𝐯. 𝑫í𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝑫𝒆𝒔𝒄𝒂𝒏𝒔𝒐𝒔

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El sol radiante iluminaba la habitación de Lord Dedmund Tyrell con una calidez bienvenida, Meria estaba sentada en una silla de madera frente a la cama desordenada donde se encontraba el hombre enfermo, si antes el Lord del Dominio era un hombre robusto ahora era simplemente obeso, todas sus carnes habían aumentado de volumen y mientras se encontraban en una amena conversación, una sonrisa amistosa tiraba de los labios de la chica.

—Lyonel crece estupendamente... algo me dice que será un buen amigo de tu hermano, serán cercanos en edad, me muero por verlos jugar y entrenarse cuando llegue el momento —murmuraba el Lord con una sonrisa esperanzadora, realmente imaginando el futuro maravilloso que le deparaba a su bebé.

—Mis padres también lo creen... criarse junto a alguien de la misma edad, a veces puede resultar divertido —sonrió Meria, recordando su propia infancia junto a su hermana y primos, sin duda a pesar de todo le resultaba entretenido, si se hubiera criado totalmente sola sin ningún otro niño que la acompañe las cosas pudieron ser muy aburridas.

—Él será muy feliz... de eso estoy seguro, confió en que recibirá toda la educación y conocimientos que necesite para hacer un excelente trabajo como próximo Lord de estas tierras, con la orientación de mi esposa y mi hermano... no tengo nada de qué preocuparme —el hombre ilumino su mirada, otra vez atrapado en una ensoñación alegre y Meria suavizo sus ojos mirando al suelo.

—Usted... usted debe estar para él también... le enseñara a...

—Yo no estaré, jovencita —Lord Dedmund interrumpió con un tono bastante natural y Meria lo miro con un sesgo de tristeza que reprimió.

Eso era verdad y ella lo sabía, no le quedaba mucho tiempo de vida. Este hombre no viviría para educar a su hijo ni verlo crecer en compañía de su familia ni de Daelor, no podría jugar con él, no podría brindarle consejos cuando lo necesitara, no podría nunca verlo practicar con la espada, ni verlo aprender de todas las interminables materias que eran necesaria para su formación.

Nada de eso y es por eso que solo podía imaginar lo que pudiera ser a futuro.

—Pero está bien —murmullo el hombre mirando el dosel de su cama con una sonrisa satisfecha—. No tengo asuntos pendientes, ni resentimientos... estoy en paz, eso es más de lo que la mayoría puede decir. No tengo temor de morir aquí en mi cama junto a mi familia, sé que la mayoría de los hombres prefieren encontrar su fin en un campo de batalla, en algún estúpido acto heroico... yo en cambio estoy bien así, los dioses me concedieron una esposa que me ha ofrecido su devoción inquebrantable a un hombre quebrado y espantoso como yo... —Dedmund se rio para sí y continuo—. Espero que tu también puedas ser un apoyo para mi hijo, lo apreciaría bastante.

Meria no pudo evitar extender una sonrisa ligera en sus labios, pese a no ser de naturaleza muy cariñosa decidió extender su mano para sostener la del Lord con quien siempre había tenido buenos recuerdos de su infancia y respondió con honestidad.

—Usted lo ha hecho estupendamente... si es lo que desea, será agradable estar para su hijo... no soy muy buena con los niños, apenas soporto a mi propio hermano —Meria puso sus ojos en blanco sonriendo aun—. Pero le aseguro que estaremos para ustedes... él será un gran heredero de su padre. De eso puede estar seguro.

—Gracias, niña... sé que así será —fue la respuesta del Lord antes de continuar con su conversación, una agradable y cálida charla que se extendió más de lo pensado y de la cual Meria nunca se arrepentiría, al contrario, fue necesaria para calmar en algo el tormento de su consciencia.

Cuando la chica salió de la habitación para marcharse en su dragón, se encontró con aquel hombre, Ser Noran se encontraba charlando con un cortesano antes de dirigir sus ojos color ámbar a la niña y sonreír con una amabilidad suave.

𝐒𝐨𝐥 𝐲 𝐅𝐮𝐞𝐠𝐨 | 𝓐𝓮𝓶𝓸𝓷𝓭 𝓣𝓪𝓻𝓰𝓪𝓻𝔂𝓮𝓷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora