A la mañana siguiente, la policía volvió a la casa de Ana. Ella no había descansado en toda la noche, unas manchas violáceas enmarcaban sus ojos enrojecidos, las manos le sudaban y habían adoptado un movimiento repetitivo que le era imposible de controlar. Se sobresaltó cuando los escuchó tocar la puerta tan temprano. A pesar de que Jorge, Diego y Nur no se habían separado de ella ni un instante, haciendo de lado sus propios miedos para dedicarle palabras de ánimo, y de que ella misma se decía que pronto estaría nuevamente con su hija, el miedo le estaba estrujando el alma.
―Encontramos un auto a orillas del lago y creemos que puede ser de su hija.
―Vamos ―respondió temblando y los cuatro subieron al auto de Jorge, aunque quien condujo fue Diego, que a esa altura era al más tranquilo.
Cuando llegaron al lugar ya era de día y a Nur le pareció que era un sitio totalmente diferente al que había visto acompañada por Karim. La recorrió un escalofrío cuando, por el radio policial, avisaron que podían percibir la señal de por los menos dos teléfonos celulares. La serenidad del lago y el sonido de las aves y otros animales al despertar desmentía el hecho de que en cualquier momento comenzaran un rastrillaje con la intención de encontrar en el mejor de los casos dos teléfonos, y en el peor, el cuerpo de Julia.
Ana se desmoronó al reconocer el auto de su hija y no alcanzaron los brazos para poder sostenerla, ni siquiera los de Nur, que corrió a su lado y de rodillas lloraron juntas.
Llegaron Santiago, Valentina, Vicente y sus padres y todos intentaban dar fuerza a Ana. Vicente dijo de manera muy acertada que llamaría a su primo Rodrigo para avisarle lo que estaba ocurriendo con su hermana. Nadie quería preocuparlo, pero tampoco podían mantenerlo al margen.
El teléfono de Nur sonó y se apartó para atender a Karim.
―¿Sabes algo? ―preguntó él sin preámbulos.
―Encontraron el auto de Julia en un lago y creen que la señal de su teléfono también proviene de aquí.
―Nur, no tengo que decirte que Mauricio está detrás de todo esto.
―Ven a ayudarme ―suplicó.
―Estoy intentando, pero no consigo vuelo. Ahora piensa, ¿dónde los puede tener?
―No lo sé ―respondió mientras un gemido de angustia se escapaba de su garganta.
―No, no llores, has memoria ―ordenó―, porque nuestros amigos dependen de ti. ¿Dónde consideras que pueden estar?
―No lo sé, yo no conozco tanto a Mauricio y tampoco conozco a Lucio. Porque a pesar de lo que tú digas, ella dijo que estaba con él.
El viernes por la tarde, Julia decidió darse por vencida, ya estaba cansada de rogar a Lucio por una oportunidad para explicarle lo ocurrido. No quería más que eso, una oportunidad para contarle lo ocurrido y entendía que estuviese dolido, pero no podía apartarse de ella, así como así, sin darle la menor chance de nada. Era cierto que todo el mundo en el hospital hablaba de ella, consideraban que se humillaba por él, aunque ella no creía que pedir disculpas fuese una humillación. De todas formas, era sabida la tendencia de sus compañeros por exagerar las cosas. Se quitó el guardapolvo, lo colgó en el perchero, tomó su cartera y abandonó su consultorio, decidida a subir a su auto. Dejaría de llorar y se dedicaría a pasar el fin de semana mirando series coreanas y leyendo alguna que otra novela romántica. Nur se había comprado dos de Florencia Bonelli y moría por robárselas.
―¡Julia!
Escuchó una voz conocida que la llamaba, pero su vehículo estaba a apenas unos metros de distancia y no pensaba responder hasta estar segura dentro de su auto.
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Por favor, déjame enamorarte
RomanceJulia es una joven cardióloga que tiene la vida solucionada. Una madre amorosa que parece olvidar que ya no es una adolescente, un empleo del que está orgullosa, a pesar de ocupar el escalón más bajo en la cadena de responsabilidades, un grupo de am...