Capítulo 65

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Pasaron tres tensos y silenciosos minutos hasta que el cochero consiguió salir de aquella estrecha calle y otra media hora igualmente silenciosa hasta que llegaron a Grosvernor Square. Diablo se apeó. Espero que Sligo bajara los escalones y luego tendió la mano. Jimin la aceptó y él lo ayudó a apearse y a subir la escalinata de la casa.

Webster abrió la puerta, tan aliviado que hasta se le notaba en la cara. Pero al ver la cara de Diablo su expresión se volvió impasible. Jimin entró en el vestíbulo con la cabeza alta y los dedos apoyados en un brazo que parecían más de roca que de carne humana.

—Si me excusas, querido —dijo su marido—. Ahora tengo que hablar con el Sligo. —Su tono era gélido, sombrío y no del todo firme; su helada superficie ondulada por la ira apenas contenida—. Te veré arriba, enseguida.

Por primera vez ese día, Jimin vio claramente su rostro iluminado por la lámpara del techo. Estaba más pálido e inanimado de lo habitual y parecía una máscara mortuoria cuyos ojos ardían extrañamente oscuros.

—Sligo actuó siguiendo mis órdenes —dijo Jimin mirando fijamente aquellos ojos desolados.

—¿De veras?

Jimin estudió sus ojos e inclinó la cabeza. Luego se volvió hacia las escaleras. Visto el estado de ánimo de Jungkook, decir algo más habría complicado las cosas.

Con el cuerpo rígido, Diablo, contempló su ascenso. Cuando desapareció de la vista, miró a Sligo y dijo:

—Vamos a la biblioteca.

Sligo entró de prisa, seguido de Diablo. Un criado cerró la puerta. Sligo se quedó de pie a un lado del escritorio. Jungkook dejó que el silencio se prolongará antes de acercarse.

En circunstancias normales, se habría sentado al escritorio. Ahora, la rabia que lo consumía no se lo permitió. Se detuvo ante las grandes ventanas que daban al jardín.

Las palabras llenaban su cabeza, se disputaban la carrera hasta la lengua, un desvarío desenfrenado de furia que clamaba por salir. Con la mandíbula encajada, luchó por contenerlo. Nunca en su vida había sentido aquella furia, tan aguda que le helaba hasta la médula, tan poderosa que casi no podía dominarla.

—Me encontré con un criado en St. James —dijo mirando a Sligo — y me contó que su alteza iba de camino a El Ancla. Antes de que pudiera encontrar un coche de alquiler, aparecieron otros tres criados con la misma noticia. Al parecer, la mitad de mis sirvientes estaba en la calle buscándome en vez de obedecer mis órdenes y proteger a mi esposo. ¿Cómo diablos se enteró de que existía siquiera esa taberna?

—Preguntó —respondió Sligo con un respingo—, y yo se lo dije.

—¿Y qué pretendías llevándolo allí, maldita sea?

Justo en ese momento se abrió la puerta y apareció Webster. Diablo le lanzó una maléfica mirada y dijo:

—No quiero que me molesten.

—Por supuesto, su alteza. — Webster se apartó de la puerta, dejando pasar a la señora Hull y luego la cerró—. La señora Hull y yo queríamos asegurarnos de que no se está dejando llevar por una equivocación.

—Es extremadamente difícil equivocarse si descubres a tu esposo en una taberna del muelle. —Las palabras sonaron cortantes como el acero.

Webster palideció pero  perseveró.

—Pienso que le gustaría saber cómo ocurrió, milord. Sligo no actuó por decisión propia. Todos, la señora Hull, Sligo y yo estábamos al corriente de las intenciones de su alteza. Intentamos disuadirlo pero, después de escuchar sus razones, no pudimos hacerlo desistir.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora