Capítulo 37: Un culto... normal.

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La catedral no difería de otros edificios barrocos de la época... ¿Renacentista? Izuku no sabía mucho de la historia antes del surgimiento de las peculiaridades, por lo que su conocimiento sobre edificios antiguos era un poco limitado. Eso sí, podía afirmar que la catedral era enorme en comparación al resto de edificios.

El patio delantero, con sus bonitos jardines, dibujaba una linea recta hasta el portón de madera del edificio. Gente de blanco paseaba disfrutando del buen tiempo ignorando la presencia de los cuatro extranjeros que se acercaban a la catedral en busca de una audiencia.

Por lo demás, no era la gran cosa. Un edificio bonito, sin embargo quedaba muy por debajo del castillo flotante.

Volar siempre añadía puntos extras a cualquier edificación.

Izuku estaba nervioso (su estado de ánimo usual durante los viajes a Erinjar que no se limitaban a permanecer en el castillo). La presencia de Akatani y Melissa poco pudo hacer para tranquilizarlo. Miraba a su alrededor a la espera de un ataque y posterior sacrificio hacia lo que sea que aquella gente dirigiese su fé. De momento, no parecían más que una ramificación del ku kux klan sin sombreritos graciosos, pero podrían convertirse en la típica secta indígena que se alimenta de personas en cualquier momento.

No estaba seguro si forjar un arma para la defensa propia podría provocar a la gente, por lo que decidió actuar como lo hacían Iwao y Melissa.

Llegaron a los portones de madera. Una anciana vestida de blanco se interpuso en su camino. Su sonrisa estiró las arrugas de formas nunca antes vistas.

—Buenos días, ¿qué se les ofrece en esta tranquila ciudad, queridos extranjeros?

No se dirigió a ellos de malos modos, ni un deje xenofobia por ver a cuatro viajeros, al contrario, se veía complacida, casi feliz, como la típica persona que llamaba a la puerta pidiendo cinco minutos para hablar de Jesucristo. Izuku dedujo que su intención era captarlos.

Knuckleduster intervino por los cuatro. No la mejor decisión teniendo en cuenta su historial de acciones, pero seguía siendo mejor que dejar a Izuku hablar con ella.

El peliverde notó que la anciana no se vio intimidaba por tener al gigante frente a frente.

—Quisiéramos una cita con el arzobispo Ipomageón —explicó con unos modales que no encajaban con su personalidad—. Somos conscientes de que es un hombre ocupado...

—Estáis de suerte porque hora mismo tiene un rato libre —la anciana le interrumpió con tan buenos modos que casi parecía la típica abuelita que cebaba a sus nietos con rondas interminables de galletas recién horneadas—. Venid conmigo. Os guiaré a la sala de reuniones.

El portón se abrió entre crujidos desvelando un enorme espacio rectangular enmoquetado donde filas de bancos apuntaban al altar vacío. Tres pares de vidrieras iluminaban el sitio con luz verdosa y amarilla. El olor del incienso fue tan reconfortante que Izuku aspiró la esencia con los ojos cerrados, sintiendo los nervios desvanecerse. Lo que no vio fueron las decoraciones religiosas que uno esperaría encontrar en las típicas iglesias occidentales. Siete personas sentadas en los bancos hacían ver el lugar más vacío de lo que era. Esto extrañó a Izuku porque esperaba un poco más de aforo en el templo religioso de una ciudad guiada por la fé. Por otro lado, cuánta menos gente hubiese, más probabilidades de salir vivos si la ciudad tomaba la decisión de atacar.

—Seguidme.

La anciana guió al grupo a través de un pasillo lateral situado en un punto poco iluminado de la pared. El espacio estrecho rozaba lo claustrofóbico, y el olor del incienso fue sepultado bajo la humedad. Subieron una escalera de caracol cuyos peldaños irregulares se divertían haciendo tropezar a Izuku. Por lo menos no cayó de morros.

Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora