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La puerta se cerró con un ligero sonido. Hombre y mujer se miraron fijamente al encontrarse completamente solos en esas cuatro paredes. Las manos de Rin se empuñaron como clara muestra de su irritación y odio creciente.

—Usted…—miró al hombre con una repulsión latente. Deseaba tanto gritar y decirle una serie de insultos, pero sabía que debía mantener la compostura, su hermana estaba afuera y podía darse cuenta de todo.

—¿De qué querías hablar, Rin?—preguntó Sesshomaru mostrándose indiferente.

—¿De qué?—boqueo la mujer, sin poder creerse su descarado—. ¿Le parece que no hay tema de conversación suficiente?

—Me temo que no—la voz del hombre era extremadamente fría—, todo quedó bastante claro en nuestro contrato.

Al escuchar aquella palabra, el corazón de Rin se sintió débil. "Contrato" todo se resumía a simplemente eso, un negocio donde debía de entregar a sus hijos como parte de un convenio.

—No, me niego—afirmó con sus ojos llorosos, muestra de que el llanto estaba próximo en tocar a sus puertas.

—Ya no puedes negarte, Rin—le recordó el hombre, manteniendo su actitud altanera.

Efectivamente, Sesshomaru tenía razón, pero aun así, su corazón se negaba a la posibilidad de que eso ocurriera. Nunca quiso tener hijos con él, sin embargo, dos criaturas venían en camino, y estaba dispuesta a luchar por ellos con uñas y dientes.

—No cante victoria, señor Taisho—dijo la mujer desafiante, viéndolo con toda la entereza que podía caber en ella.

Sesshomaru le dedicó una larga mirada, pero no dijo nada ante su arranque de valentía. En su interior considero que no tenía caso hacerlo, podía ver su estado tan vulnerable, aunque quisiera mostrarse fuerte. Rin internamente se estaba derrumbando y, por alguna razón, no le agradaba mucho la idea.

Así de breve fue aquel intercambio de palabras, la puerta se cerró nuevamente, pero esta vez ante la partida del hombre. Rin no pudo contener más las lágrimas y lloró silenciosamente.

A los pocos minutos, Kagura entró en el consultorio en compañía de la doctora Becker. La escena que encontró desgarró el corazón de la mayor, quien rápidamente corrió para abrazar a su pequeña hermana, sintiéndose completamente culpable de su situación.

Por su parte, la doctora evalúo todo con ojo crítico. No tenía idea del tipo de relación que la menor de las Meier mantenía con el señor Taisho, pero sin duda, no debía ser muy agradable. Aun así, todo se resumía a una traición, y si iba a sentir pena por alguien, esa sería la señora Kagura, quien parecía ser la única que desconocía lo que ocultaban aquellos dos.

—Lo siento tanto, Rin—sollozo Kagura uniéndose a su dolor.

Claramente, Kagura pensaba que todo se debía a que había sido obligada a hacer algo que no quería, pero no era únicamente eso lo que aquejaba a su hermana, sino que también se sentía como una idiota al permitir que Sesshomaru tomase su cuerpo y se saliera con la suya.

De regreso a la mansión Taisho, Rin se encerró en su habitación durante horas. No quiso almorzar y se negaba a abrirle la puerta a Kagura.

—Por favor, Rin, estás preocupándome—dijo su hermana, sin dejar de tocar con insistencia.

—Basta, Kagura. Quiero estar sola—repitió la misma excusa, que la mayor se negaba a entender.

—Eso dijiste en la mañana. Entiende que no es bueno que pases tanto tiempo encerrada.

—¡Por favor, deja de insistir!—grito desde el interior, lanzando un objeto que se estrelló en contra de la puerta cerrada.

Kagura escuchó el estrépito y supo que su hermana no estaba bromeando, realmente no quería ver a nadie. Por primera vez, sintió el deseo de hacer lo correcto, de comportarse como una verdadera hermana mayor y rescatar a su hermanita del pozo dónde había sido lanzada.

—Llévame a la empresa, Horacio—ordenó subiéndose al auto.

—Como ordene, señora—el chófer se puso en marcha de inmediato.

El viaje surgió sin ningún tipo de contratiempo. Kagura se bajó del vehículo en la entrada de aquella enorme empresa que rara vez visitaba, pero que en esta ocasión requería de su presencia.

No sabía qué palabras iba a decir, no sabía cómo negociaría con Sesshomaru, pero estaba dispuesta a intentarlo una vez más. Rin valía la pena.

—Kagura

Sesshomaru la miró por encima de su computador y la imagen no pareció ser agradable a sus ojos, debido a la mueca de insatisfacción que apareció en su rostro.

—Es una sorpresa encontrarte trabajando y no follándote a una de tus empleadas—atacó Kagura, sin poder contener el comentario.

—Espero no hayas venido a montarme una de tus escenitas—se mofó sin prestarle mayor atención y regresando su vista al computador.

—Para nada, no perdería así mi tiempo.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres?—la encaró viéndola nuevamente.

—Libérala, Sesshomaru—ordenó con firmeza—. Puedes conseguir a alguien más para todo este asunto del bebé. Rin no quiere hacerlo.

El ceño del hombre se frunció ante la mención de ese nombre.

—Tu hermana sabe perfectamente que ya no hay marcha atrás. No tiene caso que vengas aquí a rogarme por ella.

—¡Claro que sí lo tiene!—se alteró la mujer—. Ni siquiera entiendo por qué te has ensañado con ella, ¿cuál es tu problema? ¿Tanto te satisface hacerme daño, que eres capaz de destruir al único ser que me importa?

Ante aquel arranque por parte de Kagura, Sesshomaru la miró sin expresión. No era común verla tan firme y decidida a enfrentarlo.

—No todo gira en torno a ti—fue lo único que respondió.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso hay otra razón?

—Tu hermana me reto desde el inicio, ¿no lo recuerdas?

Efectivamente, a la cabeza de Kagura llegaron recuerdos del primer encuentro en el restaurante. ¿Pero qué quería que hiciera? Cualquiera en su posición se hubiese mostrado enojada, al ver que el esposo de su hermana no era más que un vil desgraciado.

—Ya deberías saber que no soy el tipo de hombre que perdona esas insolencias—completo él con naturalidad, como si su método de castigo no estuviese siendo extremadamente irracional.

—¡Por favor, invéntate algo mejor! ¡Estás mal de la cabeza!

Kagura estaba a punto de jalarse sus propios cabellos. Sesshomaru era un hombre capaz de agotar su paciencia.

—Lo estoy, Kagura—admitió mirándola fríamente—. Ahora lárgate de aquí y déjame trabajar.

Al ver que no estaba logrando ningún avance positivo, Kagura empuño las manos, renuente a marcharse sin ayudar a su hermana.

—Puedo hacer todo esto público—amenazó, sus ojos brillaban con determinación—. Puedo mostrarle al mundo el infierno en el que vivo. ¿Quieres eso, Sesshomaru?

—¿Estás amenazándome?

Aparentemente, la mujer finalmente había captado por completo la atención de Taisho, quien no dudó en levantarse de su asiento y tratar de intimidarla con su dura expresión.

—Tómalo, como quieras, pero no permitiré que sigas haciéndole daño a Rin.

En ese momento, a Kagura no le importaba que podía mandarla a la cárcel, ni mucho menos el sinnúmero de amenazas que había utilizado para amedrentarla con el paso de los años. Quería que su hermanita fuese libre, quería vivir con la conciencia tranquila y no con la culpa de haber hecho de su vida algo miserable.

—Me temo que estás gastando saliva innecesariamente. Tu hermana sabe perfectamente que ya nada puede cambiarse, porque mejor no vas y se lo preguntas personalmente.

La mujer mostró su desconcierto ante su respuesta. Era evidente que Sesshomaru sabía algo que ella estaba ignorando y no pudo evitar preguntarse, ¿qué era?

Obsesión - SesshrinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora