Capítulo 43

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Lucio comenzó a removerse hasta que por fin pudo abrir los ojos. Desorientado, miró en todas direcciones hasta que por fin reconoció el sitio donde se encontraba. Las ataduras en las manos y los pies le cortaban la circulación adormeciéndole las extremidades. Desde el suelo donde se encontraba sentado alcanzó a ver una ventana. No podría decir cuánto tiempo había pasado, pero afuera reinaba la misma oscuridad que dentro del mugriento galpón. A medida que el efecto del sedante que Mauricio le había inyectado fue pasando, la angustia y desesperación que le provocó recordar la última vez que había visto a Julia volvió a apoderarse de él.

Había ocurrido cuando Mauricio se enteró de que Ana estaba buscando a su hija. Al enterarse de que había hecho la denuncia, quiso ganar tiempo obligando a Julia a decir que estaba intentando recomponer su relación con Lucio. La situación se había salido de las manos en el momento en que Julia nombró la taza de té con leche.

Segundos antes, Julia le había dedicado una mirada y dibujado un "perdón" con los labios. Sabía que los estaba arriesgando a ambos, pero debía asegurarse de que su perrito estuviera bien. La esperanza la había abandonado y no estaba segura de volver a ver a sus amores.

Mauricio no era un hombre tonto, por lo menos en algunos aspectos, y cuando la escuchó nombrar una taza de té con leche la obligó a cortar la comunicación.

―Me tomas por imbécil ―gritó en esa oportunidad, tomándola del cabello y propinándole un golpe con la mano cerrada en el rostro―. ¿Qué significa eso del té con leche?

―Déjala, por favor ―suplicó Lucio que, atado de pies y manos, se removía con desesperación con la intención de soltarse para socorrerla.

―Nada ―respondió llorando ella―. Te juro que no es nada. Por favor déjame volver a mi casa.

―Además de puta, idiota. No hay vuelta a casa para ti o para mí ―respondió volviendo a la carga con los golpes.

Lucio había gritado, suplicado y amenazado para que la soltara; en tanto, Mauricio continuaba castigando a Julia con brutales golpes en el rostro y el cuerpo

"Esto no puede ser real" se repetía Julia, mientras su cabeza intentaba aferrarse a la idea de que en cualquier momento alguien vendría por ellos, alguien encontraría el lugar donde estaban y los salvaría. "Esto no puede estar ocurriendo", se decía mientras con los brazos intentaba protegerse de la furia del otro. En algún punto dejó de escuchar las súplicas de Lucio, los insultos de Mauricio y hasta su cerebro hizo silencio.

Lucio vio el momento exacto en que uno de los golpes de Mauricio dejó a Julia en el suelo, desmayada, sin posibilidad de defenderse, y no pudo contener las lágrimas. Sentía dolor, impotencia, bronca. La veía sufrir y no podía hacer nada para defenderla o ayudarla. Prefería ser él quien recibiera los golpes.

―Deja de llorar, marica ―había gritado Mauricio mientras arrastraba el cuerpo inmóvil de Julia a un cuartito, lo arrojaba sin miramientos dentro y cerraba la puerta con llave.

Ahora las lágrimas comenzaban a correr por su rostro. Rogaba que Julia estuviera viva, que alguien los estuviese buscando, que sus amigos persiguieran a Mauricio. Rogaba y no sabía a quién, porque allí estaban los tres y no había dios o santo que los ayudara.

Un portazo lo distrajo. Era Mauricio. Lucio no pudo evitar que el estómago se le encogiera y por alguna razón recordó alguna que otra conversación con Julia. Cuando se notaba acobardada, cansada y con miedo. Él en ese momento se había molestado porque ella no lo enfrentaba. Ahora sabía lo cruel que podía llegar a ser Mauricio.

Se desanimó cuándo en el rostro de Mauricio vio un rastro de triunfo. El caminar pausado y altanero confirmaban sus sospechas. Todos habían creído que Julia estaba con él y nadie los estaba buscando y si los buscaban, nadie sospechaba del oftalmólogo.

Lo vio buscar la llave del cuartito donde había encerrado a Julia y al abrir la puerta la sacó a empujones de adentro.

―Vamos, fuera ―gritó Mauricio dándole un empujón que la hizo perder el equilibrio y caer de bruces al suelo.

Julia no estaba atada, pero la debilidad por los golpes recibidos le impedían mantenerse en pie. Lucio la miró a los ojos y ella desvió la mirada. Sentía vergüenza de que él la viera así, pero él pensó que lo odiaba por no defenderla. Él se sentía lejos de ser el hombre protector y defensor que se comía el mundo por su mujer y en esa mirada esquiva, sintió que ella lo sabía.

Mauricio se acercó a Lucio y volvió a inyectarle alguna droga que comenzó a hacerle efecto justo luego de ver cómo colgaba una soga del cuello de Julia, la ataba de pies y manos, le vendaba los ojos y luego la subía a una mesa muy pequeña.

―¡Por favor! ―suplicaba llorando Julia―. No me mates.

―No pienso ensuciarme las manos contigo. Vivirás el tiempo que dures de pie sobre la mesa. Cuando pierdas el equilibrio, serás tú misma quien termine con tu vida.

Con desesperación, Lucio escuchaba el llanto de Julia. La droga comenzó a hacer efecto y el llanto y los gritos de ella comenzaron a acallarse. 

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora