Capítulo 30

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Desde el sábado por la mañana, el optimismo se había apoderado de sus pensamientos y el mundo comenzaba a tomar otro rumbo. Confesarle a Lucio que lo amaba, había sido de las mejores decisiones de su vida. Ya no sentía ese peso de la incertidumbre y el hecho de que él correspondiera a su amor, del modo en que lo hacía, sin mezquindades o celos, le estaba enseñando una nueva forma de querer. A esta altura, Julia creía que nada malo podría ocurrir en un sitio donde Lucio estuviera presente.

Al llegar a la ciudad, y a pesar de las negativas de ella, terminó quedándose en el departamento de Lucio. El primer día, porque después de hacer el amor se quedaron dormidos y al día siguiente se levantaron con el tiempo justo para ir a trabajar.

Al día siguiente, luego del trabajo, Lucio le dijo a Julia que lo acompañara a su departamento. Había comprado una mesa para el comedor y quería estrenarla con ella. Definitivamente, la idea de una comida se desvaneció cuando atravesaron la puerta del departamento y Lucio la levantó en el aire y la sentó sobre la mesa.

―Todavía recuerdo la vez que te senté sobre el escritorio de mi consultorio. ―Apoyó sus manos en las rodillas de Julia― y muero de ganas por besarte como no pude esa vez. ―Le separó las piernas y se acomodó entre ellas ante la mirada expectante de ella.

Julia también recordaba esa vez y las sensaciones que había despertado en ella con apenas tocarla. Le pasó los brazos por el cuello y se acercó para besarlo.

―Te amo, Lucio ―alcanzó a decir mientras se desvestían uno al otro.

―Yo también te amo ―respondió mientras tironeaba del pantalón enredado a sus pies.

Esa noche, luego de hacer el amor sobre la mesa, se dieron una ducha juntos y cenaron en la cama.

―Mañana debería pasar por mi departamento ―comentó Julia mientras se cubría la boca para bostezar.

―¿Ya te quieres ir?

―Debería irme, pero solo iré a buscar algo de ropa.

―Perfecto ―respondió él con una sonrisa mientras se acomodaba en la cama para poder abrazarla.

―Borra esa sonrisita que esto no es una convivencia.

―Nunca dije que lo fuera, solo somos dos enamorados que no pueden permanecer uno lejos del otro. ―Sabía que debería dejarla dormir, se acercó a darle un beso de buenas noches y fue ella quien se prendió a su boca enganchando las piernas alrededor de sus caderas―. ¿No tienes sueño?

―Muero de sueño, pero también de amor ―contestó Julia y sintió cómo el cuerpo de Lucio se estremecía por la risa.

―Vas mejorando ―mintió él.

―Debería ofenderme, pero prefiero pasar por alto tus pavadas. ―Se quitó la remera que él le había prestado para dormir y se colocó sobre él para besarlo.

―Me encanta cuando pasas por alto mis pavadas ―confesó él con la voz ronca mientras ella le besaba el cuello y de a poco iba bajando por su cuerpo.

Al día siguiente, mientras caminaba por el corredor del pasillo del hospital, pensaba que debería sacar un turno con la ginecóloga. Necesitaba hacerse un chequeo, además quería empezar a cuidarse tomando algún anticonceptivo, de esa manera podrían dejar de usar preservativos. En dos oportunidades les había ocurrido estar a punto de olvidarlo. Quería tener una familia con Lucio, pero no quería apresurar las cosas.

Se detuvo al encontrarse con Mariana, quien le contó que acababa de atender a una mujer que había ingresado con traumatismos múltiples. Su hijo de doce años le había salvado la vida al subirla a un taxi y llevarla al hospital luego de que su marido le diera tremenda paliza y hubiera abandonado la residencia, supuestamente para ir a trabajar.

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora