Agosto 1818
Park Jimin contuvo el impulso de apretar los dientes. Su nueva empleadora, lady Clay estaba convencida de que su hija Melissa, de quien Jimin se iba a encargar, estaba destinada a ser la próxima duquesa, lo más inteligente sería averiguar lo que pudiera del duque y su familia.
Por decisión personal había pasado poco tiempo con la nobleza, pero gracias a las largas cartas de su hermano Misuk, estaba muy bien informado de las familias que formaban ese círculo dorado, círculo en el que el mismo había nacido. Lamentablemente su hermano nunca mencionó al duque y su familia.
Ahora mismo su frustración se debía a que por más que trató de sonsacarle información al vicario sobre el mentado duque éste se dio tantas vueltas que no sacó nada concreto siendo interrumpidos constantemente por los feligreses.
Para no demostrar su ignorancia había evitado hacer averiguaciones con el personal de la mansión Clay, motivo por el cual se encontraba en la vicaría para ayudar a la recaudación de fondos para cambiar el antiguo tejado de la iglesia con la esperanza de obtener las respuestas.
Respiró hondo, dispuesto a admitir su ignorancia con el vicario, pero nuevamente fue interrumpido.
__Aquí tiene, señorito.
Jimin se volvió y vio que el jardinero del vicario sujetaba al malhumorado caballo que el mozo de cuadras de los Clay había enganchado a la calesa. Con los labios apretados salió por la puerta que el vicario sostenía abierta. Tomó las riendas con una tensa sonrisa y permitió que el jardinero lo ayudara a sentarse.
__Espero verlo el próximo domingo, querido.
__Nada me impedirá venir, señor. __Jimin asintió con altivez. Y mientras ponía el caballo en marcha, pensó que si a la siguiente semana todavía no descubría quien era ese afortunado duque, no soltaría al vicario hasta que se lo dijera, no es que le importara pero en su puesto de institutor no podía darse el lujo de tamaña ignorancia.
Con la mente llena de sombríos pensamientos, cruzó el pueblo y cuando dejó atrás las últimas casas notó la pesadez del aire. Alzó la vista y vio que se acercaban nubes de tormenta por el oeste.
Se puso tenso y respiró con dificultad. Miró hacia adelante, hacia el cruce al que estaba a punto de llegar. La carretera seguía recta, luego doblaba hacia el norte, y al cabo de tres millas, desembocaba en la carretera que llevaba a la mansión Clay.
Una ráfaga de viento lo sacudió, silbando burlonamente. Jimin se sobresaltó; el caballo se movió inquieto. Obligándolo a detenerse, Jimin se arrepintió de haber estado tanto tiempo fuera. Él nombre del duque no tenía tanta importancia. La tormenta que se avecinaba sí.
Posó la mirada en el camino que salía de la carretera junto al indicador. Se alejaba, serpenteante, entre campos de rastrojos y luego atravesaba un denso bosque que cubría una pequeña elevación. Le habían dicho que era un atajo que llevaba a Clay Hall, a pocos metros de la entrada principal de la mansión. Era la única posibilidad de llegar antes de que se desatara la tormenta.
Contempló las nubes oscuras que crecían como un oleaje y tomó una decisión. Se irguió en la calesa, dio un golpe a las riendas y dirigió al caballo. Ansioso el animal se puso en marcha y lo llevó por los campos dorados cada vez más oscuros a medida que las nubes se volvían más densas.
Un chasquido apagado atravesó la pesada quietud. Jimin miró al frente, contemplando los árboles que se acercaban deprisa. ¿Cazadores furtivos? Era poco probable ya que las presas debían haber huido por la tormenta... seguía pensando en el extraño sonido cuando llegó al bosque.
Para hacer caso omiso de la tormenta y distraer sus pensamientos, pensó en la familia que lo había contratado y, medio en broma, dudaba que esas personas fueran merecedoras de su talento. Los pobres no pueden elegir le habría dicho cualquiera. Por fortuna, él no era sólo un institutor (versión masculina de una intitutriz). Era rico y podía vivir sin trabajar. Por voluntad propia y por su excéntrico carácter, había dejado atrás una vida llena de comodidades. Quería vivir una vida que le permitiera utilizar sus habilidades y no ser simplemente un Omega para colgar como premió del brazo de un Alfa, esto le permitía elegir a quienes lo contrataban y, por lo general, siempre acertaba en la elección. En cambio, en esta ocasión, una intervención del destino lo envío a casa de los Clay y ellos realmente no lo impresionaron.
El viento se alzó con un grito fantasmal y luego se apagó en un gimiente sollozo. Las ramas se movieron y oscilaron doblando sus tallos.
Jimin se encogió de hombros y volvió a concentrarse en los Clay, sobretodo en Melissa, la hija mayor, futura duquesa. Jimin hizo una mueca. Melissa era una omega delgada, poco desarrollada para su edad y tenía la piel muy clara, por no decir descolorida. En cuanto a su carácter, tenía grabada la máxima «oír y callar » y nunca decía más de dos palabras seguidas. Dos palabras inteligentes, eso sí. La única gracia que Jimin le había descubierto era el porte, era elegante, aunque no fuera consciente de eso. En todo lo demás tendría que trabajar duro para que Melissa alcanzara el nivel de duquesa, nada menos.
Esos pensamientos lo irritaron, pero a la vez lo distrajeron de la inquietud de no poder ver el cielo a través de las bóveda que formaba el tupido bosque. Dejando de lado la molesta cuestión de la identidad del duque, se dedicó a reflexionar en las cualidades que lady Clay había atribuido al fantasma.
Era una Alfa considerado, un terrateniente excelente, maduro pero no viejo, atento, con ganas de formar una familia y llenar el cuarto de niños. El retrato que pintaba su empleadora mostraba a un hombre serio, reservado, casi un recluso. Eso último lo había añadido Jimin. Era imposible pensar cómo un duque que no fuera una persona retirada desearía pedir la mano de Melissa, tal como decía lady Clay había hecho ese duque.
El caballo tiraba y Jimin mantenía tensas las riendas. El lado ascendente de la curva terminó y el animal aceleró el paso. A Jimin se le resbalaron las riendas. Soltó una maldición y las recuperó con firmeza luchando con la bestia.
El caballo tiró. Jimin gritó obligándolo a detenerse. Jimin frunció el entrecejo. Todavía no había oído ningún trueno, miró al frente y vio un cuerpo tendido en el camino, junto a la cuneta.
El tiempo se detuvo.
__¡Dios santo!__exclamó Jimin.
El tono metálico de la sangre recién derramada dejaba una estela en el camino. El caballo se movió de lado y Jimin lo estabilizó, aprovechando el momento para tragarse, conmocionado, el nudo que se le había formado en la garganta. No tuvo que mirar otra vez para ver el charco brillante que se acumulaba junto al cuerpo. Acababan de dispararle, tal vez aún estuviera vivo.
Se apeó de la calesa. El caballo se quedó quieto, con la cabeza gacha. Acercándose a la cuneta, ató las riendas en una rama con un nudo firme. Luego se quitó los guantes y se los metió en el bolsillo. Después se volvió y, respirando hondo, avanzó hacia el camino.
El hombre todavía estaba vivo y era un Alfa lo supo por el aroma que despedía cuando se arrodilló en la hierba a su lado, mucho más fuerte que el de un omega. Respiraba con dificultad. Estaba tendido de costado, con los brazos hacia delante. Jimin tiró del hombro derecho y lo puso boca arriba. Su respiración mejoró, pero él apenas lo noto porque tenía la vista clavada en el orificio que le desgarraba el costado izquierdo de la chaqueta. Cada vez que respiraba, manaba sangre de la herida.
Tenía que cortar la hemorragia. Jimin cogió un pañuelo, pero trás echar otro vistazo a la herida decidió que no le serviría para nada. Se quitó la chaqueta de seda e improvisó una almohadilla. Apartó la empapada chaqueta del Alfa, y sin tocar la camisa destrozada, puso la improvisada compresa en el orificio de la herida. Entonces le miró la cara.
Era joven, demasiado joven para morir. Tenía el semblante pálido y sus rasgos eran firmes y atractivos, con la tersura de la juventud. Unos mechones de abundante cabello le caían sobre la frente y sobre sus ojos cerrados se arqueaban unas pobladas cejas oscuras.
Jimin notó un calor pegajoso en los dedos. Ni el pañuelo ni la chaqueta podían detener el flujo de sangre. Posó la mirada en el corbatín del joven Alfa. Abrió la presilla con que se sujetaba, se lo quitó y lo presionó sobre la herida. De pronto se oyó un trueno.
El caballo se asustó y rompió la rama en que estaba amarrado echando a correr camino adelante haciendo resonar sus cascos. Consternado e impotente, Jimin vio como la calesa pasaba frente a él.
Entonces un relámpago rasgó el cielo iluminando un poco el camino con una blanquecina luz espectral. Jimin cerró los ojos y se esforzó en ahuyentar los recuerdos.
Oyó un leve gemido. Abrió los ojos y miró al herido, pero éste seguía inconciente.
__¡Estupendo! __Miró alrededor: la verdad era ineludible. Estaba solo en el bosque, bajo los árboles, el lugar más próximo donde refugiarse a millas de distancia, sin medio de transporte en un sitio que había visto por primera vez hacía cuatro días, con una tormenta que arrancaba las hojas de los árboles y, a su lado, un hombre malherido. ¿Cómo demonios iba a ayudarlo?
Su mente era un vacío de inquietud, que de repente se llenó con ruidos de cascos. Primero pensó que estaba soñando, pero el ruido sonaba cada vez más cerca. Tambaleante, y sin dejar de presionar el apósito, se incorporó. Los cascos se acercaban. En el último minuto, se puso en pie y, con audacia, se situó en medio del camino.
El suelo tembló, el trueno lo envolvió. Alzando la cabeza, contempló la muerte.
Un gran semental negro relinchó y se encabritó ante él, con sus cascos de hierro a centímetros de su cabeza. A lomos de la bestia iba montado un Alfa vestido de negro, anchas espaldas que ocultaban la escasa luz del crepúsculo, oscura y salvaje melena y rasgos duros y satánicos.
El semental posó las patas en el suelo y no lo alcanzó por un milagro. Furioso, el animal tiró las riendas e intentó golpearlo con la cabeza. Al no conseguirlo, intentó encabritarse de nuevo. Los brazos del jinete se tensaron y el Alfa presionó sus largos muslos en los flancos del caballo. Durante un minuto que pareció eterno, el hombre y la bestia lucharon, hasta que el animal reconoció la superioridad del jinete con un resoplido tembloroso y se calmó.
Con el corazón en un puño, Jimin alzó la mirada hacia el rostro del jinete y sus ojos se encontraron. Incluso en aquella penumbra, su color no pudo pasarle por alto. Eran negros, parecían ancianos, unos ojos que todo lo ven. Grandes, hundidos sobre dos cejas morenas muy arqueadas, eran el rasgo dominante de una cara excepcional. Su mirada era penetrante, hipnótica, irreal. En ese instante, Jimin supo que se trataba del diablo que se había presentado por uno de los suyos. Y también por él.
Entonces, el aire que lo rodeaba se volvió azul.
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Diablo Jeon
RomanceEl joven Omega Park Jimin trabaja como institutor pero tiene otros proyectos para su vida los cuales no incluyen el matrimonio. sin embargo acontecimientos inesperados cambian sus planes drásticamente comprometiéndolo con el miembro más libertino de...