo estabilicé antes de ir a por mi botella de agua.

—Bien, dame lo que tienes.

—Tengo un par de videos de los nuevos tipos. —Me mostró un vídeo de dos combatientes en plena pelea, uno de ellos afroamericano.

—El de color es King Kong y se está haciendo un hueco entre los diez primeros puestos. —Maniobró el teléfono y puso en marcha otro vídeo. —Estos dos son el Mecánico y el Demente. —El tipo rubio sabía quién era, el puñetero Rocky. Y sí, había dado un gran salto desde el otro vídeo, en el que mi hermano YoonGi lo vapuleaba. Su cuerpo había crecido, sí, y aunque parecía algo más salvaje y con más técnica, seguía teniendo la misma mirada de siempre. ¿No entendía que era precisamente esa actitud la que tenía que cambiar? Él solo subía al ring con la mentalidad de provocar el mayor sufrimiento y dolor a sus oponentes, y sí, eso le daba victorias, pero no las tendría frente a adversarios como un Min. ¿El dolor? Lo teníamos asumido. ¿El sufrimiento? No dejábamos que nos atrapara. Había una receta para vencer y era la que todo Min aprendía a cocinar desde que era un niño.

—Este, quiero al rubio.

—Está fuera de la ciudad. Al parecer va y viene. Pero con King Kong podemos conseguir una buena suma.

—Nah, no me interesa.

—Tú nunca has rechazado una buena pelea, hermano.

—Puede que me haya vuelto más selectivo.

—¿Selectivo? Una mierda. Estás aflojando el ritmo, JK. Ya no corres en la cinta y pareces cansado cuando vienes al gimnasio por las mañanas.

—¿Insinúas que estoy desatendiendo mi entrenamiento?

—Lo que digo es que estás bajando tu rendimiento, que algo te está agotando antes de

venir a entrenar. —¡Joder! Si él supiera lo que hice esta mañana después de mi carrera de diez kilómetros, pensé con una sonrisa en la cara. Tampoco iba a decirle que hacía un entrenamiento más fuerte por las tardes en el gimnasio privado del apartamento. Pero eso era parte del plan, que Rocky cayera dos veces en la misma trampa, que no viera la evolución que iba a hacer, que pensara que seguía el mismo entrenamiento de siempre. Ocultaba mi desarrollo bajo sudaderas y pantalones largos, no iba a darle pistas—. ¿Así que es eso?

—¿Eh?

—Es ese doncel del otro día, ¿verdad? El del trasero perfecto.

—¿Qué pasa con él?

—Te lo estás tirando como un animal poseso.

—Eso no es de tu incumbencia.

—Sí lo es, joder, tío. Tienes que pensar más con la cabeza y menos con la polla, hermano. Te está chupando la energía.

—No eres mi puñetero entrenador. ¿A ti qué más te da lo que haga fuera del ring? Seguiré cumpliendo, no te preocupes.

—Me preocupo por ti, porque no puedas mantener el tipo en tu próxima pelea.

—Lo haré, tranquilo. —Fredo soltó un improperio y se dio la vuelta. ¿Qué mosca le había picado? Ni que fuera a terminar mi carrera si me enfrentaba a Rocky, era solo una más... ¡Oh, mierda! ¿Y si él creía que la de Rocky iba a ser mi última pelea? ¿Y si Fredo quería ganar algo de dinero antes de que me enfrentara a Rocky? Me estaba volviendo un neurótico retorcido como mi hermano YoonGi, pero tenía que pensar en esa posibilidad. Eran demasiados indicios como para pasarlos por alto. Tal vez me equivocara, o tal vez no. Tendría que tomar algunas precauciones.



Bobby

Lo de Kook se estaba convirtiendo en una obsesión. Ya era el segundo localizador que me pedía ocultar esta semana, aunque esta vez me había dado carta blanca. ¿Dónde coño podía meter un localizador para un tipo como Fredo? No sé qué mierda le gustaría llevar siempre encima. Si por mí fuera, se lo colaría en el teléfono o en el reloj, pero tendría que encontrar un momento en que él estuviese lejos del objeto porque notaría su falta. Podría colarme en el gimnasio donde entrena, forzar su taquilla, coger su teléfono o su reloj, llevarlo hasta Pasha, instalarlo y dejarlo otra vez a su sitio. Pero probablemente tardaríamos demasiado tiempo. ¿Colocar yo el dispositivo?

No, joder, lo mío era trabajar con los equipos, trastear con algún componente, no instalar esas minúsculas piezas con precisión. Para eso estaba Pasha, un relojero hindú con unos nervios de cirujano. Sé que él no salía de su cueva, una pequeña relojería en la zona vieja, pero necesitaba llevarlo conmigo y hacer el trabajo tan rápido como pudiéramos.

Entré en la relojería, haciendo tintinear la pequeña campanilla sobre la puerta. Pasha salió del pequeño cuartito al fondo, mientras yo caminaba hacia el mostrador.

—¿En qué puedo servirle, señor Cameron?

—Buenos días, Pasha. Tengo un par de piezas que me gustaría que revisara.

—No hay problema, puedo echarles un vistazo ahora, si quiere.

—Verás, el problema es que son piezas que es difícil de transportar y querría saber si puedes revisarlas donde están ahora. —Pasha arrugó el ceño mientras sopesaba la propuesta. No, él no se arriesgaría de esa manera, era exponerse demasiado, pero, por otro lado, éramos sus mejores clientes, los que dejaban una buena cantidad de dinero que mantenía a flote su pequeño negocio.

—Tendría que darme alguna referencia sobre el tipo de pieza. —Sí, sabía que el último trabajo estaba muy reciente en su memoria.

—No sabría cómo describirlo, pero podría intentar hacer un dibujo.

—Entonces pase a mi trastienda, le dejaré lápiz y papel. —Aquella era mi señal. Libré el mostrador y entramos a la pequeña habitación llena de pequeñas piezas de reloj, soldadores y herramientas.

—¿De qué se trata?

—Tengo que insertar un par de localizadores, pero no puedo disponer de las piezas por mucho tiempo.

—Entonces supongo que no es algo consentido. ¡No!, no quiero saberlo. Solo asegúrame que no va a morir nadie.

—Me conoces, Pasha, sabes que no trabajamos así. Es más bien un tema de seguridad.

—De acuerdo. ¿Qué quieres marcar, dónde y cuándo?

—Un reloj, un teléfono móvil, unas llaves de coche o todo a la vez, no lo sé. Cuando tenga los objetos actuaremos sobre la marcha. Cuándo no sabría decirte, pero te avisaría con media hora de anticipación. Puedo acondicionar un lugar con todo lo que puedas necesitar si me especificas lo que es.

—Yo me encargo de mis herramientas, tú solo dame acceso a una mesa muy iluminada y una lupa fija bien potente.

—Lo tendré listo para mañana. Tal vez sea por la mañana cuando te necesite. Te mandaré un mensaje con la localización y la hora.

—Esto tendrá un plus.

—Cuento con ello. —La campanilla de la puerta volvió a sonar, pero antes de que Pasha dijera nada, se oyó una dulce voz femenina pidiendo ayuda.

—Papá, traigo tu encargo. ¿Podrías ayudarme? Pesa mucho. —Pasha pareció sonreír un poco más e inclinó la cabeza hacia mí. Salí detrás de él y juro que casi se me para el corazón. ¿Esa diosa hindú era la hija del arrugado Pasha?

—Hola, tesoro, deja que te ayude.

—No es gran cosa, pero intenta llevarlo encima tres manzanas.

—Demasiado esfuerzo para las manos de una artista.

—Oh, perdona, no sabía que estabas con un cliente.

—Ya habíamos terminado, no te preocupes.

—Volveré a llamarle. Señorita. —Incliné la cabeza con respeto hacia ella y salí de la tienda haciendo que la campanilla volviera a sonar, o eso creo, porque el ruido que hacía mi desbocado corazón retumbaba como un tambor taiko de metro y medio de diámetro.

Min's Family (KT) 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora