Capítulo 41

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Ana rompió en llanto en el mismo instante en que Julia cortó la comunicación. Las piernas le fallaron y tuvo que sentarse para no caer al suelo. Jorge se arrodilló a su lado y la abrazó mientras ella se cubría el rostro con las manos. Nur dejó al cachorrito dormido sobre un almohadón en el suelo y salió a la calle. Necesitaba tomar aire. Julia había dicho que estaba con Lucio, ¿dónde pudo llevarla?

Buscó su teléfono y llamó a Karim. El teléfono se cansó de sonar, pero nadie atendió. Colgó cuando saltó el contestador. Sus amigos salieron a la calle con ella. Vicente se veía desesperado a tal punto que ni Valentina era capaz de calmarlo. Decidieron que cada uno subiría a su auto y saldrían a buscarla. Los padres de Vicente tomaron las llaves del departamento de Julia y fueron hacia allí, con la esperanza de que ella volviera en cualquier momento.

―Todo va a estar bien, nena ―prometió Diego antes de darle un beso en la frente y subir a su auto.

Cuando quedó sola nuevamente, probó marcar el número de Karim por si tenía suerte. Seguía sin responder. Comenzó a caminar de un lado al otro con el teléfono en la oreja, hasta que por fin una voz soñolienta respondió.

―Hola, ¿Nur? ―preguntó incrédulo mientras apartaba a la mujer que dormía a su lado.

Antes de poder contestar, Nur escuchó que, entre bostezos, una voz femenina con acento raro preguntaba, "¿quién es?"

―Perdón si te molesto ―empezó a decir Nur.

―No, no me molestas ―interrumpió Karim―. ¿Ocurre algo? ¿Te encuentras bien? ―preguntó ya más despabilado.

―Julia no aparece y acaba de llamar diciendo que está con Lucio.

―¿Y cuál sería el problema? Tal vez se están reconciliando.

―Es largo de explicar, pero su mamá sabe que algo malo le ocurre.

―Te aseguro que si está con Lucio no le puede ocurrir nada malo.

―Escucha, sé que Lucio tiene un departamento en Buenos Aires, ¿podrían estar allí? ¿Podrías fijarte? Por favor. ―Las últimas palabras sonaron a súplica.

―Nur, no estoy en el país, pero no te preocupes. Hablaré con mi madre para que vaya a revisar, mientras intentaré llamar a Lucio.

―Gracias. ―Su voz se quebró a pesar de haberse prometido no llorar.

―¿Estás llorando? Nur, no llores, todo va a estar bien. Está atenta al teléfono que en un momento volvemos a hablar.

La policía se enteró de que Julia se había comunicado con Ana. Un patrullero llegó a la casa haciendo sonar las sirenas, aunque el andar pausado de los oficiales y la charla vulgar desmentía la preocupación que intentaron demostrar.

Nur no quiso entrar a ver cómo Ana se negaba a retirar la denuncia. Esperó sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el pequeño muro que separaba la propiedad de la vereda. Con su mirada vigilaba la calle, por las dudas de que su amiga volviera y de reojo miraba el teléfono hasta que, por fin, luego de media hora y de que los policías se hubiesen marchado, llegó la llamada que esperaba.

―Nur, el departamento de Lucio está vacío y no hay rastro de que hayan estado allí.

―¿Pueden estar con los padres de Lucio?

―Acabo de llamarlos, la última vez que hablaron con él fue el jueves. La familia de Lucio está viajando para allá. Perdón, pero les tuve que contar. Ellos también están preocupados.

―Está bien, ellos deben saber mejor que nosotros dónde puede estar su hijo. ¿Dónde la pudo llevar?

―¿Están seguros de que Julia está en peligro?

―Sí, estamos seguros, ¿pudiste hablar con Lucio?

―Tiene apagado el teléfono, pero tal vez se le agotó la batería.

―O tal vez no quiere hablar con nadie.

―Nur, no lo conoces, pero es la única persona por la que pondría las manos en el fuego. Te juro que es incapaz de hacerle daño a alguien.

―Los celos son motivo suficiente para hacer cualquier cosa.

De a poco, Julia fue volviendo en sí. El cuerpo le dolía y al llevarse una mano a la boca para contener el llanto sintió una punzada de dolor al tiempo que el sabor de la sangre le revolvía el estómago. Abrió los ojos, estaba totalmente a oscuras, solo una línea de luz entraba por debajo de la puerta. Intentó incorporarse, pero al apoyar las manos en el suelo frío y húmedo se sintió asqueada. Había olor a encierro, a humedad, a moho. Apoyó la espalda en la pared y al estirar las piernas pudo tocar la pared contraria.

Lloró con amargura cuando recordó la llamada a su madre, esperaba que ella hubiese entendido la referencia al té con leche. Le dolió cuando su madre usó el código del que tanto habían reído, y más le dolía saber que ahora estaría desesperada buscándola. Ella misma no sabía dónde estaba, no creía que su madre fuera capaz de encontrarla.

Con el llanto, un quejido angustioso escapó de su interior que la obligó a llevarse las manos a las costillas. Recordó que debía disculparse y aunque no sabía si del otro lado de la puerta alguien la escucharía, lo intentó.

―Lucio, lo siento mucho. Por favor, perdóname. ―Continuó llorando, aterrada, mientras con el puño golpeaba la puerta―. Por favor, perdóname ―gritó a pesar de que la angustia le cerraba la garganta con cada palabra. Cansada apoyó la cabeza en la puerta intentando escuchar algún sonido. Lo primero que oyó fueron unos pasos largos y firmes

―Shhh.

Escuchó que alguien la obligaba a callar y luego, sintió el retumbar de su propia cabeza cuando, del otro lado, alguien pateó la puerta con fuerza.


Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora