Treinta y nueve

57 6 0
                                    

Na Hyeseong se encontraba en la sede del gobierno, atendiendo todo eso que hacía una primer ministra como ella.

Cuando de pronto, una de sus particulares tocó la puerta para hacerle saber que tenía a una persona afuera esperando, y muy ansiosa.

—Estoy ocupada.—declaró la mujer sin quitarle prioridad a la pila de papeles, y autorizaciones por firmar.

No me toques que no sabes quien soy.

Na Hyeseong escuchó el alboroto afuera de su oficina frunciendo molesta el ceño, conocía a kilómetros esa desagradable voz, la de su ex marido.

La mujer frotó el canal de su nariz, y con un gesto de mano le ordenó a su particular que dejara pasar a Jaesang. Pero éste ni siquiera se preocupó porque su imagen quedara marcada por sus arrebatos.

—¡Tu hija se ha casado con un bastardo, y arruinó su vida!—fue lo primero que gritó.—Ya estás contenta de seguir jugando a la ministra, has destruido a tu familia dejando que tus hijos hagan lo que les viene en gana.

Na Hyeseong dejó que el hombre se desahogara arremetiendo contra ella, y cuando por fin estuvo lista, exhaló toda su indignación.

A ella también le sorprendió que Hyerim se precipitara de esa manera sin consultarla, pero se ganó a pulso el rechazo de su hija por jamás haberla tratado de entender.

—Hace más de un año soltaste las riendas de Hyerim cuando seguía siendo una menor de edad, te supliqué que la detuvieras. Así que ahora no es momento para arrepentimientos.

—¡Es un pobre diablo que no tiene nada!—se quejó.

—Si lo es o no, probablemente le dio algo que nosotros nunca pudimos darle, amor.

—El amor no es algo que esté dentro de nuestro catálogo de privilegios, Hyerim lo sabía muy bien, y aún así rompió esa regla importante para nosotros que estamos en el peldaño más alto de la riqueza y el poder.

—Estás siendo injusto con tus propios hijos, lo mínimo que puedes hacer por ellos es dejarlos libres de toda tu mierda. Porque créeme que yo me he cansado de cuidarte las espaldas. Y no voy a permitir que los arrastres a ese horrible mundo empezando por Taehyung.

—Él sabe estar de lado correcto.—dijo con orgullo.

—No, no lo sabe, y yo me encargaré de abrirle los ojos. Ah, y otra cosa, ni se te ocurra acercarte con malas intenciones a Hyerim, y todo lo que tenga que ver con ella.

—¿Con autoridad de quien?—preguntó Jaesang en tono de burla.—El que seas la primer ministra no significa que tengas el mundo a tus pies. Acuérdate de que mi fuerza es más colosal que la tuya.

Na Hyeseong se levantó por primera vez de su imperiosa silla de ministra, colocando ambas manos sobre su escritorio sin temor a retarlo.

—No estás en posición de amenazarme, porque una palabra mía bastará para desmantelar a toda tu maldita organización de crimínales.

—Quiero ver eso.—sentenció por última vez antes de escupir el suelo, marchándose con el orgullo intacto, y espalda erguida. Ese era Kim Jaesang, un hombre que no le tenía miedo ni al mismísimo Dios.

Na Hyeseong en cambio, se desplomó en su silla agitada por la ira que le recorría cada vena arterial después de su encuentro con ese miserable hombre. Pero le preocupaba más, aquello que escuchó acerca de Hyerim.

Hacía meses que no la veía, y lo poco que sabía de ella era gracias a Seokjin, quien se pasaba por su departamento de vez en cuando, entonces, le sorprendió el hecho de que ni él mismo le haya contado acerca de los intereses amorosos de su hija.

Somebody else Donde viven las historias. Descúbrelo ahora