Capítulo 8

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Era tarde cuando Julia entraba a su departamento. Necesitaba estar un rato sola para pensar y en cierto punto quería convencerse de que volver a su ciudad y a su lugar no era algo imposible. Sintió su departamento vacío y frío. Faltaban muchos de sus muebles, como también comida en las alacenas y heladera. Muchas de sus plantas se habían secado a pesar de los esfuerzos de su madre, que claramente no tenía mano para la jardinería.

Caminó de un lado al otro, buscando algo que sabía no encontraría. Fue al balcón y miró a la calle, no había nadie. Fue a su cuarto y abrió las puertas de su armario. Estaba prácticamente vacío, solo colgaban de las perchas algunos abrigos y entre ellos un saco de Mauricio que destacaba por su tamaño y perfume. Intentó mirarlo con odio, pero sabía que, si se acercaba y aspiraba el aroma, volvería a sentirse en casa. Lo hizo, descolgó el abrigo y con los ojos cerrados respiró profundo. Las lágrimas brotaron solas, lloró con bronca, porque sentía que lo amaba y porque sabía que lo extrañaba.

Arrojó el abrigo al suelo, fue al comedor y buscó el colchón inflable de su madre. Lo arrastró hasta la habitación y con fuerza comenzó a inflarlo hasta que estuvo a punto de reventar. Cuando estuvo cansada se dejó caer boca abajo y mientras golpeaba con los puños, gritaba y lloraba. Cuando sintió que ya no podía más, se llevó las manos al pecho y se fue calmando mientras iba adormeciéndose.

Despertó sudada y con el cuello adolorido. Las luces del departamento habían quedado encendidas, incluso la de su cuarto, por lo que no le costó encontrar su teléfono. Las tres de la mañana y un mensaje de WhatsApp de Mauricio que decía: "Jul, escuché que regresaste. Si es así, contesta. Necesito verte." Apagó el teléfono y se fue a dar una ducha.

Solo había pasado unos minutos, cuando sonó el timbre de la calle. Sabía que era Mauricio, lo ignoró y fue a vestirse. Rogaba que el timbre no volviera a sonar, porque sentía que volver a su lugar la hacía flaquear en su determinación. El sonido del timbre se volvió a escuchar y estuvo tentada a no atender, pero una parte de ella quería oírlo, aunque fuese una última vez.

―¿Hola?

―Julia, ¿eres tú?

―Sí.

―Soy Mauricio, ¿tan pronto te olvidaste de mi voz?

―¿Qué haces aquí?

―Necesitamos hablar. Por favor, por todo lo que vivimos juntos, dame cinco minutos y terminemos como nos merecemos.

―Mauricio, por favor...

―Por favor pido yo, aclaremos todo y démonos la oportunidad de despedirnos como nuestra relación se merece.

―Solo cinco minutos ―dijo al tiempo que pulsaba el botón para abrir la puerta del edificio y el llanto le cerraba la garganta ante la idea de una despedida.

Lo esperó con la puerta abierta y al verlo, un nudo en el estómago la tensó. Él estaba más delgado, pero tan guapo como siempre, y al saludarla apoyó la mano en su hombro y sus labios se posaron suaves en su mejilla provocándole un escalofrío.

Julia no podía verlo sin recordar los buenos momentos, cuando eran más jóvenes y reían de pavadas. Nunca olvidaría que fue él quien la acompañaba noches enteras mientras ella estudiaba para rendir algún final.

―Te ves linda ―mencionó él porque realmente lo pensaba. Verla de camiseta de breteles y un short corto le encantaba. El cabello castaño suelto le enmarcaba el rostro moreno y le daba un aire de misterio que a él siempre lo embelesaba.

―Gracias ―respondió ella y descalza se dirigió a la mesa del comedor, ya que no había otro lugar para sentarse.

―Amor, ¿qué ocurrió? ¿Por qué te fuiste?

―Mauricio, me engañabas con otra.

―Nena, sabes que nunca haría algo así, dime, ¿quién te lleno la cabeza? ¿Fue Nur?

―¿Por qué metes a Nur en nuestros problemas? Ella no tiene nada que ver.

―Entonces fue Laura, no ya sé, fue la envidiosa de Mariana. Ya te dije, son un par de envidiosas que no pueden ver que otros sean feli...

―Mauricio, te vi en el archivo con la chica nueva. Estabas ―respiró profundo― cogiendo con ella, allí mismo, en el archivo ―enfatizó para recordarle que a ella no le quería ni dar la mano delante de sus compañeros.

―No sé qué decirte. ―Caminó unos pasos mientras se pasaba una mano por el cabello y pensaba en la mejor manera de pedir perdón. No quería perderla.

―No me digas nada, pero quiero que entiendas que después de eso no hay oportunidad para nosotros.

―No me digas eso ―pidió con la voz quebrada.

―No puedo decirte otra cosa. Me dolió mucho lo que ocurrió.

―Me equivoqué y no imaginas lo arrepentido que estoy. Pero después de todo lo que vivimos y de lo que nos amamos, porque yo te sigo amando, y estoy seguro de que tú a mí también. ―Probó tocándole la mano y al ver que ella no lo rechazaba, continuó―. Merecemos una oportunidad. No podemos tirar tantos años a la basura.

―No creo que podamos salir de esto ―dijo comenzando a llorar.

―Sabes que no estábamos muy bien el último tiempo. Una crisis puede pasarle a cualquier pareja.

―Esto es más que una crisis.

―No llores mi amor, prefiero morir a verte sufrir por mi culpa. Por favor, sabes que estábamos pasando por una situación de mucho estrés. No sé qué me pasó por la cabeza para hacer lo que hice y si pudiera volver el tiempo atrás juro que lo haría para que todo vuelva a ser como antes. ―Le besó la mano mientras le secaba las lágrimas y se acercaba más a ella―. ¿Me crees?

―Sé que no fue tu intención lastimarme. ―.a mirada vidriosa de él le recordaba al muchacho simpático que había sido y el modo cariñoso con el que la tocaba la estaba volviendo débil frente a la decisión que había tomado. Deseaba de todo corazón pensar que esta sería la última pelea, quería dejar que la convenciera de que podían recuperar el amor que se tenían, a pesar de que ya habían ocurrido muchas cosas entre ellos.

―Te amo tanto. Solo necesito una oportunidad para demostrarte lo que significas para mí.

―No lo sé ―pronunció y cerró los ojos cuando él le acarició la mejilla.

―Te prometo que todo volverá a ser como antes, que no te arrepentirás de volver conmigo ―suplicaba mientras bajaba la mano y con ella se llevaba el bretel de la camiseta dejando al descubierto el hombro de Julia.

―No me hagas esto ―suplicó ella cerrando los ojos, sabiendo que no podía mantenerse firme mientras él la estuviera mirando o tocando.

―Te amo, nena. Pídeme lo que quieras y lo haré con tal de tener tu perdón. Muero si llego a perderte, eres mi vida entera.

―¿Prometes que todo será como antes?

―Te lo prometo por mi vida, juro que te haré la mujer más feliz del mundo.

Se puso de pie y la obligó a hacer lo mismo. La besó en los labios mientras la desvestía y la llevaba al colchón inflable, donde hacía apenas unas horas, ella había llorado por él y donde ella estaba segura, volvería a llorar cuando terminaran de hacer el amor.

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora