Capítulo 44

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Dooooong.

Camino de las escaleras, Diablo Jeon pasó junto al reloj de pared sin dedicarle una mirada siquiera. Al cruzar la galería levantó la vela en un despreocupado saludo al retrato de su padre y siguió hacia el largo pasillo que llevaba a sus aposentos.

Estaba seguro de que su padre aplaudiría su trabajo nocturno. En el bolsillo llevaba tres pagarés con la inconfundible caligrafía de Bronley. Éste le debía mucho dinero, aunque no sabía cuánto exactamente. En la última mano, la suerte había cambiado. En menos de una semana lo tendría sometido por completo su voluntad.

Pese al éxito, a medida que se acercaba a sus aposento se fue poniendo tenso. La frustración que siempre mantenía controlada le pasaba factura. Sintió dolor en el vientre y los músculos cada vez le pesaban más, como si estuviera luchando contra sí mismo. Si limitaba sus momentos con Jimin a los acontecimientos públicos y sociales, podría resistirlo.

Le había dicho la verdad. Era muy capaz de manipularlo, coaccionarlo o seducirlo para que se casara con él. En realidad, era su naturaleza alfa lo que lo impulsaba a hacerlo y por ello se sentía como una bestia enjaulada. Era un conquistador nato, apoderarse de lo que quería le salía de forma natural. Las sutilidades, la sensibilidad, no contaban demasiado

Al entrar en su habitación, su expresión se endureció. Cerró la puerta, se acercó a la cómoda y dejó la vela, junto al espejo. Luego se quitó el brazalete negro, se desabrochó el chaleco y desprendió la aguja de diamante de la corbata. Al ir a guardarla en el joyero, sus ojos divisaron algo más allá de su propio reflejo, algo blanco que brillaba en la penumbra a sus espaldas.

Volvió la cabeza de inmediato y se dirigió al sillón que había junto al fuego.

Incluso antes de tocar la bata de seda, supo a quién pertenecía. El fuego, un simple brillo de rescoldos, todavía calentaba lo suficiente para hacer que la esencia de Jimin ascendiese, impregnando la estancia con su aroma dulzón para hechizarlo. Se detuvo y estuvo a punto de llevársela a la cara para oler aquella seductora fragancia. Soltó una maldición y dejó caer la prenda como si quemara tanto como los rescoldos del fuego. Luego se dirigió a la cama despacio.

No dio crédito a sus ojos: desde la distancia vio el cabello de Jimin, unas ondas castañas derramadas sobre la almohada. Él dormía de costado, con el rostro hacia el centro de la cama. Aquella visión lo atrajo como un imán. Al cabo de un instante estaba junto a él, contemplándolo.

Ningún omega, hombre o mujer, había dormido nunca en su cama. Su padre opinaba que la cama del duque estaba reservada a su consorte. Él lo había aceptado y ningun omega había dormido entre sus sábanas de seda. Volver a su habitación, tarde por la noche, y descubrir que el omega que deseaba le calentaba la cama, dormido plácidamente con sus largas piernas bajo el edredón, lo dejó aturdido.

Fue incapaz de pensar.

Se descubrió tembloroso, luchando contra el poderoso deseo de dejar de lado las explicaciones y reaccionar, actuar, hacer todo lo que le apeteciera a su alma de conquistador.

Pero tenía que pensar, estar seguro de que no se estaba dejando llevar por la nariz —no exactamente la nariz pero sí otra parte protuberante de su anatomía— para cometer un acto del que más tarde se arrepentiría. Había tomado una decisión y sabía que era la correcta. Pedirle a su omega su compromiso, su corazón, su mente y su alma tal vez no fuera un requisito normal, pero tratándose de Jimin, tenía que obtenerlo.

Paseo la mirada por su rostro algo sonrojado y luego llegó a lo que la sábana ocultaba se tragó una fiera maldición y se alejó. Deambuló de un lado a otro con los pasos amortiguados por la alfombra. ¿Qué demonios hacía Jimin allí?

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora