Capítulo 25

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Sonsacar información a un diablo era una tarea difícil, sobre todo porque ahora no parecía anhelar su compañía. Jimin se detuvo en lo alto de las escaleras y decidió su siguiente paso.

Había seguido el consejo de Jungkook y había visitado el salón de Celestine. Su carácter suspicaz se había agudizado al ver que, tras él, había llegado al taller de la modista una nota con lacre rojo. Mientras Jimin se probaba unos trajes de mañana que no le habían convencido mucho, unos trajes de carruaje muy a la moda y unos exquisitos y elegantes trajes de noche, la modista, que lo había atendido personalmente desde que había leído la nota, había hecho tantos comentarios sobre los gustos de monsieur le duc (señor duque) que él empezó a sospechar. Pero para entonces estaba fascinado por las creaciones de Celestine.

Así pues, compró un guardarropa entero, con el objetivo concreto de que monsier leduc volviera a hacerle caso. Si bien eran aceptables, los trajes de noche de Celestine resultaban un tanto escandalosos, pero su edad y su estatura le permitían llevarlos y sacar partido del impacto que causarían. También eran sorprendentes los camisones, las camisas y las batas de seda y de satín, y todas las prendas, naturalmente, eran muy caras, aunque por fortuna su bolsillo podía permitirse aquellos caprichos.

Durante el camino de vuelta a Grosvenor Square imaginó la cara que pondría Jungkook si lo veía con uno de los camisones (en esa época los hombres usaban camisones para dormir), especialmente provocativos. Cuando el carruaje llegó a la casa de los St. Jeon Jimin advirtió lo absurdo de aquel pensamiento. ¿Cuándo lo vería Jungkook con el camisón?

Si era inteligente, nunca. Apartó aquella idea de su cabeza.

Las dos mañanas siguientes había entrado en la sala de desayuno con una alentadora sonrisa y una de las creaciones más atractivas de Celestine. Pero si Jungkook había reparado en él, aparte de cierto destello en sus ojos negros, no había mostrado ninguna inclinación a comprometerse más allá de un leve saludo con la cabeza. Ambas mañanas se había excusado y se había refugiado en su estudio al cabo de muy poco tiempo.

Jimin no terminó de creerse que él tuviera trabajo; no estaba dispuesto a aceptar que no le hiciera caso con tal excusa, sobre todo porque tenía la certeza de que él ya había averiguado algo acerca de la muerte de su primo.

Respiró hondo con determinación y empezó a bajar la escalera, decidido a pasar a la acción: acorralaría al lobo en su guarida. Por fortuna, la guarida era la biblioteca. Con la mano en el tirador de la puerta, se detuvo; al otro lado no se oía nada. Antes de entrar, esbozó una sonrisa alegre. Luego abrió la puerta y entró deprisa.

Cerró la puerta sin alzar la vista y dio dos pasos antes de mirar hacia el escritorio.

—¡Oh!—exclamó con los labios separados y los ojos muy abiertos—. Lo siento, no sabía que... —se interrumpió.

Su diabólico anfitrión estaba sentado al gran escritorio y tenía la correspondencia esparcida ante él. Sligo manipulaba libros junto a las ventanas. Ambos alzaron la vista. Sligo lo miró sorprendido, pero la expresión de Diablo fue indescifrable.

—Lo siento, no quería interrumpir —dijo Jimin, con una sonrisa llena de excusas, al tiempo que miraba las estanterías con inquietud. Se arregló la chaqueta y se dio la vuelta.

—Si es distracción lo que buscas, aquí la encontrarás.

Los ojos de Jungkook se clavaron en los suyos al tiempo que, con una mano señalaba los libros. Jimin no entendió que a qué tipo de distracción se refería. Alzó la barbilla e inclinó graciosamente la cabeza.

—No quiero interrumpirte —dijo él, aunque ya lo había hecho.

Jungkook se revolvió en la silla y se centró de nuevo en ordenar la correspondencia. Con el rabillo del ojo observó a Jimin, que examinaba las estanterías haciendo una pausa aquí y allá para coger algún libro. Se preguntó si el omega creería de veras que lo estaba engañando.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora