Capítulo 38

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Vicente reía al recordar la llamada de la tarde y mientras terminaba de preparar la cena que él mismo había cocinado revisaba la hora impaciente. Se miró al espejo por vigésima vez. Nunca había sido un hombre presumido o coqueto y en general se sentía conforme con su aspecto, pero ahora sentía la necesidad de que Martínez le dedicara una de esas miradas de la última semana. No ocurría siempre, pero había momentos en que se quedaba con la mirada clavada en él, con una sonrisa tonta y ojos soñadores, y él debía recurrir a alguna idiotez para no besarla hasta terminar enredados en el asiento trasero del auto.

Las últimas veces él no se había podido negar un par de besos, y ella se había entregado hasta que a los dos les había costado respirar. Él la había devuelto a su casa y ella parecía volver contenta. Claramente, no sabía de lo que ambos se estaban perdiendo.

El día anterior, Vicente había visitado a sus padres. Quería hablar con alguien de Valentina y se le ocurrió que podría hacerlo con ellos sin dar nombres. Él moría por gritar que estaban juntos, pero ella aparentemente tenía algunas dudas, porque se negaba a hacerlo oficial.

―Mamá, tengo ganas de cocinar algo rico ―dijo sentado en la sala de la casa de sus padres.

―Dime qué quieres comer y te lo preparo ―respondió su madre, ya que, a pesar de que su hijo había dejado la casa familiar hacía bastante, le gustaba mimarlo.

―No quiero que me prepares, quiero aprender a cocinar. No tiene que ser algo muy elaborado.

―¿No te alcanza con el trabajo de abogado, el grupo de música y el trabajo de los sábados que ahora quieres ponerte una rotisería? ―intervino su padre, que acababa de llegar, pero que de todas formas se veía venir lo que le ocurría al mayor de sus hijos.

―No te metas. ―Lo cortó su esposa en tono cariñoso mientras se acercaba a darle un beso de bienvenida.

―Invité a alguien a cenar y quiero cocinarle. ―Vio cómo sus padres intercambiaban miradas mientras su madre intentaba disimular una sonrisa y de pronto se sintió feliz de que ellos compartieran la misma ilusión que él, aunque aún no sabían de quién se trataba. ―Hemos salido un par de veces y conversando, descubrimos que ninguno de los dos sabe cocinar. ―Rio al recordar la conversación―. ¿Quedo muy idiota si le cocino algo?

―¿Y aprenderás a cocinar por una noche? ―preguntó bruto su padre.

―No, alguno de los dos tiene que aprender o, en el futuro, moriremos de hambre.

―Bien, tengo algunas recetas muy fáciles ―comenzó diciendo su madre―, para empezar, les servirán. Si quieres puedes traerla así le pregunto qué comidas le gustan y...

―Mamá ―interrumpió él al tiempo que la abrazaba y depositaba un beso en su frente―, nos estamos conociendo.

―Hijo ―intervino su padre―, estás pensando en aprender a cocinar para no matarla de hambre a largo plazo. Pero la invitas a tu casa sin antes decirle que tienes intenciones serias con ella.

―Papá, así no son las cosas hoy.

―Si la quieres, deberías hacerle saber que tienes buenas intenciones. Hombre, por lo menos que cuando piensas en el futuro, ella está allí.

―Sí, hijo. Tu padre tiene razón. Yo sé que los tiempos cambian, pero si quieres algo serio con ella, deberías empezar aclarando las cosas.

―¡Vamos! ―Golpeó el brazo a su hijo para darle ánimo―. No sé quién sea. ―Mintió porque estaba seguro de que se trataba de Valentina Martínez―. Pero te aseguro que siempre comienzan mejor las relaciones cuando se aclaran desde el principio. O dime, ¿mañana se despedirán con un beso en la mejilla?

Por favor, déjame enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora