Capítulo 23: Nuevo aliado.

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Izuku se quedó mirando al hombre que apareció detrás de él (Knucklefoster, knucklepostre o Knucklemonster, el nombre daba igual). Era casi tan alto como All for one, portando una gabardina verde sucia y dos nudillos de latón. La cicatriz comenzaba en la mejilla izquierda, ascendiendo hasta perderse en el pañuelo que le cubría la parte superior del rostro. Una mirada aguda, compasiva y salvaje traspasaba dicha máscara.

Un tipo con el que nadie quería encontrarse.

—¿Quién eres? —logró pronunciar Izuku—. ¿Me has seguido? ¿Estás con la horda?

Estaba cagado de miedo. Su acelerado corazón no se relajaría sin importar las veces que el hombre repitiera que estaba allí para ayudar. Cabía la posibilidad de que mintiera para delatarlo cuando bajase la guardia. Apretó el mango del bastón eléctrico con fuerza, lo único que mantuvo a Knucklemonster alejado.

—Soy Knuckleduster —repitió con paciencia—, mi verdadero nombre es Iwao Oguro.

Izuku entrecerró los ojos. Aquel nombre le sonaba de algo. Lo escuchó en su niñez, estaba seguro, lástima que faltase el contexto.

—¿Qué está pasando? —Bajó un poco el arma—. ¿Por qué los habitantes actúan cómo...?

—¿Cómo hipnotizados? —sugirió Iwao. Izuku asintió—. Se debe a las radios y televisiones. Lavan el cerebro de aquellos que ven y oyen sus programas. Han transformado la ciudad en una película de terror.

El adolescente puso los ojos en blanco. La confirmación de que los sistemas audiovisuales eran los responsables del estado de la ciudad era innecesaria. Hasta un mono se daría cuenta. Sin embargo, prefirió no dar rienda suelta al sarcasmo; los nudillos de latón se veían muy capaces de partirle la mandíbula.

Buscó otro enfoque.

—¿Cómo puedo ayudar a mis amigos?

Apartar de la mente los rostros sonrientes de Akatani y Melissa no fue fácil. Verlos actuar como marionetas, tampoco.

—Hay que alejarlos de las televisiones —respondió—, y sé que estás pensando: Es imposible porque están por todas partes.

—Están por todas partes —pronunció igualmente. Guardó el arma y se cruzó de brazos—, ¿quién las instaló? ¿Un villano? ¿Un forjador loco? ¿Ambos?

—basta de preguntas —dijo con sequedad—. Te llevaré a un lugar seguro. Allí podremos planificar un modo de rescatar a tos amigos. ¿Estás de acuerdo?

Aceptó pese a no confiar totalmente en él. Seguirlo era mejor que permanecer escondido a la espera de otra persecución por toda la ciudad. Las cosas serían diferentes de conocer la zona; podría volver al castillo en busca de refuerzos... Porque a las armaduras no les haría efecto las televisiones... ¿No?

Se sumergieron en la oscuridad y olor a orina del callejón. Los sonidos de la ciudad —la amalgama transmitida de las televisiones— fue disminuyendo hasta convertirse en un eco sordo. Ruido blanco que cumplía la labor de recordarle uno de los peores momentos vividos. Iwao o Knucklemonst... Knuckleduster (Izuku tenía problemas para recordar el nombre, y eso que se le quedaban grabados muy fácilmente en el cerebro. ¡Cómo si no mantendría un registro de los análisis de héroes en su cabeza!) retiró una tapa de alcantarilla dejando salir olores que revolvieron el estómago de Izuku.

—Sigueme —pronunció la orden que Izuku no quería oír. Debió notar las pocas ganas de Izuku de visitar el alcantarillado porque añadió—. El subsuelo es el único sitio libre de radios y televisiones.

—Está bien.

Bajar por la oxidada escalera fue tan agradable como arrancarse las uñas. Sustancias misteriosas cubrían los peldaños haciéndolos resbaladizos. Cada diez centímetros de descenso, la peste empeoraba. Su cerebro, en un acto de idiotez, jugó a identificar los olores, como si sentir que las fosas nasales ardieran no fuera suficiente. El cubrebocas no pudo protegerlo del ataque olfativo. Se prometió mejorarlo a cualquier costo.

Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora