Capítulo 47

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Jungkook había elegido la postura anterior para que el omega marcara hasta donde su miembro podía penetrar, pero el momento de las delicadezas había quedado atrás. Su rápido cambio de postura lo había dejado con las caderas de Diablo entre los muslos y el tieso miembro dentro de él.

Al notar que estaba atrapado, Jimin se tensó. Diablo hundió las manos a cada lado del edredón. Cuando el beso se interrumpió, Jimin abrió los ojos.

Jungkook atrapó su mirada y se retiró de él despacio, con cuidado. Luego flexionó las caderas y, con un solo movimiento, volvió a penetrarlo.

Lo poseyó inexorablemente, centímetro centímetro. Caliente y resbaladizo, el cuerpo de Jimin lo acogió, dilatándose para recibirlo. Diablo Jeon vio que sus ojos se convertían en plateados y luego se empañaban al tiempo que profundizaba en sus embestidas. Se sintió envuelto en suavidad y lo penetró hasta el límite. Luego reposó, engastado en él, que lo contuvo como un abrasador y sedoso guante.

Se miraron a los ojos, inmóviles.

Jimin apenas podía respirar; el alfa lo llenaba por completo y la firme pulsión de su miembro le llegaba hasta el ombligo. Vio que sus facciones estaban teñidas de pasión controlada. Con sus ojos negros oscurecidos y orlados de plata, lo miraba como un conquistador al que él se había entregado. Lo inundó un sentimiento que le dejó el corazón henchido.

Jungkook esperaba. ¿Qué esperaba? ¿Otra señal de rendición? Al pensarlo, lo invadió una gloriosa confianza. Sonrió despacio. Tenía las manos apoyadas en sus antebrazos. Las alzó, le tomó rostro y lo atrajo hacia sí. En el instante en que sus labios se encontraron, Diablo se apoyó en los codos y le apartó un mechón del rostro.

El beso se volvió más profundo y los sentidos de Jimin se arremolinaron. El miembro de Diablo se movía dentro de él y lo llenaba de placer.

Se deslizaron juntos como las olas avanzando en la playa. Las sensaciones aumentaron como la marea, llegando el flujo cada vez más alto. Él siguió el ritmo que marcaba el alfa, dejando que su cuerpo lo acogiera absorbiéndolo con fuerza durante un segundo para retirarse al siguiente. Una y otra vez formaron aquel abrazo íntimo. Cada embestida lo llevaba más arriba, más lejos, hacia una orilla que lo llamaba y que él apenas distinguía. Sus pensamientos y sentimientos se fundieron y ascendieron, encerrados en un ímpetu aturdidor. Un calor y una luz corrieron con sus venas e irradiaron todos sus nervios. Enseguida, el calor se convirtió en fuego y la luz en esplendor incandescente.

Alimentado por sus cuerpos que se debatían, por cada respiración jadeante, por cada gruñido gutural, la esfera ígnea (de fuego o que tiene la naturaleza del fuego) de pasión aumentó y se volvió más brillante hasta que estalló en los dos al mismo tiempo.

Jimin se perdió en aquella energía primaria, todo fuego, luz y esplendor, que le encendían las entrañas. Cegado, el omega, no veía. Sordo, no oía. Lo único que podía hacer era sentir, sentirlo a él y saber que estaba allí, sentir la calidez que lo llenaba y saber que era de él, sentir el sentimiento que los unía, que habían forjado en aquel estallido de estrellas, sabedor de que nada en el mundo podría cambiarlo.

El estallido se apagó y regresaron a la tierra, a los placeres terrenales de las sábanas de seda y las suaves almohadas, a los murmullos soñolientos y a los besos saciado. Y al bienestar de encontrarse uno en brazos del otro.


Cuando la última vela se fundió, Diablo Jeon se movió. Antes incluso de alzar la cabeza, advirtió que debajo de él había un hombre, un omega de olor dulzón que dormía el sueño de los saciados. Ya antes incluso de mirarlo, supo quién era aquel omega.

La emoción que lo embargaba creció. Acarició su rostro, levemente sonrosado, con la mirada. Tenía los labios henchidos y algo separados. Su pecho desnudo subía y bajaba al compás de su respiración. Estaba profundamente dormido. Diablo saboreó la satisfacción del triunfo. Con una sonrisa que él le habría recriminado de haberlo visto, se levantó procurando no despertarlo. Había intentado apartarse de Jimin hacía rato, antes de dormirse, pero él había murmurado una queja y le había aferrado con tanta fuerza que él no se había atrevido a moverse. Pese al peso de su cuerpo, Jimin había querido prolongar la intimidad, algo a lo que él tampoco pudo oponerse con convicción.

Diablo JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora