Capítulo 16

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Los dos días siguientes, Julia no bajó a almorzar. Los mediodías los pasó sola en el consultorio porque sus residentes, a pesar de no haber perdido la lealtad hacia ella, habían ganado amigos y les encantaba compartir con ellos experiencias, charlas y, sobre todo, organizar salidas.

La segunda tarde que Julia quedó sola, cuando abandonó su consultorio para que el personal de limpieza pudiera hacer su trabajo, Mauricio la estaba esperando en el pasillo.

―Se le terminó rápido la calentura al dermatólogo. Por cómo te miraba, todos creyeron que iba en serio. ―La recorrió con la mirada con una sonrisa despectiva en los labios―. Yo supe enseguida que cuando te conociera saldría corriendo.

―No te metas en lo que no te importa ―respondió ella sin detener sus pasos y tratando de aparentar que lo que él decía no la afectaba.

―No me dejes hablando solo ―dijo cuando ella intentó pasar a su lado. La tomó de un brazo y la apoyó con fuerza contra la pared, obligándola a expulsar el aire contenido en los pulmones―. ¿Ya se acostaron? ¿Se sacó las ganas? Vas a tener que usar el escote un poco más profundo y la faldita más corta para acostarte con el pediatra. Ese es más difícil de engatusar.

―Mauricio, me estás lastimando ―susurró mirándose el brazo e intentando mantener el control de sus piernas que comenzaban a temblar.

―No, querida, tú sola te lastimas. Estás quedando como una puta delante de los directivos, los colegas y los pacientes. ¿Pretendes destruir tu reputación?

―No estoy haciendo nada ―intentó justificarse y eso le dio valor a Mauricio para continuar.

―Eres una hija de puta. ―Envalentonado, con la mano libre golpeó la pared a la altura de su cabeza.

―Mauricio, por favor, suéltame.

―Te cansaste de que te tratara bien y saliste corriendo. Debí haberte manoseado en público para que no te aburrieras.

―Doctora, ¿está bien? ―preguntó una de las chicas de limpieza que salía de otro consultorio.

―Sí, estoy bien. ―Aprovechó a soltarse y volvió a meterse en su consultorio cerrando la puerta con llave.

―Es bonita la doctora, me rompió el corazón cuando terminamos. No pierdo la oportunidad de rogarle que vuelva conmigo ―aclaró Mauricio con una sonrisa deslumbrante.

―Eso estaba lejos de ser una súplica ―respondió la mujer de la limpieza y fue directo a contarle todo al dermatólogo. Había escuchado detrás de la puerta y aunque no simpatizaba del todo con la cardióloga, que había vuelto de su licencia mirando a todos desde arriba del hombro, sabía que eso era acoso.

Por la tarde, Lucio abandonó temprano el hospital, pidió a una enfermera que se ocupara de diagnosticar los casos de la sala de emergencia y solo atendió los realmente urgentes. Al resto de pacientes los citó para el día siguiente.

Cuando por fin subió a su auto, las manos le temblaban por la bronca contenida. Había escuchado con atención a la mujer que se presentó en su consultorio y le contó con pelos y señales lo ocurrido esa tarde entre Julia y Mauricio.

No podía presentarse delante de ella y preguntarle lo ocurrido. Julia había decidido alejarse y la entendía, pero no podía dejar que el idiota de Mauricio hiciera lo que quisiera, ni con ella ni con nadie.

Esperó hasta que vio al oftalmólogo subir a su coche y lo siguió. Esa misma tarde había revisado su legajo con la única intención de averiguar su domicilio. Ahora solo tenía que saber si su destino era su departamento o si se dirigía a algún otro lugar. Luego de unas cuadras, supo que iba directo a su casa. Dobló en una esquina, pisó el acelerador, volvió a doblar y salió justo a la avenida poco concurrida donde estaba ubicado el edificio donde vivía Mauricio.

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora