𝐱. 𝑼𝒏 𝑳𝒖𝒈𝒂𝒓 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆𝒏𝒂𝒓

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El carruaje que había viajado desde AltoJardín finalmente llego a la Fortaleza Roja, las damas de compañía descendieron observando a su alrededor, aunque Rysee ya había vivido durante casi la mitad de su vida en aquel enorme castillo no pudo evitar mirar con ojos nuevos después de tantos años, habían pasado quince años desde que se fue con la princesa Kassaia a las Tierras del Dominio, mientras que la jovencita Sarai lucia increíblemente nerviosa cuestionándose si realmente fue una buena idea aceptar venir, aun cuando Daemma le había permitido continuar en la mansión de su padre si lo deseaba.

Ser Criston Cole se acercó con una altivez notoria, el acero de su armadura plateada resonaba con sus firmes pasos y miro a las mujeres con frialdad, Rysee estaba más que acostumbrada a aquello y no se dejó intimidar en lo más mínimo, mientras que la chica más joven logro sentirse nerviosa, agachando la cabeza más de lo habitual.

El guardia las estudio con seriedad y comento con voz impasible.

— Imagino que son las criadas de Lady Daemma... ¿solo son dos?

— No somos criadas, Ser... somos sus damas de compañía, mi nombre es Rysee y ella es Sarai.— Comento la mayor con un tono claro pero respetuoso.

— ¿Tienen un apellido?

Ante la pregunta ambas callaron por un momento, ambas eran huérfanas por lo que con suerte tenían sus nombres, Ser Criston supo el significado de aquel silencio y con una sonrisa algo maliciosa volvió a hablar.

— Sean bienvenidas, ¿es mucho el equipaje de su ama?

— Seis baúles, Ser.— Murmuro Rysee con ojos algo endurecidos, Cole hiso una seña con su mano a los guardias que estaban detrás de él para llevar aquel equipaje hasta la habitación de la joven Lady, cuando Sarai lo noto, entrecerró sus ojos sin comprender y murmuro con voz suave.

— Realmente son cuatro, nosotras traemos un baúl cada una, Ser.

Ante estas palabras, Cole la miro como si fuera un insecto y el rostro de Rysee giro hacia ella con sus parpados bien abiertos, la chica al notarlo no pudo evitar sentirse mal, abrió ligeramente su boca hasta que su voz salió apenas como un susurro a su compañera.

— ¿Hice algo malo?

Los ojos de la mujer mayor se cerraron y exhalo con una irritación apenas contenida, el hombre dorniense en cambio esbozo una sonrisa algo hipócrita para comentar con burla.

— Lamento informarles que los guardias solo trasladan equipaje de nobles, así que solo llevaremos los cuatro baúles correspondientes.

Dichas estas palabras el capa blanca volvió a caminar dando la orden a sus hombres de solo trasladar lo que corresponde, mientras que Rysee estuvo a punto de golpear a su compañera pero en cambio solo le susurro con llamas en sus pupilas.

— Idiota, la próxima vez no digas nada.

— Lo... Lo siento, no tenía idea.— Se lamentó la joven con ganas de derramar lágrimas, los ojos de Rysee se suavizaron y calmándose le toco firmemente su cabeza mientras afirmaba con una voz cansada.

— Tendré mucho trabajo contigo, niña.

Las habitaciones de las damas estaban más allá de la Torre de la Espada Blanca donde se hospedaba la Guardia Real, por sobre las habitaciones de la servidumbre y eso solo significaba que debían recorrer y subir tantas escaleras que llegaba a ser una crueldad, ambas mujeres cargaban a duras penas sus respectivos baúles, nadie las notaba, absolutamente nadie se paraba a intentar ayudarlas, cuando apenas subieron dos escaleras llegando al tercer piso sintieron que sus brazos se desprenderían de sus cuerpos y que sus columnas vertebrales se romperían en dos.

𝐒𝐨𝐥 𝐲 𝐅𝐮𝐞𝐠𝐨 | 𝓐𝓮𝓶𝓸𝓷𝓭 𝓣𝓪𝓻𝓰𝓪𝓻𝔂𝓮𝓷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora