Capítulo 59

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Un escalofrío recorrió a Jimin, entrecerró sus húmedas pestañas, levantó la cara y le ofreció sus labios. Jungkook lo besó con ardor. El beso se prolongó y despertó su mutua pasión. Él lo necesitaba tanto como Jimin a él. El beso era una afirmación de vida frente al espectro de la muerte.

Jimin le echó los brazos al cuello para aferrarse a él y a la vida vibrante encerrada en aquel beso. Notó los brazos que lo ceñían, el pecho firme contra su pecho y el latido de aquel corazón resonando en su interior como un martilleo. Se apretó más contra él. Respondió a su beso y el deseo aumento no en un frenesí apasionado, sino como una presencia creciente. El deseo  surgía de ambos como sendos ríos desbordados que confluían en un torrente impetuoso que se llevaba todo pensamiento, toda voluntad consciente, un torrente que los arrastrabando no con el ansia, sino con la necesidad de dar.

Ninguno de los dos se resistió a tal pasión, ni intentó detenerla. Era una fuerza lo bastante poderosa para borrar de su mente el peligro de la muerte que acababan de correr. Rindiéndose a ella, entregados el uno al otro, se desnudaron sin apenas percatarse del reguero de prendas que iban dejando en el suelo de la estancia. El contacto de sus pieles cálidas, de sus manos sensuales, de sus labios y lenguas juguetonas, azuzó sus sentidos e intensificó el desbordante crescendo.

Desnudos y excitados, cayeron en la cama enredados el uno en el otro, cuando se separaron un momento, fue sólo para volver a entregarse a un nuevo abrazo íntimo. Los envolvió el suave murmullo del ronco ronroneo de Jungkook y los jadeos sofocados del omega. El tiempo se detuvo; con los ojos abiertos y los sentidos agudizados, los dos se descubrieron mutuamente otra vez. Diablo repasó cada curva, cada centímetro de la piel de marfil de Jimin, cada una de sus zonas erógenas. No menos arrobado, el omega redescubrió el cuerpo firme de Diablo, su fuerza, su fina percepción, su infalible pericia. Su dedicación a complacerlo que sólo igualaba la suya.

El tiempo quedó en suspenso mientras se exploraban mutuamente, inundándose de placer, y sus murmullos dieron paso a suaves gemidos medio contenidos. Sólo cuando no les quedó más que dar, Diablo se tendió boca arriba y puso a Jimin sobre él. Encaramado a horcajadas, él se arqueó y se abrió para él. Se hundió lentamente, saboreando cada segundo, hasta que lo tuvo completamente dentro.

El tiempo se quebró. Durante un un cristalino momento pendió sobre ellos, trémulo, impregnado de sensaciones. Mirándose fijamente, permanecieron abrazados e inmóviles; por fin, Jimin cerró los párpados. Con el corazón desbocado, escuchó y sintió las palpitaciones de Diablo en y lo más profundo de su ser  experimentó la fuerza que lo había invadido, aceptando en silencio el poder que lo había enredado en sus hilos. Diablo había cerrado los ojos, sacudido por la ternura que así lo aceptaba, que ya lo retenía con tal fuerza que nunca más podría desasirse.

Entonces, sus cuerpos se movieron en perfecta comunión y sus espíritus volaron más allá de la voluntad del pensamiento. No se apresuraron; los dos eran expertos en saborear a fondo cada paso del largo camino que llevaba a las puertas del paraíso. Juntos, las cruzaron a la vez.

Y sucedió la magia, el alfa por vez primera, anudó a su omega embargado en la euforia de crear vida para contrarrestar la muerte.

***

—Bajo ninguna circunstancia debe dejarse a solas a su alteza.

Diablo Jeon acompañó la orden con una penetrante mirada dirigida por igual a los tres sirvientes alineados delante de él en la biblioteca.

Los tres —Webster, tieso como un palo y con una expresión más impasible que nunca; la señora Hull, rígida también y con una mueca de preocupación, y Sligo, con la cara aún más pesarosa que antes— lo miraron sin entender.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora