Capítulo 28

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Cerca de las siete de la tarde, la pareja se despidió y partió hacia el departamento de Lucio, donde pasarían la noche. Como había pedido a su madre, lo habían ventilado y repasado un poco, aunque todavía conservaba el olor a encierro después de tantos meses desocupado.

El departamento era pequeño, había prescindido de comedor, por lo que la sala había ganado espacio suficiente para amurar a una pared una estantería que estaba repleta de libros. Cuando fueron a la habitación, Julia rio al ver que el sueño de la cama King se había hecho realidad. Miró a Lucio para hacerle algún comentario, pero él se limitó a dejar las valijas y huir del cuarto lo más rápido posible.

Los perros saltaron sobre el sofá y mientras el cachorrito olfateaba todo de manera precavida, Taz se restregaba por los muebles para dejar impregnado su olor. Lucio se dedicó a mostrarle el departamento a Julia mientras iba abriendo las ventanas para que el aire de la calle, que no era tan limpio, ventilara el lugar.

―¿Te molesta si me doy una ducha? Estoy agotada ―reconoció Julia.

―Ve tranquila, en el armario hay toallas limpias, usa lo que necesites.

Ella agradeció y se metió al baño. Entre tanto, él revisó la heladera para comprobar que no había más que una botella de agua fresca. Se acomodó un poco el cabello, buscó la billetera y estaba listo para salir cuando escuchó el grito de Julia.

―¿Qué te ocurre? ¿Puedo pasar?

―¡No, no pases! ¡Estoy desnuda!

―Cúbrete y entro.

―Mierda, Lucio, no puedo. Sobre las toallas hay una cucaracha.

―¿Está viva?

―No, por suerte.

―Entonces quítala y cúbrete, así entro a sacarla.

―No la voy a quitar ―gritó con asco.

―Entonces déjame pasar y yo la quito ―dijo riendo, aunque comenzaba a darse cuenta de que sería uno de los fines de semana más largos de su vida. Claramente, no le bastaría con mantenerse alejado de la habitación.

―Vete a la sala que voy a salir ―ordenó del otro lado de la puerta.

―¿Desnuda?

―Sí.

―Perfecto, ya me fui ―avisó muerto de risa sin moverse un centímetro.

Ella abrió la puerta y apenas cubriéndose con las manos atravesó el pasillo a toda prisa en dirección a la habitación.

―Lindo culo ―dijo él riendo.

―Te odio ―gritó ella entre carcajadas.

Cuando por fin salió de cambiarse, él ya se había dado una ducha y estaba listo para salir a comprar. Ella lo quiso acompañar, llevaron a los perros y dieron una vuelta por el barrio, tomados de la mano. Julia había extrañado ese contacto con él, por lo que disfrutó cada paso que dio de su mano.

Ya en el departamento ocuparon el pequeño sofá de dos cuerpos y cenaron algo rápido mientras conversaban y escuchaban música. Los perros corretearon un rato, pero el cansancio los alcanzó a ellos también y en un momento quedaron dormidos en el suelo, a los pies del sofá.

―¿Lo pasaste lindo con mi familia? ―preguntó él cuando ya estaban terminando de cenar.

―Muy bien, son muy divertidos.

―Lo son, además de ruidosos y molestos.

―Te toca por ser el menor.

―¿Quieres preguntar algo?

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora