Casi llegando al fin de semana, cuando por fin volvió a clase, el hombre que la había acompañado en su ataque de llanto no dudó en acercarse para hablar con ella.
―¡Qué lindo verte de nuevo por acá!
―Siento mucho que hayas presenciado el espectáculo del otro día. En realidad, no sé...
―No tienes que disculparte conmigo. Tranquila ―agregó pasando una de sus manos por el brazo de Julia.
―Fue una situación incómoda para ti ―insistió ella porque necesitaba disculparse.
―Yo quise acompañarte, pude haberme quedado en el aula.
―Gracias ―repitió esbozando una sonrisa.
―¿Vienes a almorzar con nosotros? ―preguntó él con entusiasmo.
―No lo sé.
―Entonces decido yo por ti. Cuando termina el curso, en el bar de la esquina, ese que tiene camareros con mala cara y da todo el sol de lleno, pero no bajan los toldos.
―Está bien ―respondió riendo, porque no tenía opción y porque quería pasar el rato con esas personas.
Al mediodía pidieron algunos sándwiches que acompañaron con cervezas y conversaron de todo un poco, pero nada importante. Las chicas tucumanas contaron que a pesar de pertenecer a la misma ciudad y trabajar en el mismo hospital, se conocieron la semana que comenzó el curso. El hombre de cabello trigueño, que la había invitado y que ahora sabía que se llamaba Lucio, mencionó que estaba en busca de algún reto profesional, o si eso no era posible, algo que pagara las cuentas. Julia solo mencionó que había tomado una suplencia en la universidad, que la tendría viviendo en la ciudad durante los cinco meses restantes.
Antes de que acabara el almuerzo llegó Carla. Esta vez conducía de manera más prudente, aunque no del todo. Bajó del auto con un par de globos y una bolsita coqueta y fue directamente a la mesa que ellos habían ocupado en la vereda. A pesar de la mirada triste que se había apoderado de los ojos de Julia y que parecía instalada de manera permanente, rio.
―¡Feliz primer mes fuera de la caverna, amiga querida! ―gritó un metro antes de llegar a ellos.
―Gracias ―respondió estirando los brazos para abrazarla, imitando los de su amiga, pero sin alcanzar a ponerse de pie.
Lo que para Carla era motivo de festejo, a ella le estaba costando la vida. Hacía unos días le había mencionado a su amiga que pronto se cumpliría un mes desde que su relación con Mauricio terminara. Le había contado que, a pesar de extrañarlo, veía las cosas desde otro punto de vista. En ese momento, su amiga no había dudado en comparar su relación con el mito de la caverna y ahora llegaba para festejar ese primer mes donde podía ver las cosas con mayor claridad. Aunque debía reconocer que esta nueva claridad le estaba quemando los ojos.
El resto de los comensales comenzaron a aplaudir, aunque no sabían muy bien de que se trataba todo, y ni Carla ni Julia hicieron el menor intento de explicar algo. Lo único que hizo Carla fue invitarlos esa misma noche a tomar unas cervezas en honor a la mejor decisión que su amiga había tomado en años.
―No tienen por qué aceptar ―aclaró Julia tímidamente al ver que los tres aceptaban rápidamente. En cierto punto sentía que le tenían lástima.
―Si aceptamos es porque queremos ―mencionó Lucio.
―Perfecto, luego te mando un mensaje con la dirección ―dijo Carla a Lucio mientras tomaba del brazo a su amiga para llevársela―. Nos vemos por la noche.
Se despidieron y ya en el auto, Julia abrió su regalo. Un vestido de noche cortísimo.
―Carla, gracias, pero sabes que ya no me pongo este tipo de ropa.
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Por favor, déjame enamorarte
RomanceJulia es una joven cardióloga que tiene la vida solucionada. Una madre amorosa que parece olvidar que ya no es una adolescente, un empleo del que está orgullosa, a pesar de ocupar el escalón más bajo en la cadena de responsabilidades, un grupo de am...