Capítulo 61

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Se oyeron unos pasos firmes que se aproximaban a la sala matutina. Jimin se retiró de la ventana y se sentó en las chaise. Había pasado el día analizándo metódicamente todos los intentos de asesinato sufridos por su marido. Y había llegado la única conclusión lógica. Mientras que su impulso más inmediato fue comentar sus ideas con él, tras pensarlo un poco más, creyó que éste tal vez no aceptaría fácilmente esa conclusión. Tras sopesar el asunto un buen rato, mandó llamar a la persona en la que Jimin sabía que su marido confiaba por completo.

Se oyeron unos golpecitos en la puerta.

—Adelante —dijo él.

La puerta se abrió y entró Veleta. Lo miró a los ojos, cerró la puerta y avanzó con un porte que recordaba al de Diablo.

—¿Cómo estás?

—Aturdido.

—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó arqueando una ceja para sentarse ante él—. En tu nota decía que era urgente.

—He estado pensando en todo lo ocurrido —respondió Jimin estudiando su rostro con los labios apretados—. Tiene que haber una razón que explique por qué alguien quiere matar a Jungkook.

—Sigue —asintió sin dejar de mirarlo a la cara.

—Que yo sepa, sólo hay una razón apremiante que relacione a Jungkook con una persona que supiera lo suficiente para sabotear el faetón y poner veneno en el brandy. Y esa razón es la herencia que, dicho de paso, es más que considerable. Eso explicaría también que los ataques no empezaran hasta que quedó claro que íbamos a casarnos.

—Ya. —En el rostro de Veleta se hizo la luz—. Yo había estado centrado en Tolly y no había mirado el asunto desde esa perspectiva.

—¿Y estás de acuerdo? ¿Estás de acuerdo en que puede ser Richard?

—¿Richard? —Veleta lo miró pasmado.

—Es el heredero de Diablo —respondió él con el entrecejo fruncido.

—Ah. —Veleta estudió su rostro—. Jimin, tu lógica es impecable pero, por desgracia, Diablo no te ha contado todos los detalles para llegar a la solución correcta. —Dudó unos instantes y sacudió la cabeza—. Lo siento, pero no es oportuno que yo de explicaciones. Tendrás que preguntárselo a él.

—¿Preguntarle qué?

—Preguntarle quién es su heredero. —Los ojos de Veleta se endurecieron.

—¿No es Richard?

Veleta se puso en pie y con los labios apretados dijo:

—Tengo que irme, pero prométeme que contarás tus conclusiones a Diablo.

—Puedes estar seguro de ello. —Los ojos de Jimin brillaron.

—Bien. —Él le sostuvo la mirada—. Si va a facilitarte las cosas, apostaría que Diablo ha llegado a tu misma conclusión.

—¿Crees que lo sabe? —Jimin le tendió la mano.

—Lo sabe pero, como hace siempre en estos casos, no dice nada hasta estar muy seguro, hasta tener pruebas. —Veleta le soltó la mano—. Con tu permiso, tengo que investigar algo; cuanto antes le demos a tu marido la prueba que necesita, antes nos libraremos de ese asesino.

El omega asintió y le dio permiso para que se marchara. No quería que las investigaciones se retrasaran por su culpa. Pasó mucho rato sentado en el mismo lugar, mirando las paredes revestidas de madera, incapaz de comprender nada de lo que estaba ocurriendo.

Los Jeon, una ley por y para sí mismos. Con un gruñido de disgusto, se puso en pie y fue a cambiarse a sus aposentos.

Aquella noche, su alteza, el Duque St. Jeon cenó en casa. Jimin espero hasta que se retiraron a sus aposentos,  luego se quitó el traje y se puso el camisón y se dirigió, anhelante como una doncella, a la cámara ducal. Dejó caer la bata, se quitó las sandalias y se acurrucó bajo las mantas.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora