Capítulo 39: Un libro.

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La nave-autobús despegó, no de la manera más suave, pero sí rápida. El motor traqueteó por culpa del esfuerzo mientras la carrocería sufría las pedradas de los miembros del culto indignados. Melissa cerraba ventanillas a toda velocidad silenciando insultos demasiados creativos para ser escritos, Knuckleduster manejaba el volante, Izuku abrazaba el libro con una especie de sentido maternal recien adquirido y Akatani golpeaba su cabeza contra el asiento de delante, gimiendo "no podemos visitar un sitio nuevo sin liarla" una y otra vez como un disco rayado.

La situación había vuelto a empeorar de un momento a otro. Por lo menos había culpables a los que cortar la cabeza.

—¿Se puede saber que habéis hecho dúo de idiotas sin materia gris dentro del cráneo? —exigió saber Melissa al mismo tiempo hacía una mueca al ver uno de los cristales agrietados por culpa de un proyectil desconocido. Iba a requerir mucho tiempo de forjado reparar todo—. No llevamos ni media hora en este pueblo y os habéis ganado el odio de la mitad de la población. ¿Cómo es siquiera posible? Ni siquiera Hitler o Putin acumularon tanto rechazo en tan poco tiempo. Debe ser un don especial.

Sus respuestas fueron variadas: Akatani enterró el rostro en las rodillas e Izuku le dirigió una mirada petulante, nada arrepentido por lo que sea que hubiese hecho. Abrazó con más fuerza el libro rojo.

—Sois unos imbéciles —continuó Melissa a la espera de ver una nueva reacción—, ahora no podemos volver aquí a menos que queramos vivir la experiencia de la guillotina. O mucho peor. Puede que nos sacrifiquen en un ritual raro.

Tampoco es que tuviera algo que hacer en el pueblo, solo quiso darle más dramatismo al sermón. Y funcionó bastante bien ya que Akatani levantó la cabeza exponiendo una expresión de cachorro abandonado.

—Lo lamento, Melissa.

La joven se vio obligada a endurecer su corazón antes de que la mirada lastimera del gólem derribase su enfado. Ayudó mucho que Izuku siguiera con su actitud de "no he hecho nada malo, soy inocente y una maravillosa persona". ¡Vaya que ayudó! Sus deseos de estrangularlo crecieron.

—Una disculpa no es suficiente. No vamos a poder visitar el pueblo nunca más.

Izuku reaccionó esta vez, aunque no fue lo esperado. Se encogió de hombros como si aquello no fuera la gran cosa... Y la verdad es que así era. El pueblo se hallaba en una zona apartada y apenas disponía de conexiones importantes. Lo único interesante allí era la presencia de Ipomageón y el ingrediente que Melissa buscaba.

El autobús ganó altura y las pedradas dejaron de impactar en la carrocería. Se estaban alejando del peligro.

Knuckleduster aprovechó el momento para hablar:

—Melissa, no te quejes tanto. Te recuerdo que le diste un puñetazo al vendedor por cobrarte de más.

La joven no supo qué hirió más su orgullo, si el recordatorio de una verdad vergonzosa o la mueca burlona de Izuku; sus ojos decían "¿Has agredido a alguien y tienes la desfachatez de regañarnos? Eso es muy hipócrita".

—Eso da igual —dijo antes de que la situación se volviera en su contra—. No es lo mismo propinarle un puñetazo a un idiota que... ¿Qué habéis hecho exactamente?

—He robado un libro mágico. —Izuku dejó de abrazar su tesoro para mostrárselo a Melissa. Un libro rojo tal cual—. Puede grabar grandes conocimientos en la mente de un forjador que toque las páginas. Es impresionante.

Su rostro brillaba de ilusión mientras enumeraba una larga perorata de cualidades magníficas del libro que Melissa no se molestó en escuchar. Conocía el potencial de Izuku para convertir las conversaciones en monólogos espeluznantes para desconcertar a sus oponentes. Ese truco no iba a funcionar en ella.

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