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Una sola maleta fue suficiente para empacar todas sus pertenencias, después de todo únicamente le interesaba llevarse consigo las cosas que había traído desde Suiza, el resto podía quedarse en esa mansión o en propiedad de Kagura.

Rin salió de la mansión Taisho esa mañana, rumbo a un destino mucho más caótico. No tenía idea de cuál sería el lugar donde la llevarían, pero no necesitaba ser muy inteligente para intuir que no sería bueno.

"Mudanza", la idea de estar en un nuevo lugar a merced del hombre que la había obligado a firmar un contrato que estaba a punto de acabar con su vida, no le hacía nada de gracia.

¿Pero qué podía hacer?

Hacía tiempo que había dejado de ser dueña de su vida y ahora no era más que otra marioneta movida al antojo de Sesshomaru Taisho; pero a pesar de su cruel destino, estaba decidida a no dejarle al hombre las cosas fáciles.

—Llegamos—anunció Jaken deteniendo el automóvil.

Únicamente en ese instante, Rin se permitió mirar a su alrededor. El color verde fue lo primero en llamar su atención, ya que era lo que más predominaba en aquel sitio.

«Una casa campestre», pensó la chica, observando todo con cautela. Claro, el muy desgraciado, había buscado el lugar más alejado de la ciudad para que los ojos curiosos no pudiesen descubrir la noticia sobre su embarazo.

Jaken bajo del automóvil y se apresuró en abrirle la puerta. La joven mujer miró la puerta que había sido abierta para ella y por un breve instante, tuvo el impulso de cerrarla y de dirigirse al asiento del conductor y poner en marcha aquel automóvil.

«Escapa», susurró por un instante su mente, para luego decirle con una voz mucho más audible: «Ni se te ocurra, no tiene caso hacerlo»

La mujer negó dándole fin a su arrebato anterior. No tenía forma de escapar de Sesshomaru, lo sabía a la perfección y eso era lo que más le molestaba de todo ese embrollo.

Los segundos continuaron pasando silenciosos y pesados, el hombrecito quien aguardaba a que saliera se estaba cansando de tanta espera.

—No tenemos todo el día—reclamo sin ocultar su tono malhumorado.

Rin quiso contestarle algo igual de descortés, pero prefirió guardar sus energías, porque sin duda las necesitaría más adelante.

Luego de varios minutos de indecisión, se decidió a bajarse del auto finalmente. Los pasos de la joven fueron lentos y pesados, mientras no dejaba de ver el suelo empedrado por dónde pasaban. Tal vez si la razón de su visita fuese otra, pudiese llegar a reconocer lo hermoso del sitio, pero en esas condiciones, no podía apreciar absolutamente nada.

«¿Qué sería de ella a continuación?», se preguntó a medida que se acercaba más a la entrada de la casa. Se sentía como una persona que acababa de ser condenada a muerte, no veía la luz al final del túnel, ni mucho menos una solución para su devastador destino.

Rin acarició su vientre, recordándose que su única misión era tener un embarazo saludable y luego entregar a sus pequeños en manos de Sesshomaru.

—Señor—saludo Jaken a la figura masculina que se encontraba de pie en el recibidor de la casa.

La joven no necesitó elevar su mirada para saber de quién se trataba, podía sentir a la perfección su imponente aura sin siquiera tener que verlo.

—Aquí está la joven, justo como me lo ordenó—se complació el hombrecito de haber cumplido con su trabajo a la perfección.

El hombre, quien no había dejado de mirar a Rin desde que cruzó la puerta de entrada, hizo una seña a su asistente para que pasara a la segunda fase del plan que había estipulado.

Jaken no tardó en cumplir su cometido, apresurándose en sacar de un cajón aledaño un juego de documentos, que habían sido recientemente guardados.

—Está todo listo—anuncio con aquellos papeles en la mano.

Al escuchar aquello, la mirada de Rin se alzó y miró de mala gana el manojo de documentos.

—¡No pienso firmar nada!—advirtió desafiante. Ya le habían arruinado suficientemente la vida, como para que ahora quisieran imponerle alguna otra tontería.

—¡Pero qué insolente!—se indignó Jaken, quien parecía sentir una especie de devoción desmedida hacia su jefe.

—¿Quién ha dicho que tienes que firmar algo?—la voz de Sesshomaru se alzó por encima de su reclamo.

Los ojos dorados se encontraron con los castaños en una batalla que pareció durar por horas, pero que, en realidad, fue un duelo de apenas unos pocos segundos.

—Dígame, ¿qué quiere ahora?—preguntó Rin desviando su mirada. Tenía muy buenas razones para desconfiar de ese hombre.

Sesshomaru hizo una seña a su asistente para que se encargara de atender a su inquietud. El hombrecito carraspeó suavemente y luego explicó con voz solemne:

—Son los títulos de propiedad de esta casa y de otros bienes.

—¿Y? ¿Qué tengo que ver yo con todo eso?—contraatacó la chica de inmediato.

—Que estarán a tu nombre—contestó Sesshomaru, llamando por completo la atención de la joven.

—¿De qué habla?

Por algún motivo, Rin se sintió ofendida ante sus palabras.

¿Acaso estaba intentando comprarla?

—Lo que escuchas, Rin. No todo en el contrato es malo, también obtendrás muy buenos beneficios por tu participación en el mismo.

—¿Y quién le dijo que yo quería esos "beneficios"?

—No me importa si los quieres o no, simplemente cumpliré con mi parte del trato.

La mujer no dijo nada más, era evidente que no tenía caso hacerlo. ¿Negarse? ¿Rechazarlo? ¿Para qué? Seguramente se valdría de sus artimañas para hacer que aceptará cada una de sus exigencias, después de todo eso era ella, una mujer que había decidido cambiar a sus hijos por unas cuantas monedas.

—Haga lo que quiera—dijo con cansancio, en ese momento, únicamente deseaba que ese hombre se fuera. No quería tener que soportar su horrible presencia.

Sesshomaru detalló el desprecio en su mirada y aquello lo hizo fruncir el ceño con descontento. No le gusto para nada su expresión, no le gusto que lo ignorara y que luego se dirigiera a su asistente para que le indicara dónde estaba su habitación. Era como si Rin no soportará verlo, como si fuese un leproso del que quisiese alejarse de forma desesperada.

Mientras Jaken guiaba a su rebelde cuñada por las escaleras que conducían a las habitaciones, Sesshomaru apretaba cada vez más la copa de vino que había tomado hacía apenas unos instantes. Sentía un enorme deseo de despedazarla y no pudo evitar arrojarla con fuerza en medio de la sala.

La copa se hizo añicos de inmediato, pero eso no ayudo a calmar su molestia, por el contrario, mientras contemplaba el líquido rojo desparramado, la sensación de malestar se incrementó.

«¿Quién se creía esa insolente para despreciarlo?», se preguntó sin poder controlar la ira que crecía cada vez más en su interior…

Obsesión - SesshrinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora