Capítulo 7: ¡Izuku gana un hermano!

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Izuku sintió que la cabeza le iba a explotar. Abrió los ojos, acción de la que se arrepintió cuando el brillo de los fluorescentes le quemó las retinas. Gimió. Se masajeó las sienes intentando procesar la situación; recordaba, más o menos, los acontecimientos antes de despertar dónde fuera que estuviese en aquel momento: Volaba en una tabla mágica para recolectar madera. Un pájaro gigante apareció con ganas de fiesta y los persiguió hasta el castillo. Luego un impacto muy fuerte mandó a Izuku contra la pared. Se golpeó en la cabeza.

Lentamente, sus sentidos cobraron vida. Los oídos captaron el suave tictac de un reloj. Luego sintió la suavidad de las mantas cubriendo su cuerpo dolorido. Y finalmente, sus ojos recuperaron las funciones motrices normales. Se hallaba en una enfermería. Seis camas ocupando una habitación grande, armarios cerrados y una mesa con frascos llenos de líquidos que poco atraían su curiosidad. Una enfermería al fin y al cabo.

Palpó su cabeza, la fuente del dolor que impedía pensar con claridad. Estaba vendada.

—!Hey! ¿Estás despierto?

Izuku giró la cabeza hacia la voz suave. Melissa asomaba el rostro a través de la rendija de la puerta. Entró al notar que su compañero estaba despierto.

—Menos mal —ella suspiró dejándose caer sobre una cama—. Sufriste un golpe muy duro. Tuviste suerte de no romperte nada importante.

Ella vestía un sencillo chándal muy alejado del estilo Steam punk y tenía el pelo húmedo, seguramente se dio una ducha mientras él descansaba. Su brazo izquierdo estaba vendado.

—Son rasguños. No te preocupes —aclaró notando la preocupación en sus ojos—. Un poco de desinfectante y vendas y listo.

—¿Qué sucedió exactamente? Recuerdo el pájaro gigante y el golpe que me lanzó contra la pared.

—El estúpido pajarraco se estampó contra la torre —contestó con malos humos. La primera vez que Izuku la veía enfadada—. La estructura del castillo está intacta... Y me gustaría decir lo mismo del balcón. ¡Con lo bonito que me había quedado!

Pobre balcón.

—¿Qué sucedió con el pájaro?

—Cayó al vacío —dijo satisfecha con el destino del monstruo—, no sé si el golpe lo mató o lo dejó aturdido. Lo importante es que no molestará.

Izuku imaginó la pelota gigante con plumas chirriando y agitando las alas mientras caía a las profundidades. Una visión graciosa que lamentó perderse. Se conformó con pensar que el golpe en la cabeza fue vengado.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

Melissa miró el reloj e hizo cálculos rápidos.

—dos horas.

Menos de lo esperado. Si se fue a la cama a las seis de la tarde, supuso que en Japón serían más de las doce (dejó un margen amplio porque debía contar las horas de tala y el tiempo que pasó en el castillo con Chalier). Le quedaban otras seis horas antes de verse obligado a seguir la rutina. Qué pereza le daba ir a la escuela.

—¿Puedes levantarte o necesitas descansar un poco más?

Izuku miró su cuerpo —el chándal se había manchado de serrín y sudor— y no vio extremidades vendadas. Solo la cabeza resultó mal parada. Movió las piernas y brazos para comprobar su movilidad. Se sentía bien, descansado.

—Puedo moverme. Pero... —un pinchazo en la cabeza le obligó a esbozar una mueca de dolor. Melissa se acercó, preocupada—. La cabeza me da problemas.

—Entiendo. Dame un segundo. —Abrió el armario. Estaba lleno de instrumental médico que Izuku no reconoció. Tomó un frasco de cristal cerrado con un tapón de corcho—. Toma un trago. —Le tendió el objeto; Izuku no estaba muy seguro de obedecer. El líquido compartía muchas semejanzas con el alquitrán—. Es un opiáceo muy efectivo para el dolor.

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