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Era de noche, cuando Rin se animó a salir de su habitación y explorar los alrededores de su nueva morada. Se había mantenido encerrada en las últimas horas, debido a que Sesshomaru había decidido permanecer por más tiempo en la casa.

«Seguramente solo quiso fastidiarme», pensó la joven, ofuscada.

Aliviada de saber que ya no estaba, se permitió vagar por los rincones. La casa no era precisamente pequeña, pero sí bastante acogedora.

Cada uno de los miembros del personal de servicio, se habían presentado ante ella, ofreciendo sus atenciones de manera amable. Se trataban únicamente de dos mujeres: Olga y Maura. El resto del personal, eran los hombres de Sesshomaru, quienes custodiaban la casa como si esperarán una invasión militar o como si esperarán que ella saliera corriendo en cualquier momento con la intención de escapar. Indudablemente, no sucedería ninguna de las dos opciones.

Rin estaba demasiado cansada de todo como para pensar en escapes y planes que no la llevarían a nada. Lo único que deseaba era pasar su embarazo en tranquilidad y no tener que ver al causante de su desdicha ni un solo día más.

Quizás si sus fuerzas regresaban, podría pensar en otra alternativa que no fuese entregar a sus hijos en manos de ese hombre, pero siendo realista, sabía muy bien que la suerte no la acompañaba en esta oportunidad.

«Puede que no sea tan malo», se consoló a sí misma, recordando que su hermana sería la encargada de criar a sus hijos. Siempre podría verlos, aunque fuese como su tía.

La mujer, poco a poco, se estaba resignando. Ya no era la misma joven de carácter indomable que había pisado la mansión Taisho un día, la misma que había exigido a su hermana que dejara a un lado su falta de decisión y terminara con esa farsa de matrimonio. Ahora, la situación se había volteado y era ella, quien se encontraba presa en ese juego de sumisión.

Odiaba tanto a Sesshomaru, que cada vez que pensaba en él, su corazón se oprimía con el más profundo de los resentimientos.

Por su parte, Sesshomaru sentía algo similar hacia la joven mujer. Luego de su inminente desprecio, el hombre aguardó pacientemente a que saliera de su madriguera y le diera la cara. Ansiaba tanto ponerla en su sitio, que no le importó pasar horas esperando a la oportunidad perfecta.

De esa forma, sacó su computador portátil y se puso a trabajar en la sala de la casa, siendo observado minuciosamente por su asistente. Sin embargo, las horas transcurrieron y su plan no obtuvo resultados. Se negaba a ser él quien se acercara a su habitación y le exigiera hablarle, no quería rebajarse, aunque las ganas estuvieron presentes la mayoría del tiempo.

Pero siendo sincero consigo mismo, no tenía ganas de una simple discusión, tenía ganas de algo que ella no le permitiría y cuando finalmente lo entendió, recogió sus cosas y se marchó.

«Rin no era indispensable», se dijo, mientras manejaba de regreso a su oficina.

Cuando llegó al edificio de las empresas Taisho, Sesshomaru tenía una sola cosa en mente y no tardó en hacérsela saber a su secretaria.

—A mi oficina—ordenó con voz dura, cuando pasó enfrente del cubículo de la misma.

La mujer sonrió ampliamente y alisó su falda, antes de contonear sus caderas con la dirección indicada. Una vez dentro de aquel despacho, ella supo lo que debía hacer.

—No vuelvas a mirarme de esa forma—reclamó el hombre con frialdad, sin dejar de moverse en su interior.

Sarah se perdió en las poderosas embestidas que estaba recibiendo, asintiendo en muestra de obediencia y sumisión, aunque realmente, ella no tenía idea de lo que estaba hablando su jefe. ¿Pero qué importaba? Estaba disfrutando de manera desmedida de aquel encuentro.

Obsesión - SesshrinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora