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Rin percibió como sus latidos aumentaban en tempo. La cercanía de Sesshomaru, su mirada dorada tan penetrante y esa sonrisa socarrona en sus labios, hacían de él una visión, que, por alguna razón, la dejaba hipnotizada.

—Apártese—le dijo empujándolo.

Se dirigió al otro extremo de la habitación tratando de serenarse, no podía demostrarle que su proximidad le afectaba de alguna manera. Además, había dicho algo de un “negocio”, necesitaba tener la mente en calma para enfrentarse a la locura de ese hombre.

—No sé de qué está hablando, pero permítame aclararle un par de cosas: primero, no pienso hacer ningún tipo de negocio con usted y, segundo, ni crea que encerrarme aquí, en contra de mi voluntad, ayudara a que me doblegue ante sus exigencias. Así que, ahorrémonos tiempo y libéreme, si es que no quiere enfrentar las consecuencias legales de su atropello.

—Me gusta—dijo el hombre mirándola con alguna extraña emoción bailando en sus orbes—, pero aunque me gusta, no puedo permitir que sigas hablándome de esa forma.

Rin frunció el ceño sin comprender de qué estaba hablando ahora ese sujeto.

—Rin Meier—leyó el enunciando de una carpeta, que se encontraba en uno de los muebles—, se graduó de la universidad de Zúrich como docente infantil, con especialidad en Pedagogía Terapéutica. Actualmente, trabaja en un centro educativo a las afuera de Berna. Es una joven de veintitrés años de edad, vive sola, su abuela materna falleció cuando tenía tan solo…

—¡Basta!—lo detuvo Rin, al darse cuenta de que todo lo que leía era información sobre su persona—. ¿Quién le dio el derecho de inmiscuirse en mi vida de esta manera? ¿Quién se cree que es para hacerlo?—arremetió enfurecida por su falta de respeto.

Sesshomaru apenas le dedico un pequeño vistazo antes de continuar leyendo:

—Su pasatiempo favorito es prestar servicio los fines de semana en una tienda de mascota, la cual recibe donaciones para ayudar a animales desprotegidos y en condición de calle.

—¡¿Qué pretende?!—preguntó Rin con las manos empuñadas a sus costados. Ese hombre se estaba excediendo, necesitaba que mostrara de una vez sus verdaderas intenciones.

—Eres un alma caritativa, quien lo diría—se burló Sesshomaru, sin prestarle atención a sus arranques.

Rin comenzaba a hartarse de la actitud cínica de ese sujeto, lo único en lo que podía pensar era en salir de aquella habitación. En cuanto, estuviese en libertad, no dudaría en comprar un pasaje de avión y largarse para siempre.

—Hay muchas cosas que amas aquí—soltó el hombre, balanceando los papeles—. Niños especiales y hasta perritos callejeros. Ah, y no olvidemos a tu hermana.

—Si piensa que va a poder manipularme, permítame decirle que está completamente equivocado. No pienso ceder ante ninguno de sus chantajes.

—No, claro que no—le dio la razón con una sonrisa siniestra en sus finos labios—. Es una pena que esa escuela tenga que cerrar, y que decir, de los perritos de la calle, parece que se quedaran sin un hogar—soltó con fingido pesar.

—¡Haga lo que quiera!

—Lo haré—concedió Sesshomaru, con un asentimiento de cabeza—. Pero no olvides que tu hermana será la primera en pagar las consecuencias—tras aquellas palabras, se dio media vuelta y abandono la habitación, dejando la puerta aparentemente abierta.

Rin se asomó al instante y vio como entraba en un ascensor. La mujer no perdió el tiempo y salió de aquel encierro, pero en lugar de usar el otro elevador, se decidió por bajar las escaleras, sin embargo, no contaba con que se encontraba en un onceavo piso. Cuando llego finalmente al lobby del hotel, se sentía cansada, pero al mirar su salvación en forma de una puerta vidriada, se dispuso a cruzarla de inmediato, pero no esperaba que un par de guardias de seguridad se lo impidieran.

Obsesión - SesshrinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora