Capítulo 27

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El sábado por la mañana Lucio pasó a buscar a Julia antes de las siete de la mañana. El domingo festejarían el cumpleaños del padre de Lucio y Julia había aceptado acompañarlo. Como siempre había llegado con veinte minutos de anticipación. Le envió un mensaje y ella, que todavía estaba indecisa con algunos vestidos, le pidió que subiera.

Lucio tuvo que subir con Taz. En la semana habían decidido que Taz y Huellitas, así habían nombrado al cachorrito, a pesar de la insistencia de Ana de llamarlo "Té con leche" por el color de su pelaje, viajarían con ellos. Ni bien cruzó la puerta, el cachorrito comenzó a ladrar defendiendo su casa y a su mamá, y cuando Taz se le acercó a olfatearlo, corrió a refugiarse a los brazos de Julia.

―Lucio ―gritó desde la habitación cuando escuchó los ladridos y a los segundos vio aparecer al cachorrito con la cola entre las patas―, estoy en la habitación.

―Hola ―se acercó para darle un beso en la boca, pero ella puso la mejilla. No le importó, tendría dos días completos para jugar al novio y robarle la cantidad de besos que considerara necesarios―, ¿todavía no terminaste con la valija? ―dijo al ver la pequeña valija abierta sobre la cama.

―Sé que estoy demorada, pero tengo una duda.

―Dime ―dijo tomando del bretel uno de los vestidos que había sobre la cama y levantándolo para echarle una ojeada.

―La cena de cumpleaños de tu padre, ¿formal ―señaló el vestido que él estaba levantando― o informal? ―y mostró una blusa azul y una de las tantas polleras que su madre le había devuelto.

―Informal, por supuesto, pero tú puedes vestirte cómo quieras. Nadie se va a ofender.

―No creo que alguien se ofenda, pero no quiero avergonzarte.

―¿Estás nerviosa? ―preguntó con una sonrisa.

―Un poco ―reconoció y respiró hondo.

―Jul, es un cumpleaños. Si te sientes incómoda nos volvemos. No pasa nada.

―No, no se trata de sentirme incómoda. Tengo una confusión tremenda en la cabeza y por alguna extraña razón me gustaría caerles bien. Pero no es como si fueran mis suegros de verdad.

―Yo no tendría ningún problema en que fueran tus suegros de verdad.

―No juegues. No me dejes meter la pata.

―No juego. Y si te sirve de consuelo, yo también estaba nervioso el día que conocí a tu mamá.

―Pero a ti te fue bien, yo tengo el presentimiento de que a tu mamá no le terminé de agradar del todo ―hablaba de la cena de diez minutos que habían compartido días atrás y que ella había tenido que abandonar por una emergencia.

―Estaba encantada contigo. No entiendo cómo puedes ser tan inteligente, independiente, graciosa, divertida, hermosa, no, no mires así, eres una mujer hermosa. Todo eso eres y al mismo tiempo tan insegura. Vístete cómo quieras, di lo que quieras y si a alguien no le gusta, no ocurre nada. ―Tomó la blusa azul y la pollera, los metió en la valija y cerró―. ¿Listo?

―Gracias ―respondió porque no le podía preguntar si a él le seguiría pareciendo una mujer inteligente, hermosa y todo lo demás, si hablaba de más o decía algo inapropiado, o si se equivocaba de cubiertos o si vestía de manera inapropiada.

―¿Gracias?

―Por guardar la ropa y por llevar la valija hasta abajo.

―De nada. Gracias a ti también.

―Tú también me acompañaste cuando necesité un novio ficticio.

―No, no te estoy agradeciendo por eso.

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora