𝐱𝐱𝐱𝐯𝐢𝐢𝐢. 𝑳𝒂 𝑺𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒂 𝑩𝒐𝒅𝒂 𝑫𝒐𝒓𝒂𝒅𝒂

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{Se advierte que este capítulo contiene Obscenidades, léelo bajo tu propio riesgo }

Después de la ceremonia, los recién casados descendieron las escaleras del septón hacia el carruaje que los aguardaba para su retorno a la Fortaleza Roja, donde les esperaban horas interminables de banquetes y festividades.

La multitud, compuesta tanto por nobles como por plebeyos, los aclamaba fervientemente desde fuera del septón. Los guardias hacían lo posible por mantener el orden, mientras todos vitoreaban, aplaudían y gritaban al ver a la pareja y a los miembros de la familia real que aparecían detrás de ellos.

Daemma se tomó un momento para sonreír, saludar agitando la mano y agradecer sinceramente a la multitud, un gesto inusual para un miembro de la Casa Real, pero que le granjeaba aún más favor entre los ciudadanos. Las historias sobre su visita a Lecho de Pulgas con la intención de beneficiar a los habitantes, aunque falsas en aquel momento, ya habían corrido entre la gente común. Para ellos, Daemma se convertía en una figura similar a la "segunda reina Alysanne", una mujer preocupada por el bienestar del pueblo y con un corazón generoso.

La gente se encantaba con la idea de creer en algo así, y gracias a las acciones involuntarias de Daemma en ese momento y su constante comportamiento agradable y cercano, comenzaba a ganarse esos rumores y las esperanzas que despertaba.

La reina Alicent, también era conocida por su clemencia, pero siempre mantenía un perfil bajo, sin romper ningún protocolo, evitando el contacto directo con el pueblo común y utilizando intermediarios como septas y criados.

Daemma incluso tuvo el gesto de acercarse a un niño harapiento que le ofrecía humildemente un ramo de flores, ella lo recibió con cariño, acariciándole la cabeza al niño antes de regresar al carruaje donde Aemond la esperaba. Aemond, a diferencia de ella, nunca mostraba interés en el pueblo, pero ver a su esposa tener esos detalles no le desagradaba en absoluto.

Ambos intercambiaron una sonrisa antes de que el cochero instara a los caballos a galopar siguiendo la ruta hacia el castillo. Daemma asomó su rostro por la rendija del carruaje, saludando y sonriendo a las personas que se agolpaban a su paso. La escena recordaba los días de torneos, cuando la gente abandonaba sus hogares para congregarse en torno a la celebración de la boda. Daemma se mostró afable en todo momento y acordó con Aemond la distribución de todas las sobras de los interminables banquetes entre la población común, idea que recibió la aprobación de los reyes, quienes quedaron maravillados con la iniciativa.

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A pesar del día nublado y frío, el festín que de otro modo se habría celebrado al aire libre en los hermosos jardines reales, tuvo lugar en el imponente Salón del Trono de Hierro, era un escenario evocador e ideal para la enorme celebración.

El mismo lugar de su fiesta de compromiso hace algunas lunas y tal como fue la boda de la princesa Rhaenyra con Ser Laenor Velaryon muchos veranos atrás.

Una enorme mesa de madera oscura, ricamente ornamentada, se extendía horizontalmente frente al trono de miles de espadas ennegrecidas, elevada sobre escalones de piedra. Los estandartes de las casas Targaryen, Hightower y Martell adornaban los muros a ambos lados del espacioso salón. Numerosas mesas alargadas estaban dispuestas verticalmente a lo largo del espacio, mientras cientos, tal vez miles de personas llenaban el castillo, creando una escena bulliciosa con figuras que se movían en todas direcciones.

Daemma permanecía junto a su esposo, ocupando un lugar entre los reyes y el resto de la familia real. Se esforzaba por evitar las miradas de Rhaenyra y Daemon, quienes ya habían notado el vestido de novia que utilizaba y la observaban con expresiones difíciles de descifrar.

𝐒𝐨𝐥 𝐲 𝐅𝐮𝐞𝐠𝐨 | 𝓐𝓮𝓶𝓸𝓷𝓭 𝓣𝓪𝓻𝓰𝓪𝓻𝔂𝓮𝓷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora