Capítulo 26: Revolución anti televisiva parte 2.

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Izuku se quedó tendido al costado de la columna, detrás de una mesa. Los cristales cayeron sobre el como copos afilados —apenas sintió el corte de la mejilla— brillando bajo los fluorescentes titilantes. Por lo menos, la moqueta amortiguó la caída. Registró la zona apenas moviendo la cabeza: decenas de mesas bien ordenadas con material oficina, una máquina expendedora a su derecha y un par de macetas custodiando la entrada del baño. A lo lejos, un pasillo guió su mirada al despecho de... No pudo leer la etiqueta.

El rascacielos era un enorme edificio de oficinas; el reino de los grandes empresarios que dirigían a sus empleados como un pastor que guiaba a las ovejas. Aspiró el aroma del mercado laboral, el capitalismo y el techo de cristal que nunca faltaba en toda buena empresa. Se levantó tambaleante, apoyado en la columna, fue a dar un paso cuando tropezó con el maletín de la bomba y terminó en el sueño otra vez.

—Maldita sea —gruñó.

Lo recogió y examinó en busca de desperfectos. Sonrió al no notar daños importantes y volvió a sujetarlo sobre la espalda con ayuda del royo de cinta de captura que debió devolver una vez terminado el ejercicio heroico.

Seguramente no la echaban en falta.

Sus pasos amortiguados por la comodidad de la moqueta recorrieron el espacio de oficinas, viendo tablones de corcho cubiertos de gráficas y garabatos, ordenadores apagados, depósitos de agua, plantas decorativas, sillas con ruedas y muchos más objetos comunes en aquellas zonas laborales. Y lo que Izuku disfrutó más: el silencio.

Un oasis ajeno a las pantallas controladoras de cerebros y vigilantes salvajes; una pena no poder disfrutar del silencio porque la misión no iba a completarse sola. Izuku examinó su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos determinando que no sufrió heridas mas graves que unos simples cortes en el rostro, brazos y piernas. El disfraz se llevó la peor parte. Contó tantos desgarrones que no dudó en desecharlo cuando tuviera la oportunidad.

Salió al pasillo, notando un cartel que rezaba "planta 152" y subió las escaleras ignorando la presencia del ascensor (no quiso tomar el riesgo de tomarlo por miedo a que se quedara bloqueado a medio camino). Había mesas y sillas obstaculizando el ascenso, como si alguien no quisieran que nadie llegara a las plantas superiores. Izuku lo tomó como una buena y mala noticia.

Mala porque significaba que había alguien más con él.

Buena porque había una alta probabilidad de dar con la antena.

Empuñó el bastón eléctrico (fue un milagro conservarlo después del accidente) y se mantuvo alerta. Knuckleduster le recomendó vigilar esquinas y huecos. Izuku no quería encontrarse de frente con un espectador loco sin armas a su alcance. Las plantas eran idénticas unas de otras: misma moqueta y oficinas. Solo cambiaba la distribución de los despachos y el cartel al lado de las escaleras (se hallaba en la 153). No albergaba ganas ni tiempo de investigarlos. No hallaría nada interesante.

Saltó por encima de la fotocopiadora, aterrizando sobre pilas de folios en blanco.

—Mierda —maldijo. El siguiente tramo de escaleras colapsó bajo toneladas de escombros—. Esto no lo esperaba. Supongo que habrá que arrastrarse un poco.

El silencio no se rió de su intento de broma.

Se coló por del agujero más grande utilizando los antebrazos para avanzar, el polvo le tiñó el traje y rostro de blanco, un olor a yeso húmedo penetró en su nariz. Se retorció con el fin de rodear una viga incrustada en el concreto y saltó un agujero que conducía al piso de abajo.

—¡Izuku! ¿Estás ahí?

El corazón del joven se detuvo tres segundos exactos. Aquella voz, aún deformada por el eco, fue perfectamente reconocida. Akatani estaba en el edificio, en algún lugar de las plantas bajas, pero allí. Izuku recordó el destello rojo antes de que la honda de choque lo derribase de la tabla. Su gólem lo había visto y no albergaba buenas intenciones.

Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora