Izuku se levantó bajo el escrutinio de Akatani. Respiró hondo, no notó la presión del pecho que lo acosó momentos atrás, se encontraba bien... Bueno, un poco mejor, capaz de seguir adelante.
—¿Puedes continuar? —Akatani inquirió ajustando las correas de la mochila—. Podemos dar media vuelta. Arriesgar la vida por cuatro piedras es una idea que supera la estupidez.
Se sintió tentado a regresar... Hasta que recordó que Melissa necesitaba las piedras brillantes. Quería ayudarla, devolver el favor que le hizo al mostrarle Erinjar y ofrecer una habitación en su castillo. Se lo debía.
Muy en el fondo, era consciente que habría ayudado a la chica aún sí no le debiera nada. Estaba en su naturaleza ayudar a los necesitados. La satisfacción de recibir un simple agradecimiento llenaba su corazón de felicidad. Aún si resultaba herido en el proceso.
—Puedo seguir —afirmó tratando de parecer confiable, sin embargo, su respuesta sonó cual resoplido de caballo a punto de estirar la pata—. Vamos a por unas piedras más.
Se prometió mejorar su forma física. ¿Cómo pudo agotarse cargando dos piedras de un kilo y medio? Culpó al aire enrarecido.
—Como quieras.
Recobraron la marcha a ritmo lento. Izuku vio al gólem mirar hacia atrás de reojo cada poco tiempo comprobando su estado. Las sombras que dibujaba la linterna en su rostro proporcionaban un matiz siniestro. Nadie dijo nada, ¿para qué? La tarea era sencilla; añadir palabras equivaldría a consumir energía valiosa.
Hallaron dos piedras unidas, similares en tamaño a las anteriores. Akatani las arrancó con una mezcla de brusquedad y cuidado en pos de no dañarlas. Las observó antes de preguntar en un tono bajo:
—¿Por qué las necesita Melissa?
Izuku se mordió el labio. El susurro fue perfectamente audible en el silencio de la cueva, imposible de confundir con una corriente de aire o con la caída de una estalactita. Akatani había hecho una pregunta, lo que no sería extraño si uno no se daba cuenta de que era la primera vez que él comenzaba una conversación cuyo propósito no era evaluar el estado físico o mental de Izuku.
Sí, de vez en cuando soltaba opiniones al aire sobre el paisaje, personas o acontecimientos llamativos, pero era solo eso: comentarios que no esperaban una respuesta. Era Izuku quién seguía la conversación por propia voluntad, más que nada porque no le gustaba mantenerse en silencio mucho rato. No obstante, justo allí, Akatani pronunció una pregunta con el fin de comenzar una conversación.
«O satisfacer su curiosidad», Izuku apartó el pensamiento. Llenarse la cabeza con idioteces no ayudaba. Esbozó una respuesta en forma de pregunta, ya que el gólem esperaba su opinión en silencio, sin apartar los ojos de las piedras. Ojos que reflejaban el color azulado del material en cuestión.
—¿Quieres saberlo o has hecho la pregunta para ver si soy capaz de contestar?
Era una opción, que el gólem quisiera comprobar su estado mediante preguntas, valorando si pudiera continuar analizando el esfuerzo en pronunciar las palabras. Si le costaba hablar, entonces sucedía algo raro, en resumen.
—Ambas opciones. —La mirada carmín le taladró el cráneo—. Y bien, ¿qué contestas?
Izuku no quería contestar. Pero tampoco quería hacer esperar al gólem. Bajo aquella luz era... Intimidante.
—Creo que las piedras poseen energía que se libera mediante el brillo azulado —teorizó a toda prisa deformando las palabras en su habitual murmullo—. Ella podría emplear dicha energía para mover máquinas de gran tamaño, ¿no crees?
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Más allá de los sueños
FanfictionIzuku Midoriya no era el adolescente con mejor suerte del mundo... mejor dicho: No tenía nada de suerte. Nació bajo la estrella más pequeña, deprimente y bastarda del universo. Sin quirk, despojado de su sueño de ser héroe y abandonado por su padre...