El tiempo pasó rápidamente mientras se habituaba a una rutina que la mantenía ocupada y distraída la mayor parte del tiempo. Tres meses después de su partida, decidió que era momento de volver a visitar a su madre, ahorrarle el viaje de todos los fines de semana, ver a sus amigos y dormir en su departamento. Extrañaba su lugar.
Compró un boleto de micro y el sábado al mediodía su madre fue a recogerla a la terminal y la llevó a su casa, donde había organizado un almuerzo con los amigos de su hija. A pesar de que últimamente no se veían tanto, este tiempo que estuvo fuera de la ciudad la habían extrañado y ella a ellos.
Verlos reunidos en la casa de su madre le trajo recuerdos de la adolescencia, cuando recién habían formado la banda que en ese entonces dedicaba las tardes a tocar algún que otro tema de rock. Ahora estaban todos, excepto Nur y Valentina, más cerca de los treinta que de los veinte.
Vicente, su primo, hablaba con esa vos gruesa que había heredado de la familia, junto con la piel morena, el cabello oscuro y una pequeña pancita comenzaba a abultarse, consecuencia de lo sedentario de su trabajo como abogado. Recordó que cuando ayudaba a su tío a cargar y descargar bolsas de trigo diariamente de los camiones, se encontraba en mejor forma. Tenía entendido que ahora solo lo hacía los fines de semana. Santiago se mantenía con la misma estructura física que cuando apenas eran niños. Delgado, alto y el cabello rubio más largo de lo necesario. Y Diego, con sus uñas siempre con algún resto de aceite de autos, a pesar del esfuerzo por mantenerse limpio, cosa prácticamente imposible teniendo en cuenta su trabajo en el taller mecánico de su padre. No tan alto como sus dos amigos, ni tan corpulento como Vicente, pero con una simpatía sin igual que desplegaba, sobre todo, arriba del escenario.
Mientras comían algo, Santi la puso al tanto sobre las novedades de la ciudad, que de hecho no eran muchas, ni muy importantes. Pero siempre distraía contar que el granizo había echado a perder la siembra de algún chacarero. O que algún compañero de secundaria había sido padre o madre.
―Bueno, ahora me toca contar a mí ―dijo Nur con una sonrisa radiante.
―Nena, no empieces. ―Amenazó Vicente con su voz gruesa mientras nerviosamente se acomodaba el cabello negro, prolijamente cortado, que contrastaba con la barba de una semana.
―Yo no empiezo nada, voy a contar un hecho. No creas que porque nadie hable no ocurrirá. Siempre es mejor hablar las cosas y, de todas formas, si yo no lo cuento, Julia se terminará por enterar.
―Déjala, se percibe como crónica ―dijo Diego haciendo referencia a un canal de noticias.
―No me importa lo que digas ―declaró burlona mientras le sacaba la lengua.
―Ahora no me dejen con la intriga ―imploró Julia.
―Ya sabes cómo es Nur cuando quiere algo ―mencionó Santi.
―¡Qué querrá ahora! ―dijo Ana moviendo la cabeza.
―Les cuento ―empezó a decir la colorada.
―Por favor, nena ―pidió Vicente.
―¿Por qué no me quieres escuchar?
―Démosle una oportunidad para que cuente ―intercedió Diego.
―Ya te habías tardado en apoyar a tu amiga ―pinchó Santiago.
Ana y Julia veían el intercambio como algo de lo más normal en el grupo, siempre se dividían en dos por algún tema, la mayoría pavadas. Siempre eran Nur y Vicente quienes se enfrentaban y siempre Diego apoyaba a su amiga, mientras que Santiago lo hacía con Vicente. En todas las ocasiones, era Valentina quien intercedía y calmaba los ánimos. El problema era que esta vez no parecían estar jugando, por no mencionar que Valentina aún no había llegado.
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Por favor, déjame enamorarte
RomanceJulia es una joven cardióloga que tiene la vida solucionada. Una madre amorosa que parece olvidar que ya no es una adolescente, un empleo del que está orgullosa, a pesar de ocupar el escalón más bajo en la cadena de responsabilidades, un grupo de am...