Capítulo 35: Sombras.

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Akatani se vio rodeado de sombras.

Las ondas de sus pasos sobre aquella superficie semilíquida de color negro eran lentas, vagas y emitían un sonido peculiar, como susurros en un idioma desconocido. Avanzó, más ondas se extendieron hasta desaparecer en la oscuridad. Hacía frío, un frío que no se conformaba con helar la piel; profundizó llegando a las capas internas de su cuerpo.

Conocía el frío gracias a los recuerdos de Izuku y, en ese mismo momento, en persona; el aliento invisible y paralizante capaz de volver quebradiza la carne y hueso. Un aliento que no tuvo mucho más efecto que probocar escalofríos pese a no tener nervios.

Era raro, ¿no? Su cuerpo reaccionaba como el de un humano sin necesitarlo realmente. La única conclusión a la que llegó fue que tales reacciones eran un remanente de Izuku, transmitido a él por error. O puede que comenzase a sentirlas porque quería ser como una persona normal. Especulando no llegaría a ningún lado. Necesitaba investigar por su cuenta.

Y para investigar, debía salir de allí.

El cómo llegó al espacio de sombras encabezaba el listado de preguntas a contestar. El viaje no distó de las escapadas involuntarias a Erinjar, solo que el mar de negrura carecía de los encantos de aquel mundo.

—¿Hay alguien ahí? —probó a preguntar. Su voz rota, aún afectada por la crisis de ansiedad, no viajó muy lejos. Era como si las sombras consumieran el mismo sonido—. Hola... Estoy solo. No sé dónde estoy.

Sintió que le hablaba a la pared. Dejó de intentar comunicarse con la nada en pos de hallar una salida... Una salida. Qué problema tan grande.

No había paredes, caminos o cielo, solo el suelo espeso en el que no lograba hundirse sin importar la fuerza de los pisotones y la niebla de sombras a su alrededor. Y el frío. No iba a olvidarlo.

El lugar se asemejaba al escenario de un sueño con la diferencia de que él no había soñado nunca. Lo más parecido fueron los propios viajes a Erinjar y los atisbos de recuerdos que Izuku le transmitió durante su nacimiento. Aunque sintió aquel mar de sombras como el escenario perfecto para su primer sueño: un sitio vacío ideal para una imitación de ser humano. Perfecto.

—Oye chico, ¿te has perdido? —una voz masculina inquirió a su espalda. Akatani se giró con los brazos en alto, listo para pelear si la situación lo requería—. Calmate, chico. No te haré daño.

El hablante retrocedió con las... ¿manos en alto en señal de paz? Los rasgos del hombre no eran más que una silueta con voz y cabeza calva. Entrecerrando los ojos, percibió los rasgos faciales toscos comúnmente asociados al estereotipo de hombre de las cavernas.

—¿Quién eres? —le cuestionó a la figura—. Pareces la mezcla entre un humano y uno de los lobos deformes que vi en una cueva.

No se trataba de la comparativa más agradable del mundo, pero el gólem no estaba de humor para soltar cumplidos inmerecidos.

El hombre no mostró la incertidumbre sobre la mención del lobo que Akatani esperaba ver, al contrario, la comparación le hizo doblarse de la risa. Carcajadas que se transmitieron en forma de hondas alejando el frío.

—¡Me caes bien, chico! —exclamó conteniendo a duras penas el ataque de risa—. Será agradable hablar contigo.

Akatani mantuvo la pregunta que se formuló dentro de su cabeza cuando notó que la figura del hombre se hizo un poco más nítida. Vestía una chaqueta de motorista con hombreras y pantalones ajustados, además del cinturón de municiones colgado sobre el hombro derecho. Le costó apreciar la forma de dos anteojos adornando su frente. La viva imagen del estereotipo de cavernícola convertido en motorista de los años 80.

Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora