Capítulo 41: Carrera de obstáculos.

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Los alumnos se apiñaban en aquel túnel cuyo diámetro recordaba a las alcantarillas de la ciudad de las televisiones. Izuku se vió presionado contra la pared de parte de la masa de gente sudorosa que ocupaba cada centímetro de espacio disponible. Akatani estaba detrás de él sobrellevando lo mejor posible aquella simulación de "otakulandia".

La carrera de obstáculos era una prueba inamovible. En todo festival se realizaba. Se trataba de la criba perfecta: los más rápidos ganaban, el resto iba fuera. Pues la rapidez era imprescindible para todo héroe ya que el crimen no esperaba a los rezagados.

Izuku estaba a punto de morir de un ataque de ironía. ¿De qué servía pasar quince minutos elaborando estrategias si iba a ser aplastado antes de comenzar?

Vislumbró a sus compañeros en aquel montonal, tan incómodos como él, y, detalle que le sorprendió, la ausencia de amenazas de muerte por parte de Bakugou. No vio al joven explosivo durante su discurso ni en el descanso previo al embotellamiento. Esperaba que no le hubiese sucedido nada; Bakugou no ignoraría el festival deportivo a menos que hubiese sucedido algo grave.

¡La carrera de obstáculos, un clásico en la UA! —dijo Present Mic. El mensaje reverberó dentro del túnel—. ¡Las reglas son simples: prohibido atacar directamente al resto de aspirantes y salir de los límites del recorrido!

Las reglas de todos los años. Izuku se las sabía de memoria.

La mano de Akatani le apretó el hombro antes de susurrar al oído:

—¿Tú vuelas y yo te cubro las espaldas?

El peliverde asintió. Nadie parecía haber escuchado.

¡La carrera comenzará en 3... 2... 1... Adelante!

La sirena precipitó la ola desenfrenada de jóvenes a través del túnel entre empujones y gritos. Las peculiaridades se activaron en tal descontrol que fue un milagro que la mitad no muriese en los primeros cuatro segundos de carrera. Izuku se pegó a la pared dejando pasar la mayor cantidad de gente al mismo tiempo que se concentraba en la superficie donde apoyaba las manos. Akatani se dedicó a desviar todo posible daño con su cuerpo.

¡Qué descontrol, cuánto frenetismo! —se maravilló el héroe de la radio—. ¡Todoroki se desliza sobre el hielo mostrando un control increíble de su peculiaridad! ¡Está encabezando el grupo!

Los gritos de euforia de los espectadores adornaron el comentario ilusionado del héroe.

Izuku vio rastros de hielo agrietado en la salida del túnel. A su alrededor se concentraban un par de adolescentes que decidieron abandonar la carrera, los alumnos del curso general o economía, que participaban por el simple hecho de salir en la tele, dándose cuenta de que poco podían hacer en aquel sitio. Sus poderes no eran los adecuados o carecían del entrenamiento para sobresalir. Naturalmente también había heridos: lesiones y fracturas desencadenadas en la ola de descontrol que dejaron varios jóvenes en el suelo. No vio a nadie de su clase.

—Izuku, date prisa, nos están sacando mucha ventaja —le advirtió el gólem mirando la pista de obstáculos padeciendo un leve temblor en las manos—. A este paso no habrá forma de alcanzar a Todoroki.

A Izuku le importaba poco ganar. Bastaba con quedar entre los veinte primeros y llamar la atención como un animal de circo.

Terminó de forjar la pared del túnel; una tabla voladora estaba deseosa de transportar su culo por encima de los locos caóticos con poderes. Se subió y pisó el acelerador metafórico que lo lanzó disparado al exterior, donde un cielo despejado, reflejado en el hielo, deslumbró su mirada. Notó el destello carmín adelantándose en busca de peligros.

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