Capítulo 12

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—¿Panecillos, señorito? —La señora Hull  pareció sorprendida pero al punto su expresión se volvió calculadora.

—Sólo son las cuatro —dijo Jimin tras consultar el reloj de la pared—. Este no tiene que servirse hasta la dentro de media hora. Si pudiéramos ofrecerles algún entretenimiento... —Miró a Webster—. ¿A qué hora van a servir la cena?

—A las siete, señorito.

—Pues retrasa la cena hasta las ocho. Notifícalo a los criados de los invitados. Señora Hull, tiene una hora para hacer todos los panecillos que pueda. Disponga de todos los ayudantes que necesite. Tomaremos panecillos con mermelada. ¿Tiene mermelada de mora? Sería un toque adecuado.

—Por supuesto.  —A la señora Hull le brillaron los ojos—. Tenemos nuestra propia mermelada de moras, la mejor de todas.

—Muy bien. También serviremos crema a quien le apetezca y haremos panecillos de queso y especias.

—Ahora mismo pongo manos a las obra, señorito. —Tras una leve reverencia, la señora Hull corrió hacia la cocina.

—¿Ha hablado usted de entretenimiento, señorito, para que la señora Hull tenga media hora más de tiempo?

—No es tarea fácil, dada las circunstancias.

—Por supuesto.

—¿Podemos ayudar?

Jimin y Webster se volvieron hacia la gemelas.

—En lo del entretenimiento, quiero decir —explicó Amanda.

—A lo mejor... —Jimin arqueó las cejas y miró hacia el salón—. Vengan conmigo.

Con Webster detrás, entraron en la sala de música que había junto al salón.

—¿Qué instrumentos tocan? — preguntó Jimin, señalando los que había en hilera junto a la pared.

—Yo el piano —respondió Amelia.

—Y yo el arpa —dijo Amanda.

Ante ellos había buenos ejemplos de ambos instrumentos. Webster se apresuró a ponerlos en el lugar adecuado.

—¿Tocan juntas? —Las muchachas asintieron—. Bien, ¿y qué piezas tocan? Piensen en piezas lentas, de duelo, réquiems, o partes de éstos.

Para su alivio las gemelas estaban bien preparadas y tenían un buen repertorio. Cinco minutos después descubrió que también poseían un talento considerable.

—Excelente. —Jimin intercambió miradas de alivio con Webster —. Que nadie las distraiga. Tendrán que tocar cuarenta minutos como mínimo. Si se les acaba el repertorio, repitan las piezas otra vez. Cuando vean que llegan las bandejas del té, paren.

Las gemelas asintieron y empezaron a tocar un tema litúrgico.

—¿Abro las puertas, señorito? —preguntó Webster.

—Sí, y las que dan a la terraza también.

Tanto el salón como la sala de música daban una larga terraza. Webster abrió de par en par las dos puertas que flanqueaban la chimenea y que unían ambas estancias. Cuando los acordes envolvieron las conversaciones, las cabezas se volvieron hacia la sala de música.

Poco a poco atraídos por la música, las omegas y los alfas, fueron pasando a la estancia contigua.

Las gemelas, acostumbradas a tocar ante su familia, no fallaron. Había sillas suficientes y los alfas las situaron para las omegas que se sentaron formando pequeños grupos, mientras ellos permanecían en pie.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora