Capítulo 8: One for all.

651 117 36
                                    

—Tu barrio es muy agradable y silencioso.

Izuku discrepaba. Vivía en un barrio genérico lleno de vecinos incapaces de meter las bolsas de basura en el contenedor (como la vieja de la esquina, cuya manía de dejar al perro cagarse delante de las puertas ajenas, llevaba al límite la paciencia de los vecinos). No encontraba la belleza que Akatani aseguraba ver. Por lo menos acertó en la parte del silencio.

—Es un sitio normal —se limitó a decir—, más importante aún, ¿recuerdas cómo llegar a casa?

Akatani asintió con la cabeza.

La incapacidad del gólem de quedarse en el castillo obligó al peliverde a tomar medidas drásticas, y con drásticas, se refería a adoptarlo como un hermano recién nacido (literalmente). Pues la segunda opción consistía en dejarlo en la calle al resguardo de una caja de cartón con un sombrero en la mano para pedir limosnas (ya que estaba allí, que hiciera algo de provecho, ¿no?). Lo divertido sería contarle a su madre la verdad. Sí, estaba esperando ese momento...

—¿A dónde vamos? —Akatani posó la mano sobre su hombro para llamarle la atención—. Nos estamos alejando de casa.

Su preocupación rivalizaba con el temor de un niño pequeño a perderse. Habría sido adorable si no sacase media cabeza de altura a Izuku.

—Vamos al centro. Quiero comprar un par de cosas importantes —respondió Izuku—, procura lo separarte de mí.

—¿Cosas importantes? —Akatani ladeó la cabeza. La curiosidad brilló en sus ojos—. ¡Oh! ¿Revistas de héroes?

Izuku se preguntó si el resto de personas podían leerlo con la facilidad que lo hacía Akatani. Le sorprendió la capacidad del gólem de saber detalles sobre él y, al mismo tiempo, desconocer ciertos apartados de su vida, como la localización de su casa o el mal demoníaco oculto en la vecina del perro con diarrea.

Pero en resumen. Aquel día, un jueves normal para medio mundo, salía el último volumen de una revista de héroes que le gustaba leer en sus ratos libres llamada Héroes sin fronteras. Surgió la oportunidad de enseñar a Akatani el camino para futuras inversiones de movilidad.

Mandarlo a hacer recados, sencillamente.

Tomaron el bus —linea 314— en dirección a la mejor tienda con temática heroica de la ciudad. El peliverde notó las miradas adultas sobre ellos como un recordatorio de que debía estar en clase. Por lo menos nadie molestó con la clásica diatriba de "los jóvenes deben estar en clase para obtener un buen titulo y unirse al entorno laboral". ¡Ugh! No quería ni imaginarlo. Esos boomers arrugados y sus "enormes conocimientos" sobre una sociedad que cambiaba todos los años no paraban de criticar la cultura juvenil del momento. Con lo fácil que era meterse en los asuntos de cada uno.

Menos mal que los viejos se guardaron las opiniones para ellos mismos.

El bus llegó a su destino en menos de veinte minutos. El peliverde estaba tan relajado mirando el paisaje, fingiendo que la anciana de atrás no lo fulminaba con las cataratas, que no se dio cuenta de que el viaje había terminado hasta que Akatani le tocó el hombro. Se estiró antes de abandonar la lata con ruedas. El mundo urbano saludó al adolescente y al gólem con una variada lista de ruidos molestos.

—Ya hemos llegado.

Akatani se quedó embobado con su entorno. La tranquilidad del barrio cambió a un paisaje de bocinazos e insultos por parte de conductores estresados, policías haciendo patrullas y transeúntes yendo de un lado a otro. Un cambio radical bajo la mirada de edificios altísimos y... ¿Esa que saltaba de azotea en azotea era Mirko? Izuku, inspirado por el "sentido acosador de héroes", hizo cinco fotos de ángulos distintos en lo que Akatani enarcaba la ceja.

Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora