Capítulo 19

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Como era comprensible, se sucedió otra noche que no pude conciliar el sueño. A las siete de la mañana me acabó de desvelar la vibración del móvil. Era Álvaro que intentaba hacer las paces:

«Lo siento, Henry. Siento mucho haber tomado decisiones sin consultarte y menos, exponerte delante de todos. No he podido dormir, intentando entender lo que nos pasó ayer después de poner la denuncia. Tenemos algo precioso y no quiero que ese gilipollas consiga romper lo nuestro.»

Acepté sus disculpas, reconociéndole que parte del enfado había sido por no saber cómo gestionar la montaña rusa de emociones que me zarandearon en mi interior cuando volví a ver a mi agresor.

Álvaro vino a buscarme en moto a casa, bajé precipitadamente por las escaleras. Verlo tan agotado, con unas ojeras tan marcadas, me hizo sentir tan estúpido por haberla cagado tan fuerte. Nos abrazamos, le pedí perdón en mil formas posibles, me sentía culpable de todo eso.

—Lo siento Álvaro, mucho —le dije mientras el llanto no cesaba—, he sido un gilipollas de manual, no valoré cómo me defendiste delante de mi violador. Lo siento mucho, porfa, ¿podrás perdonarme?

Nos fundimos en un beso que tenía el sabor del salitre de mis lágrimas. Su mano se aposentó sobre mi nuca, nos apretamos fuertemente en un beso que parecía no terminar. Los pectorales fuertes de Álvaro me apretaban sobre mi cuerpo.

Nos despedimos en la puerta de la facultad. En ese momento entraba Jordi por otro acceso.

—¡Qué cara me traes! —me dijo.

—No he podido dormir bien esta noche —le respondí sin entrar en detalles.

—Henry, tengo que contarte algo —le miré a la cara, mostraba una sonrisa diferente.

—¿Has ganado la lotería? —le dije curioso.

—¡He perdido la virginidad! —me dijo orgulloso.

—¡Muy bien pequeño bonsái! Ahora te dejaremos sentarte en la mesa de los adultos —bromeé.

—Lo he hecho con una pareja hetero —me dice con más orgullo aún.

Elena, quien parece que tiene antenas cuando suenan las palabras «falo metido en el culo», «orgía» o «bukake», apareció detrás de nosotros, muy interesada en nuestra conversación.

—¡Muy bien Jordi! Tus papis —dijo señalándome a mí y a ella misma—, nos sentimos orgullosos de que hayas cumplido con la tradición familiar transferida de generación en generación. Ahora hazme sentir más orgullosa y me das los detalles.

—¿Os acordáis de que el otro día iba al centro comercial? —dijo muy sonriente.

Afirmamos al unísono.

—Pues conocí a una chica que trabajaba en una tienda. Mientras me traía pantalones de varias tallas al probador, en el que estábamos solos, apareció su novio —nuestros ojos estaban inmersos en imaginar esa aventura sexual en los probadores—, y se arrodilló para comérmela.

—A la chica del servicio se la tiran con oficio —dijo Elena sin venir a cuento, a lo que nos reímos bastante—. Bueno, sigue y no te dejes los pelos.

—Acabamos follándonos los tres en los probadores. Yo a él, él a mí, yo a ella, ella con los dos a la vez, ¡fue una pasada!

Me quedé sorprendido de esa peli porno que había vivido Jordi.

—¡Muy bien chavalote! —dijo Elena—, y ¿cómo llevas la redacción de filosofía política que tenemos que entregar ahora?

Vi el caos en la mirada de Jordi. Con tanto sexo se le habría nublado la mente y había dejado pasar el fin de semana recreándose en esa pareja de extraños vendedores que no reparó en dedicar parte de su tiempo a la redacción de resumen crítico de la lectura de Thomas Hobbes.

Elena y yo entramos al aula, Jordi se fue a pasar la hora en la cafetería, para que el profesor no lo viera y, al día siguiente, justificar su entrega tardía con una gripe.

Dime algo para quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora