Dos meses pasaron desde aquella noche en que Lucio le propuso matrimonio y ella aceptó bajo una lluvia de fuegos artificiales. Desde ese momento, no volvieron a separarse. Esa misma noche, Lucio la había llevado a su departamento donde se amaron luego de jurar no volver a separarse.
Cuando volvieron a su ciudad, de a poco comenzaron una convivencia en la que pasaban algunas noches en el departamento de él y otras en el de ella. Se amaban y no existía persona que los viera que pudiera negar el amor que se profesaban.
Por otra parte, Julia retomó su trabajo en el hospital al tiempo que reorganizaba el proyecto para la prevención temprana y erradicación de la violencia de género, el cual, con su partida, había quedado en el olvido.
Sus días continuaban siendo largos, dedicaba mucho tiempo a sus residentes y algunas noches no volvía a casa a dormir por cuidar de algún paciente. En caso de volver a su casa, su instinto de lechuza, como lo llamaba Lucio, no la dejaría descansar.
Unos días después de la llegada del año nuevo, los novios decidieron poner fecha a la boda y para ello organizaron una cena en un coqueto salón de eventos de la pequeña ciudad donde vivían.
Julia ingresó al lugar donde tanto como su familia, a excepción de su hermano que continuaba sin poder postergar sus asuntos en España, la familia de su novio y los amigos de ambos, compartirían una cena para formalizar el compromiso.
En una amplia recepción, las familias conversaban animadas y los grupos de amigos de ambos se mezclaban conversando mientras bebían y reían sobre algunas anécdotas. Julia rio al ver a Joaquín, uno de los amigos de Lucio, acercarse a Nur, contándole que había sido él quien había encendido los fuegos artificiales en la terraza contigua la noche que se habían comprometido. Nur lo miraba como si aquello hubiese sido la hazaña más impresionante jamás contada y el otro parecía creerle porque volvía una y otra vez sobre la misma anécdota contándola cada vez con más detalles.
―¿Te parece si voy a salvarla? ―preguntó Lucio abrazándola por detrás y hablándole al oído.
―Deberías salvarlo a él ―respondió ella riendo luego de girar el rostro para besarlo en los labios.
Nur se libró de Joaquín durante algunos minutos y se dirigió hacia Santiago y Diego, que durante todo el tiempo habían estado muriendo de risa.
―No sé qué les parece tan gracioso.
―¿Lindos los fuegos artificiales? ―preguntó Diego.
―No deberían burlarse así de mí, soy lo único que les queda.
Los tres miraron al mismo tiempo a sus amigos. Vicente y Valentina entraban al salón, un poco tarde, tomados de la mano. Él no cabía en sí del orgullo que le provocaba llevar a Valentina de la mano. La miraba cada vez que podía y cuando comenzaron a acercarse a familiares y amigos para saludar, él la soltaba de mala gana y ponía cualquier excusa para volver a tocarla. Acomodaba su cabello, le rozaba la mano, se acercaba para hablarle al odio y cuando por fin la hacía reír le besaba la mejilla con ternura y ella lo miraba con amor.
Por otro lado, Julia y Lucio no se separaban un segundo. Estaba tan compenetrados que no les hacía falta hablar, cualquier cosa que ocurría se miraban y parecían saber lo que pasaba por la cabeza del otro porque enseguida se sonreían. Como en ese momento en que Lucio la miró con una media sonrisa, Julia negó con la cabeza mientras él le guiñaba un ojo, al tiempo que abandonaba el salón por una de las puertas laterales. A los dos minutos vieron como Julia traspasaba la misma puerta.
―Viven juntos, me vas a decir que no se pueden aguantar las ganas dos horas hasta que todos no hayamos ido ―exclamó indignada Nur y escuchó las risas de los amigos a su lado.
ESTÁS LEYENDO
Por favor, déjame enamorarte
RomanceJulia es una joven cardióloga que tiene la vida solucionada. Una madre amorosa que parece olvidar que ya no es una adolescente, un empleo del que está orgullosa, a pesar de ocupar el escalón más bajo en la cadena de responsabilidades, un grupo de am...