Capítulo 3

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Llegaron a la función de cine con quince minutos de demora, por lo que no pudieron pasar por el pack de pochoclos y gaseosas que compraron en la página web junto con las entradas. A mitad de la función, Mauricio tuvo que salir a atender una llamada y ella terminó de ver la película sola porque él nunca volvió a entrar. Cuando salió de la sala, lo vio sentado en un sofá, esperándola.

―¿Qué te ocurrió? ―preguntó sin poder ocultar su frustración.

―Nada, ¿por? ―respondió sonriente mientras se ponía de pie.

―¿Por qué me dejaste sola en la sala?

―¿Sola? Había como cien personas ―contestó en un intento por hacerla reír.

―Sabes a lo que me refiero. Pero no importa.

―Tenía que arreglar algunas cosas. No te enojes.

―No me enojo, pero me invitas al cine y me dejas sola en la sala. Si tenías algo que hacer, me hubieras avisado y lo dejábamos para otro día.

―Te enojaste. Ves que no puedo hacer nada porque últimamente todo te molesta.

―No ―respondió abruptamente mientras comenzaba a caminar hacia la salida―, no te equivoques, no todo me molesta. ―Estaba cansada de que le preguntara si estaba enojada o molesta. Se estaba convirtiendo en la gruñona de la pareja y no le gustaba nada.

―Es increíble como te gusta buscar motivos para pasar un mal momento. Realmente no me pareció tan grave. Tenía una sorpresa para ti, pero viendo que no se te pasa el mal humor te lo diré.

―Nunca dije que fuera grave ―respondió en voz baja cuando la culpa comenzó a corroerla.

―Es que contigo no se puede hacer nada. Organicé para que cenemos todos juntos.

―¿Todos? ―Quería saber a qué se refería con ese "todos".

―Sí, mis amigos y mi familia y claro, los tuyos también.

―Y, ¿por qué no me contaste?

―Si te hubiese contado no sería sorpresa. ―Volvía a hacerse el gracioso mientras le tomaba la mano.

―¿Dónde nos encontramos? ―Cedió un poco por culpa, porque Mauricio estaba tanto o más ocupado que ella y aun así se tomaba el tiempo para organizar algo juntos y también por sus amigos y familia, quienes se estaban tomando el tiempo para ir a pasar un momento con ellos. Tal vez Mauricio no se diera cuenta de algunas cosas, se decía para justificarlo, pero no era un mal hombre y la amaba, estaba segura de eso.

―En el restaurante que está en el hotel ―contestó orgulloso y cuando vio el rostro pasmado de Julia agregó―, no te preocupes. ―Sonrió mientras le apartaba un mechón de cabello y se lo colocaba detrás de la oreja― Yo pago. Deberías hacerte un alisado. Me gusta cómo te queda el cabello largo, pero lo tienes muy descuidado.

―¿Por qué ahí? ―Desestimó la última frase mientras le apartaba la mano de su cabello.

El restaurante del hotel era por lejos el más caro de la ciudad, por no decir que quienes iban a cenar a ese lugar debían hacerlo con la vestimenta apropiada para la ocasión. Claramente, ella y su madre podían darse el lujo, pero a Nur no le gustaban los gastos innecesarios, por no hablar de Carla y su marido, que seguramente habían viajado con los pequeños desde Buenos Aires y eso ya significaba un gasto.

―Nena, vengo organizando esto hace tres meses. No cuestiones todo, dedícate a disfrutar, tu novio se encarga. ―La tomó de la mano y la sacó del cine.

Pudieron haber ido caminando porque en la ciudad, todo quedaba más o menos cerca. Pero a Mauricio no le gustaba llegar a ninguna parte sin su auto, por lo que subieron al auto para recorrer las tres cuadras que los separaban de su destino. Dieron varias vueltas para poder estacionar cerca del hotel. Mauricio conducía molesto, quejándose por las cosas más insignificantes, hasta que por fin se dio por vencido y dejó el auto en un aparcamiento a dos cuadras del sitio donde ambas familias los esperaban.

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora