Capítulo 11

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Álvaro no pudo contener la curiosidad mientras subíamos por las escaleras de incendio, lugar en el que los trabajadores aprovechaban para descansar de las tontas preguntas de los cientos de espectadores que exigían inmediatez, como si fuéramos sus esclavos. Ese acceso estaba olvidado por los propietarios del teatro, entre tanto polvo que había, y la escasa luz que suplicaba cambiar de fluorescentes, por ahí no pasaba nadie en años.

—Me cago en mi puta madre —Álvaro no salió de su asombro cuando salió por la puerta metálica que daba acceso a la azotea del teatro Coliseum.

A nuestros pies se escuchaba el rugido constante de los coches cruzar por la Gran Vía, pero sonaba tan lejano que no parecía estar a más de cuatro pisos de distancia del suelo. Sobre una amplia terraza de ladrillos marrones, nacían dos grandes torres blancas dispuestas a cada lado de la fachada exterior y una inmensa cúpula central. La terraza tenía dos niveles, por lo que era lógico encontrar unas escaleras de ocho escalones a banda y banda de la gran cúpula.

Cada una de las torres era un conglomerado de estilos artísticos que no podrían converger en un único para poder resumirlo con facilidad. De sus cúpulas de crucería, aguantadas con cuatro robustos pilares, se alzan columnas jónicas que soportan pequeños balcones sobre techos neoclásicos y frontones barrocos con elementos vegetales como ornamentación a gran escala y de piedra. En la cúpula central, que recuerda a la del Vaticano pero más recargada, destacaban los diferentes oráculos, que formaban una imagen parecida a la de un pastel de cumpleaños.

—¿Cómo diablos conoces este sitio? —me preguntó aturdido por el asombro de ese grandioso espacio reservado de los ojos de los barceloneses.

—Hace unos años, cuando tenía dieciocho, empecé a trabajar en la taquilla del teatro los veranos. Como al final todo eso se ha digitalizado, pasé a acomodador y vendedor de refrescos en la barra del primer piso, en los entreactos. Este lugar fue mi escondite durante las jornadas que había doblete. Ahora le debo un favor a un compañero, así que disfruta de que estemos aquí ahora.

Tras un par de pasos sobre el tejado del edificio, llegamos a la cúpula central en la que había otra puerta de madera pintada de blanco, accedimos con un poco de esfuerzo, ya que estaba bastante oxidada.

En el interior había mucho polvo pero, debajo de ese, había una sala de ensayo en desuso de dos plantas. Una galería circular en la parte superior y una sala circular de madera oscura y gastada de la que surgían varias columnas delgadas de hierro forjado negro que sustentaban la galería.

Las diferentes cavidades de los oráculos del exterior creaban el efecto de focos que atravesaban el espacio perpendicularmente.

—Este lugar lleva en desuso más de cincuenta años, o eso me dijo mi compañera más veterana del teatro —le conté—, había sido una escuela de artes y aquí se daban clases. Esta era el aula magna, el lugar en el que la gente posaba desnuda a la espera de los retratos de los torpes pupilos.

—Pobres, ¿por qué dices torpes? —me preguntó.

—Eran tan torpes que crearon sus propios estilos, que seguro que conoces —me miró intrigado —Pablo Picasso o Salvador Dalí fueron alumnos de esta escuela. Fue tan importante, que en su inauguración en 1936 asistió el Presidente de la Generalidad, entonces era Lluis Companys. En 1976, creo, pasó a ser la sede de una entidad de artes dramáticas, lo que finalmente varios burgueses decidieron impulsar como sala de espectáculos hasta hoy. ¡Atención, pregunta!

—Dispara —me dijo sorprendido.

—¿Sabes quién diseñó la famosa flor que se emplea como logotipo de los Chupa Chups?

—No —me respondió dubitativo.

—Fue Salvador Dalí. Fue un encargo al que le dieron unos cuantos días para hacerlo. Cómo se colgó, el día que iban a ver las muestras, diseñó el logotipo corriendo —le conté emocionado—, fíjate que hasta se sorprendió de lo mucho que les había gustado.

—Eres una rata de biblioteca Enric —me dijo mientras me abrazaba por la espalda, cruzando los brazos por delante.

Me giré y le besé. De golpe la puerta empezaba a ceder a un inmenso aire, el ambiente se había ennegrecido.

—Empieza a ponerse fea la tarde —comenzó diciendo—, creo que va a llover. ¿Te apetece que te lleve a cenar sushi?

—¿Te importaría que lo recogiéramos y nos lo comiésemos en tu piso? —le pregunté coquetamente.

Asintió. Regresamos por nuestros pasos para salir del teatro. En ese momento el viento había empezado a ser algo violento, chispeaba. Al llegar a la calle, la lluvia había hecho acto de presencia y nos dirigimos hacia Rambla de Cataluña para recoger la moto.

De camino al piso de Balmes, paramos en un modesto restaurante japonés. El restaurante Haku, situado en Gran de Gracia, estaba situado en una esquina con grandes ventanales. Esta tarde, con la lluvia, parecía un farolillo japonés con todos los marcos de madera de pino. Al llegar, nos resguardamos de la lluvia mientras esperábamos unas raciones de sushis, un par de yakitoris, niguiris, gyozas de verduras y unos bombones de chocolate en forma de cápsulas que eran como las trufas pero con té verde espolvoreado por fuera.

Recogimos el pedido y volvimos bajo la tempestad. No recordaba una lluvia como esa desde un mes de agosto de varios años atrás. Esa lluvia era tan intensa que apenas se podía ver a tres metros a distancia. El fuerte manto de agua cubría todo el entorno. Me preocupé por ambos, «¿Y si nos cruzábamos con algún coche?». Inconscientemente, me agarré más fuerte al torso fuerte de Álvaro. En un semáforo en rojo sentí el palmo de su mano acariciarme, sentía que sabía lo que me preocupaba en ese momento.

Llegamos al piso de Sarria, ambos tan cubiertos de agua que parecíamos haber salido de la ducha sin toalla. Al entrar por la puerta nos quitamos los zapatos y la ropa con rapidez para no ensuciar el suelo de madera.

Álvaro se adentró más al piso para acercarme una toalla para secarme, mientras me secaba el pelo, sentía que había encendido la calefacción del piso. Después de ponerme el pijama limpio de la otra noche, nos sentamos frente al sofá, en el suelo, para comer nuestra cena. Álvaro puso a reproducir una lista de Spotify de versiones acústicas de canciones como Crazy y You're the one that I want en el televisor y tenerlas de fondo mientras durase nuestro festín.

Vi en la mirada de Álvaro la complicidad de la mía, nos hablábamos sin palabras. Esa noche no follamos en la cama, hicimos el amor.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora