Capítulo 32

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El tiempo, imitando la atmósfera en la casa de los St. Jeon, empeoró y se volvió frío. Tres noches después, sentado en el carruaje de la familia, Jimin contempló el oscuro y melancólico paisaje barrido por el viento y una lluvia incesante. Iban camino de Richmond, al baile organizado por la Duquesa de Richmond. Toda la nobleza asistiría a él, incluidos los Jeon. Ningún miembro de la familia bailaría pero su presencia era obligada.

No era, sin embargo la perspectiva de su primer baile lo que lo ponía nervioso. La tensión que se había adueñado de él se debía a la impresionante presencia de Diablo Jeon, vestido de negro de pies a cabeza, sentado ante él, cuya tensión interna, que irradiaba en la oscuridad, podía compararse con la suya. El señor de los infiernos atraía toda su atención.

Jimin tensó la la mandíbula y notó que su obstinación aumentaba. Con la mirada clavada en el monótono paisaje, evocó la imagen de la Esfinge, su destino. Había empezado a titubear, a preguntarse si tal vez... hasta que él le había demostrado que un tirano nunca cambia. Advirtió que una profunda decepción llenaba aquel extraño vacío interior, como si le hubiesen ofrecido una golosina y luego se la hubieran quitado.

La mansión de los Richmond, resplandeciente de luces, brillaba en la oscuridad. El carruaje se detuvo en la larga cola de vehículos que se dirigían al porche. Después de parar y arrancar varias veces, el carruaje se detuvo por fin y la puerta se abrió. Jungkook se apeó y acompañó a la duquesa madre hasta la puerta de la casa. Luego regresó y Jimin, eludiendo su mirada, apoyó la mano en sus dedos y permitió que lo ayudara a bajar y lo acompañara hasta la casa.

Subir la escalinata resultó una prueba inesperada. Los cuerpos que se agolpaban ante la puerta los obligaron a estar muy juntos, tanto que sintió que el calor corporal de Diablo lo alcanzaba y que su fuerza lo envolvía. La finura de su traje color lavanda incrementaba su susceptibilidad y, cuando llegaron a lo alto de la escalinata, abrió el abanico.

La Duquesa de Richmond se mostró encantada de recibirlos.

—Horatia (tía de Diablo) está cerca del invernadero. —La duquesa de Richmond rozó la mejilla de la duquesa madre con la suya, y luego tendió una mano a Jimin—. Sí —dijo, estudiándolo con aire crítico mientras éste le hacía una reverencia. Luego esbozó una sonrisa radiante—. Es un placer conocerte, querido. —Miró a Jungkook y preguntó—: ¿Y tú, St. Jeon?¿Cómo es la vida de un hombre a punto de prometerse?

—Muy dura —respondió Jungkook, estrechándole la mano con expresión imperturbable.

—Ya me gustaría saber por qué. — Miró de soslayo a Jimin y con un gesto, les Indicó que pasaran—. St. Jeon, te confió el entretenimiento del señorito Park.

Con una corrección pasmosa, Jungkook le ofreció el brazo y Jimin, con la misma actitud, apoyó la mano y permitió que lo escoltara hasta el interior, detrás de la duquesa madre. Con la cabeza alta, estudió a la multitud en busca de caras conocidas.

Muchas lo eran. Deseo poder apartar la mano de la manga de  Jungkook y poner algo de distancia entre ambos, pero la nobleza se había acostumbrado tanto la idea de que él era el futuro duque, de que pertenecía a Jeon, que cualquier asomo de discordia haría que los mirasen y eso sería aún peor.

Con una máscara de serenidad firmemente puesta, tuvo que aguantar los nervios y sufrir su proximidad.

Jungkook lo alejó del sillón en que estaban sentadas la duquesa madre y Horatia Jeon, rodeadas de un grupo de omegas más mayores. Al cabo de unos minutos, ellos también se encontraron rodeados de amigos, parientes y los inevitables Jeon.

El grupo creció y menguó, y luego creció y menguó de nuevo. Después, entre la gente, apareció un alfa elegante que le hizo una graciosa reverencia.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora