Capítulo 9

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Jimin se detuvo y miró alrededor con los ojos abiertos como platos. La finca de Summers se extendía ante él, deleitándose en el sol de la mañana. Era una casa enorme, construida un siglo antes con piedra color miel de una elegancia exquisita. Se trataba de una residencia confortable que dominaba un gran jardín. Apenas vislumbró el lago que se extendía al otro extremo del jardín, los robles que bordeaban la curvada calzada de acceso y la pared de piedra sobre la cual colgaban rosas blancas con el rocío brillando en las corolas perfumadas.

En el otro lado del lago se oían parloteos de patos; el aire era fresco y olía a hierba recién cortada, pero lo que más lo había impresionado era la casa. Se veía robusta, seductora, con grandeza en cada una de sus líneas aunque los salientes se habían suavizado con el paso de los años. Él sol se reflejaba en hileras y más hileras de ventanas con vidrieras emplomadas. Las altas puertas del roble de doble hoja estaban marcadas en un pórtico de estilo clásico. Como una encantadora dama ablandada por la experiencia, la casa de Diablo tentaba y cautivaba .

Él le había propuesto hacerlo señor de todo aquello.

Ese pensamiento cruzó su mente y aunque sabía que él lo estaba mirando, por un momento se permitió imaginar cómo sería. Había nacido, sido criado, y preparado para eso. Ante él se extendía lo que tendría que haber sido su destino. No obstante, convertirse en su duque significaba arriesgar...

«No —se prometió Jimin para sus adentros—. Nunca más.»

Tras cerrar los ojos de la tentación que suponía la casa, respiró hondo y vio la cima blasonada en piedra de la fachada del pórtico, un escudo en el que se veía un ciervo rampante en un campo de flor de lis. Bajo el escudo había un amplio lazo esculpido en piedra con una inscripción. Las palabras estaban en latín y tardó un instante en traducirlas.

—¿Tener... y retener?

—Es el lema de la familia Jeon. —Uno dedos fuertes se cerraron alrededor de los suyos.

—¿Adónde me lleva? —Jimin puso los ojos en blanco. Una fuerza irresistible lo llevaba hacia las escaleras. En su mente destelló una visión de cortinas de gasa y cojines de seda: la guarida privada del pirata.

—A que conozcas a mi madre. Por cierto, prefiere que la llamen duquesa madre.

—Pero usted no está casado —comentó Jimin frunciendo el entrecejo.

—Todavía. Es su sutil manera de recordarme mi deber.

Sutil. Jimin se preguntó qué haría la dama si quisiera hacer valer sus razones de una manera enérgica. Fuera como fuese, había llegado el momento de dejar en clara sus intenciones. Sería un error cruzar el umbral de aquella puerta, tras el cual, no había duda, Diablo gobernaba como un rey, sin llegar antes a algún acuerdo sobre su futura relación o la ausencia de ella.

Llegaron al porche. Él se detuvo y lo soltó. Mirándolo, Jimin se irguió.

—Su alteza, deberíamos...

Las puertas se abrieron y un mayordomo las sostuvo majestuosamente. Como se le había escapado la oportunidad de hablar con Diablo, Jimin intentó no enfurecerse.

El mayordomo miraba a su señor con una sonrisa de genuino afecto.

—Buenos días, su alteza.

—Buenos días Webster — respondió Diablo.

Jimin no se movió. No iba a cruzar ese umbral hasta que él reconociera el derecho que tenía de hacer caso omiso de las normas sociales, igual que hacía él cuando le apetecía.

Con un gesto, él le indicó que entrara y en el mismo instante Jimin notó su mano en la parte trasera de su cintura. Sin la chaqueta, sólo una fina capa de tejido separaba la piel de su firme mano. Él no ejerció presión sino que, en una hechizadora búsqueda, recorrió despacio su espalda hacia abajo. Cuando llegó a la curva de sus nalgas, Jimin contuvo una exclamación y se apresuró a cruzar el umbral de la puerta. Él lo siguió.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora