Capítulo 3: Un día normal... O puede que no.

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Ni siquiera el berrinche del despertador pudo sacar al peliverde del trance. Miraba el techo con la boca abierta dejando caer un rastro de baba. Giró la cabeza a un lado, caras de All might, giró hacia el otro lado, más All might. Se limpio la baba y, con la misma mano, palpó la mesita en busca del despertador. Adiós berrido.

«¿Y ahora qué?», preguntó su cerebro tan confuso como el resto de órganos.

Se notaba raro. Despierto y a la vez dormido. Frotó sus ojos sin conseguir quitarse la sensación que comprimía su cuerpo contra la cama. Le dolían las piernas, como si hubiera hecho un gran esfuerzo; huir de un monstruo, por ejemplo.

—¿Fue un sueño? —le preguntó con un tono lento a la figura de acción de All might más cercana—. ¿Soñé con un mundo de fantasía? ¿Soñé que tenía un quirk?

La ultima pregunta se sintió como un puñetazo. No era la primera —y seguro que la última tampoco— vez que soñaba con la obtención de un quirk poderoso. Solo que aquellos sueños no fueron tan realistas y largos como el de anoche. Fue al incorporarse cuando notó el primer signo de que algo no iba bien. Las mantas. Estaba tumbado sobre las mantas.

Izuku tenía una forma particular de dormir: se tumbaba sobre la cama y se tapaba con una manta de All might. Siempre hacía lo mismo. La manta iba encima de su cuerpo, ¿por qué esa mañana estaba él encima de la manta? Solo había una explicación: su cuerpo desapareció en mitad del sueño, la manta se depósito sobre el colchón al no haber nada debajo, e Izuku apareció otra vez encima del meollo.

Luego notó que no vestía su pijama, sino el conjunto de pantalón corto y sudadera que le prestó Melissa. Desprendía un suave olor a aceite y metal.

Aquel era otro punto a favor de que las cosas no iban según lo planeado.

—El sueño de Erinjar no pudo ser real —murmuró tan consternado como confuso—. ¿Cierto?

Tomó la figura de All might —edicion limitada ultra deluxe, chapada en plástico de ultima generación y caja de sonido para escuchar la risa del héroe— y cerró los ojos. No lo pensó dos veces. Quería un palo de madera. Un objeto tan inútil como él del que solo se interesaban los perros y los niños pequeños. Además, lo quería astillado.

—¡Ay! —Izuku dejó caer la figura. Se había clavado una astilla en el dedo índice—. Espera, eso significa...

Miró la figura. No, lo que fue una figura. Un palo de madera descansaba sobre sus piernas. Con la boca tan abierta que su estómago era casi visible, arrancó la astilla y se pellizcó el brazo con todas sus fuerzas. Dolió como un demonio, y fue el dolor más placentero del mundo. Lloró como un bebé de pura felicidad. Melissa tenía razón: Erinjar era un mundo de oportunidades.

Un tenue escozor en el brazo borró la sonrisa. Izuku adivinó la causa antes siquiera de arremangarse: el corte que le hizo el escorpiés le saludó alegremente, un línea roja cuyo sangrado se detuvo hace rato.

Erinjar también era un mundo peligroso.

—¡Izuku! —Inko Midoriya, matriarca, mujer bajita y elevado mal genio, gritó desde la planta baja haciendo temblar la casa—, ¡vas a llegar tarde a la escuela! ¡Ve a desayunar de una vez!

Puso los ojos en blanco. Viajar a un mundo fantasioso no lo eximía de sus deberes. Qué fastidio.

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No lo notó antes, pero estaba muerto de sueño. Las piernas apenas reunían fuerza para caminar derecho, asemejándose así a un cosplayer de borracho menor de edad. Tenía sentido porque no durmió mientras estaba en Erinjar, al contrario, huyó de un bicho infecto y su cerebro fue bombardeado de información aún no procesada. Justo la rutina que todo estudiante en época de exámenes necesitaba. Perfecto. Maravillosamente perfecto.

Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora