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Tras aquella amenaza, Sesshomaru abandonó la recámara de Kagura, dejando detrás de sí a dos mujeres que se veían una a la otra, ligeramente asustadas.

—Kagura, tenemos que irnos de aquí cuánto antes—insistió Rin con aquella idea.

—¡Basta, Rin!—alzó la voz Kagura, sorprendiéndola—. Deja de involucrarte, ¿no entiendes que esto no es un juego?—le reclamó sintiéndose enfurecida. Su hermanita no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo.

—¿Y entonces qué quieres que haga?

Rin no podía creer que su hermana se mostrará tan sumisa con aquel sujeto, pero con ella, era capaz de sacar las garras.

—No quiero que hagas nada. Solamente no te involucres.

—¡Claro que voy a involucrarme, eres mi hermana!

—De haber sabido que ibas a causar tantos problemas, nunca te hubiese ayudado a comprar esos pasajes—soltó Kagura de manera brusca el comentario.

Aquellas palabras parecieron herir el corazón de Rin, quien tenía como única intención ayudar a su hermana a salir del infierno en el que vivía. «¿Pero cómo se ayudaba a alguien que no quería ser ayudado?», se preguntó, comprendiendo que Kagura se había acostumbrado a todo ese maltrato.

—No recordaba que fueras una cobarde—le reprochó, sintiéndose completamente decepcionada. En definitiva, esa mujer no era la Kagura que ella conocía.

Rin dio media vuelta y abandonó aquella habitación, dejando a su hermana afectada por su última declaración.

Kagura no pudo evitar sentirse mal. No, ella no quería ser una cobarde, sin embargo, temía por la seguridad de su hermana, temía por lo que Sesshomaru fuese capaz de hacer si lo desobedecía. Sabía de primera mano que su adorado esposo no era un santo. Era un hombre frío, amante del poder y el control absoluto, y no dejaría que nada se le saliera de las manos.

[...]

Una vez dentro de la habitación asignada, Rin se dispuso a empacar sus cosas. No llevaba ni una semana en ese sitio, pero le sería imposible pasar un mes entero haciéndose a la vista gorda ante lo que sucedía en esas cuatro paredes.

«Esta casa es un completo infierno», concluyó molesta, metiendo sus pertenencias en la maleta con suma brusquedad. No le interesaba doblar, ni organizar nada, solamente quería marcharse de ese sitio lo antes posible.

Rin soltó una maldición al recordar el cinismo de aquel tipo. Era un ser tan despreciable y tan bajo, que lo único que deseaba era verlo completamente destruido.

Cuando la castaña se disponía a llamar a un taxi para que la sacaré de ese horrible lugar, su hermana irrumpió en la habitación deteniendo su actuar.

—¿Qué significa esa maleta, Rin?—preguntó, lanzándole una exhaustiva mirada a la maleta que yacía sobre la cama.

—Me voy—le dijo Rin sin más.

—Rin, por favor…—el tono de voz de Kagura se aplacó de inmediato. No podía permitir que se marchara, recién acababa de llegar.

Rin bufó, al constatar en sus cambios de humor. Ahora su hermana volvía a ser la misma Kagura, sumisa y cordial. «¿A dónde había quedado la mujer que la enfrentó hace apenas unos minutos?», se preguntó viéndola con intensidad.

—¿Por favor qué?—cuestionó con brusquedad—. ¿Deseas que me quedé aquí para ver cómo te destruyes? Lo lamento, Kagura, pero no quiero estar presente para presenciarlo.

—Dame tiempo por favor—suplicó la mujer herida y a la vez desesperada por sus palabras. Si Rin se iba, entonces quedaría nuevamente sola.

Kagura odiaba la soledad, bastante tenía con esos cinco años de cautiverio. Deseaba nuevamente sentirse una mujer libre, una mujer capaz de reconstruir su vida y de dejar atrás aquel matrimonio falso, que únicamente había servido para hacerla sentir miserable.

Obsesión - SesshrinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora