𝐢𝐱. 𝑼𝒏 𝑱𝒖𝒊𝒄𝒊𝒐

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En el funeral de Lord Dedmund Tyrell, la atmósfera se tiñó de melancolía y una tensa inquietud. El silencio era incómodo, como si el mismo aire que todos respiraban indicara que este era solo el inicio de una serie de jornadas angustiosas y problemas hostiles para la Casa más importante de todo el Dominio.

Lady Dannya Tyrell estaba envuelta en ligeros ropajes de luto, un velo negro cubría su rostro afligido. En sus brazos, una de sus doncellas sostenía a su bebé, el único hijo que había podido concebir con su difunto esposo. La joven madre, rodeada por su familia, contaba con la presencia de varios miembros de la Casa Florent, incluyendo a los mismos Señores de Aguasclaras, sus padres.

Afortunadamente sus parientes no eran su única compañía. El príncipe Aegon Targaryen, hermano del Rey, se encontraba junto a su familia. Simbolizando la amistad que los unía. Sus hijos, Lady Daemma, Lady Meria y el pequeño Daelor, estaban de pie ante la tumba que pronto recibiría el cuerpo de Lord Dedmund, después de las ceremonias y oraciones en el Septo de Altojardín, una costumbre que seguían con devoción.

La princesa Kassaia Martell y sus hijas observaban desde un lado, sus miradas se posaron en Ser Noran Tyrell quien se encontraba con sus propios aliados en el otro extremo. Los ojos de Kassaia se oscurecieron, como si deseara estrangularlo con la mirada. Sentía un verdadero aprecio por Dannya y por el fallecido Lord y sabía que aquellos que intentaran dañar o degradar a sus amistades se enfrentarían a su furia.

Meria observaba al hombre que ya había conocido, cuya caballerosidad y simpatía parecían ser solo una fachada que ocultaba su verdadera naturaleza codiciosa. Sus ojos castaños se aferraron a él con tal intensidad que parecía desearle la muerte. Madre e hija compartían una mirada penetrante y nadie querría ser enemigo de ellas.

Daemma por su parte, había llegado sola. Aemond había querido acompañarla, pero ella logró convencerlo con mucho esfuerzo de que se quedara. Después de todo, planeaba volar sobre su dragón esa misma tarde y la distancia entre la Fortaleza Roja y Altojardín no era extensa, especialmente sobre Auryon.

Por supuesto que el príncipe, así como la reina Alicent, habían protestado. Preocupados por su salud al viajar en dragón, dado su reciente embarazo. Sin embargo, Daemma logró apaciguarlos, no pensaba dejar de montar a su amado Auryon solo por su condición. Estaba segura de que el bebé que crecía en su interior también disfrutaría del vuelo, como si el viento lo acariciara desde el útero. ¿Qué podría ser mejor?

Todo esto había ocurrido recientemente. Recibió miles de cartas felicitándola por su embarazo; el reino entero ya lo sabía. Incluso había recibido misivas de Rhaenyra y su familia, pero aún no había tenido tiempo de abrirlas. Las cartas de congratulación le parecían un peso innecesario en medio de la agitación que rodeaba a los Tyrell.

Mientras tanto, Otto Hightower planeaba entregar el poder a Ser Noran, quien tenía un pacto con él. 

Una sonrisa burlona se posó en los labios de la chica. Sin duda, la estrategia de Otto Hightower para asegurar la Casa más poderosa del Dominio era brillante. No importaba si con ello se ganaba la animosidad de los Florent; ellos siempre serían vasallos de los Tyrell. Además, contaba con el apoyo de los Redwyne y por supuesto, del asentamiento Hightower. Era una jugada maestra que, sin duda, había estado planeando desde hacía tiempo.

Era políticamente astuta, sagaz y calculadora. Pero también era cruel.

No debería sorprenderle, viniendo del hombre que había vendido la felicidad de su propia hija por pura codicia. Otto no se detenía ante nada para obtener el poder que tanto deseaba y el mero hecho de estar emparentada con él le provocaba náuseas. Tal como Aemond le había dicho, para Otto todos eran solo piezas en un tablero.

𝐒𝐨𝐥 𝐲 𝐅𝐮𝐞𝐠𝐨 | 𝓐𝓮𝓶𝓸𝓷𝓭 𝓣𝓪𝓻𝓰𝓪𝓻𝔂𝓮𝓷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora