Los dos meses pasaron rápidamente y cuando se quiso dar cuenta, la suplencia para el cargo de profesor adjunto había acabado. Como también las mañanas de los sábados apretujadas en Once, las tardes de parques y mates con Carla y su familia, o los domingos recorriendo los centros comerciales.
Su madre llegó un miércoles al mediodía. Esta vez, había pedido una licencia de tres días en la escuela para poder ayudar a su hija a embalar las cosas de las dos. Cuando terminaron de acomodar las valijas dentro del baúl del auto, dieron un último vistazo al departamento, lo cerraron y devolvieron las llaves. Carla las invitó a un almuerzo de despedida junto con su marido y sus dos pequeños y luego de besos y abrazos volvieron al auto emprendiendo el viaje de regreso.
Llegaron por la noche directamente al departamento de Ana, donde Vicente las estaba esperando y luego de unos minutos llegaron Nur, Valentina, Diego y Santiago con cajas de pizza y cervezas. Fue una hermosa bienvenida, aunque no alcanzaba a distraerla del todo de lo que le esperaba la semana siguiente.
El lunes llegó en un abrir y cerrar de ojos, al igual que todo lo malo que se quiere posponer. Como el director del hospital había prometido, cuando Julia se reincorporó fue nombrada directora del área de cardiología y enseguida le presentaron a dos jóvenes residentes que estarían a su cargo. Antes de ser vista por sus compañeros, se dirigió a su consultorio y pidió a sus residentes que quitaran el box que hacía apenas unos meses le había servido para atender a sus pacientes. Era increíble que en tan poco tiempo su vida hubiese cambiado tanto.
La mayoría de los pacientes sabían que el doctor Maldonado se había jubilado y nadie quería ser el conejillo de indias del nuevo cardiólogo. Eso le dejaba la agenda completamente libre por la mañana, por lo que los residentes, mostrando muy buena predisposición, dedicaron gran parte del día a la tarea de remodelación del consultorio mientras ella leía las historias clínicas de algunos pacientes.
Al mediodía Mauricio entró al consultorio sin siquiera anunciarse. Marcos y Andrés, los residentes, habían salido a almorzar. Ella hubiese preferido postergar ese momento por la eternidad, pero claramente Mauricio se empeñaba en llegar al choque.
―Por fin das la cara. ―Provocó él después de haber hecho una larga pausa dramática mientras le clavaba la mirada verdosa.
―¿Qué quieres?
―Como mínimo exijo una explicación, te dije que pasaría por ti el domingo por la mañana. Dejaste mi casa sola y abierta. ¿Qué mierda te cruzó por la cabeza?
―No me hables así.
―¿Y cómo quieres que te hable? ¿Te llenaron la cabeza tus amigas? ¿Fue eso? ¿Te acostaste con el "bombón" que hacía el curso contigo?
―¿Revisaste mi teléfono?
―¡Por supuesto que lo revisé! Te reíste de mí en la cara. ―Le tomó el rostro con una mano y se lo soltó al instante con una expresión de asco en la mirada.
―¿Te vi con otra y me sales con esto? No tienes vergüenza ―dijo alejándose mientras comenzaba a temblar.
―No, eres tú quien no tiene vergüenza ¿Te volviste loca?
―No, no me volví loca.
―Estás loca, Julia. Te pedí que me esperaras hasta el otro día, que volvería a buscarte, desapareces y ahora vienes con ese escote y mostrando piernas evidentemente para llamar la atención de algún otro idiota. ¿Dejé de gustarte? ¿Con quién estás caliente ahora?
―¿Por qué no admites como fueron las cosas en realidad? Me engañaste y cuando nos estábamos reconciliando exiges de mí algo que no quiero. Y para peor, me dejaste en esa casa de mierda, en medio de la nada misma, cuidando los muebles que habías comprado.
ESTÁS LEYENDO
Por favor, déjame enamorarte
RomanceJulia es una joven cardióloga que tiene la vida solucionada. Una madre amorosa que parece olvidar que ya no es una adolescente, un empleo del que está orgullosa, a pesar de ocupar el escalón más bajo en la cadena de responsabilidades, un grupo de am...